Pese a que muchos asocien el pistoletazo de salida de la carrera de Mike Flanagan, actualmente uno de los nombres destacados entre el prolífico mundo del terror, a la estimable Oculus: El espejo del mal (2013), que le pondría en el punto de mira de los grandes estudios y en boca de los aficionados al género, la trayectoria de este cineasta orquesta acostumbrado a escribir, dirigir y montar sus obras se remonta a hace más de una década. Unos diecisiete años desde que firmase su primer largo Makebelieve (2000) que le han servido, entre otras cosas, para perfeccionar su oficio, alimentar ese “Gen Flanagan” presente en cada uno de sus trabajos y especialmente visible a raíz de la tristemente desconocida Absentia (2011), y darle el bagaje suficiente como para poder realizar tres filmes en un mismo año sin caer en el desastre ni morir en el intento.
Son precisamente estas tres cintas congéneres, pero de naturalezas completamente distintas, todas ellas de 2016, las que demuestran no sólo las capacidades y el dominio de la narrativa de los que hace gala el de Massachusetts, sino también su polivalencia, capacidad de adaptación y, por encima de todo, lo cómodo que se siente jugando deambulando entre los recovecos y mecanismos del lenguaje del género. Prueba de ello es que consigue salir triunfante tanto de su escarceo con el ‹home invasion› en la magnífica y humilde Hush, como de su primer encargo para un gran estudio gracias al que ha hecho resurgir de las cenizas la abominable franquicia Ouija con una sorprendente secuela estrenada bajo el subtítulo de El origen del mal. La tercera película en discordia, Somnia. Dentro de tus sueños, llega ahora a nuestras pantallas para confirmar que, sin duda, nos encontramos ante uno de los talentos con madera de autor a los que seguir con lupa.
Somnia —estrenada originalmente bajo el título de Before I Wake—, no es un título de terror al uso. Lo nuevo de Flanagan navega en unas aguas más próximas a la fábula con tintes sobrenaturales asociable a directores como Guillermo del Toro que al horror más puro. En este caso, el alma de la cinta pesa más que el suspense, alzándose como su verdadero núcleo el vínculo emocional entre sus personajes y sus respectivas psiques, compartiendo esencia con largos como Babadook (Jennifer Kent, 2014) en su empleo del drama y temáticas como el duelo para desatar un infierno sobre un núcleo familiar.
Esto no se traduce en una ausencia de momentos capaces de acelerar el pulso y generar esa inquietud que nos hace cambiar de postura en la butaca un buen número de veces a lo largo de una secuencia. Somnia vuelve a demostrar, como ya lo hicieron sus dos anteriores trabajos, ese cariz autoral de Flanagan, representado de nuevo a través de su gestión de la atmósfera y los mecanismos para generar terror. De nuevo, el “jumpscare” de baratillo, las subidas de volumen absurdas y las criaturas abalanzándose a cámara no son una opción, optando por el uso de los silencios y la calma previa a la tempestad para generar, con gran inteligencia y destreza, esa inquietud que tanto se echa de menos en filmes con aspiraciones similares.
No todos los sueños son agradables, y lo que da carices de pesadilla a una obra fácil de apreciar en su conjunto es su —juzgando los precedentes— inusitadamente desajustada narrativa. Una vez superado su ecuador, el visionado de Somnia puede llegar a hacerse cuesta arriba al caer el guión en los temidos lugares comunes que más que hacer evolucionar la historia, se antojan como un mero trámite para llegar a un tercer acto que, en este caso, cumple sin alardes. No obstante, lo nuevo de Mike Flanagan deja un sabor de boca lo suficientemente agradable como para perdonar lo absurdo de una sobre-exposición que parece tomar al espectador por idiota y el efecto sedante de alguno de sus pasajes, muy acorde con el ‹leitmotiv› de la película.