Está claro que ciertos hechos se repiten en toda dictadura, sin importar la época, y es la facilidad con que hacen desaparecer a las personas más incómodas para el régimen, gracias a seres humanos capaces de matar a otro por mandato superior, culpables de expresar en palabras ideas de libertad y pensamiento crítico. Ese fue el caso del poeta y activista indonesio Wiji Thukul, desaparecido desde 1998, presuntamente secuestrado a la edad de 34 años por militares adeptos al Orde Baru (nuevo orden) del Presidente Suharto, mientras el mismo sistema se hacía más y más insostenible y llegaba claramente a su final, después de que gobernara durante décadas en Indonesia, usando sin reparos la represión contra cualquier persona que se opusiera a él, y en especial en esos últimos años.
Thukul es el personaje protagonista de la ficción Solo, Solitude (presentada en la Sección Oficial del Festival de Locarno de este año), que muestra sus últimos meses de existencia conocida, desde el momento en que aparece en una lista de personas contrarias al Gobierno y que le lleva a ocultarse en casas de amigos y desconocidos, obligado a abandonar Yakarta y huir a Borneo (mientras su mujer e hijos eran vigilados a diario en su hogar), hasta uno de los últimos momentos en los que fue visto con vida, siendo en realidad un retrato pausado, lírico y silencioso de la soledad forzada (Solo, también Kota Surakarta, es el lugar aquí profético donde nació Thukul, aunque en versión original el título significa Descansad palabras, o Palabras de descanso, según la fuente que lo traduzca al inglés, título tomado a su vez de un poema original del autor), una cinta artísticamente muy definida, también desde un punto de vista social y político, que ofrece al espectador de Occidente una historia poco conocida, tratada con delicadeza y profundidad, que nos ayuda a recordar el poder perturbador que las palabras y la poesía pueden tener en cualquier sociedad.
Solo, Solitude es en definitiva un homenaje al poeta, por su importancia, pero también al resto de personas que lucharon por la Democracia; un homenaje humanizado, que no expone esa lucha, sino que muestra la lucha interior de quien se ve obligado a, no sólo vivir sin libertad, también con miedo y en cierto modo abandonado a pesar de los apoyos. Por eso tal vez se trate de una película que no es película sino poesía, una poesía visual sencilla y sobre la vida cotidiana, que se rebela (como la escrita por su protagonista) contra el poder cuando entiende que este se corrompe, una poesía que no se centra en la belleza, sino en obtener resultados contra la desigualdad y las injusticias que se producen debido a un régimen autoritario. Solo, Solitude, de la mano del director y guionista Anggi Noen, recuerda que la libertad que se respira hoy en día, en muchos países (y no sólo en Indonesia), es el resultado de la lucha y de las vidas de muchas personas.