Si durante mucho tiempo los cielos, paisajes y escenarios que dominaban el cine de Zhang Yimou se veían desbordados por una extensa paleta de colores, con Sombra es la gama de grises con ciertas gradaciones la que convierte el nuevo trabajo del veterano cineasta en un universo modelado para la ocasión. Cualquiera podría pensar, en alusión a su título original y a las connotaciones que posee —ya no hablamos de la mera traducción del mismo—, que en efecto, el autor de Sorgo rojo redirige su mirada a partir de la dicotomía surgida entre el ‹yin› y el ‹yang› —imagen que aparece en no pocas ocasiones durante el transcurso del relato—, pero lo cierto es que con Sombra nos hallamos, más que ante un carácter dual forjado por esas figuras que se describen durante los primeros compases de la propia obra como “Sombras” —y que no eran más que una suerte de dobles empleados cuyo cometido central residía en proteger a sus amos—, con una existencia que se producía en el más oscuro de los secretos… en público.
La disyuntiva afrontada en ese contexto por Zi Yu, que no es sino la “sombra” del comandante militar del ejército del rey, obtiene por parte de Yimou una exposición minuciosa que nos lleva más allá de su papel en la corte: al fin y al cabo, vivir bajo el yugo de una identidad falsa genera en Zi Yu una serie de dudas que ni siquiera encuentran respuesta en las palabras de la esposa del comandante, Xiao Ai, por más que esta intente otorgar un enfoque distinto a una situación tan extraña como compleja. Una condición que el cineasta chino se encarga de plasmar con acierto, haciendo gala de una sensibilidad que se manifiesta tanto en los diálogos como en el retrato psicológico del protagonista del film. Pero la tesitura vivida por Zi Yu no es más que un reflejo de la realidad de la corte, donde todos los individuos que la frecuentan no dejan de ser una suerte de víctima de las estratagemas e intrigas palaciegas desde las que determinar el futuro de un rey y su reinado. Algo que se revela, por ejemplo, en la posición de Jingzhou, el comandante al que protege Zi Yu, cuya seguridad a cambio de poder preservar una táctica específica y no poner en riesgo su figura dentro del entramado militar de su rey, es subvertida por una estabilidad inexistente que se esfuma entre las paredes de una cueva oculta en los rincones más sombríos del castillo. Un rol, el sugerido desde tal despersonalización, que sufre en sus propias carnes Qing Ping, hija del mismísimo rey dispuesta en el tablero como si no fuese más que otra pieza habilitada en el entramado militar.
De pulida narrativa, exquisita puesta en escena —desde la que aprehender, además, la naturaleza de sus protagonistas— y descriptiva mirada capaz de dotar de la humanidad necesaria a sus personajes, Sombra encuentra un estimulante fondo que además no habla necesariamente desde la frialdad de un discurso premeditado, lo hace también a raíz de los individuos que complementan su microcosmos y le otorgan la profundidad necesaria. Un carácter que, sin embargo, no se ve refrendado por la llegada de una resolución un tanto enfática; en primer lugar en torno a escenas de acción que, si bien recuerdan al Yimou cercano a sus primeros ‹wu xia› y cumplen con sobriedad —en especial, desde el apartado técnico, pues su óptica, en cierto modo renovadora, no suscita grandes virtudes—, no revisten (pese a intentarlo en más de una ocasión) la capacidad evocadora que sí posee su tramo más cercano al drama; y, en segundo lugar, por el exacerbado tono que, en su empeño por otorgar un cierre tan perfecto como repleto de aristas, termina por olvidar la idiosincrasia de los personajes. Sí, en parte de forma premeditada, al ver como aquellas piezas que intentaban subsistir en un ecosistema de difícil acceso, terminan alimentándolo y cayendo en su influjo por motu proprio; incluso dibujando esa zona tan cercana al melodrama marca de la casa, pero al fin y al cabo desarticulando aquello que precisamente otorgaba una fuerza diferencial a Sombra.
Ello no implica que el nuevo trabajo de Yimou no derive en una de sus obras recientes más interesantes, realmente sugerente en la concepción tanto de personajes como de escenas que perfilan el mejor cine del chino. Puesto que si hay algo que continúa siendo el responsable de La casa de las dagas voladoras, es consecuente con una mirada diseminada —particularmente en su incursión en el ‹wu xia›, aunque extensible en no pocas ocasiones al terreno dramático— a través de distintas etapas históricas. En Sombra lo vuelve a lograr y, más allá de imperfecciones comprensibles, sobresale la estela de un autor en mayúsculas cuya oscuridad no deviene sino el más mundano de los brillos.
Larga vida a la nueva carne.