Hace aproximadamente tres semanas, en España surgió una suerte de discusión a pequeña escala sobre el uso por parte de la activista Júlia Salander del término “violadores en potencia” para describir a los hombres dentro de lo que se define como “cultura de la violación”. La introducción de este concepto sociológico, que describe la violación como un problema social y cultural que es aceptado y normalizado debido a actitudes sociales sobre el género, el sexo y la sexualidad, sirvió para que algunos tertulianos de televisión, algunos presentadores de podcasts y algunos usuarios de internet se echaran las manos a la cabeza y protestaran indignados y airadamente por las locuras y el desquiciamiento de las mujeres que osaban referirse a todos los hombres así.
Hace aproximadamente dos semanas, mientras se usaban metáforas comprensibles como la de la pistola que, cargada o no, siempre se trata como un arma, o mientras la periodista Paola Aragón Pérez explicaba que el término no tiene que ver con una cuestión cuantitativa ni de “probabilidad”, sino con que el propio concepto “hombre”, como sujeto, se construye culturalmente en una lógica binaria que precisamente se define en sí misma a través de la institucionalización de la heterosexualidad (institución necesaria para el patriarcado), daba inicio en Francia un macrojuicio que ha traspasado las fronteras del país galo por su crudeza y perversidad, y en el que se juzga a más de 50 hombres por la violación de la mujer de uno de ellos, que fue drogada sin su conocimiento durante una década por su marido.
Mientras hoy ese juicio continúa y se siguen conociendo más detalles que acallan el debate sobre la potencialidad de los hombres como violadores, pero renace una vez más el hashtag #notallmen, llega a las carteleras españolas Solo para mí, la última película de la francesa Valérie Donzelli, actriz y directora de la más que recomendable Declaración de guerra, cambiando aquí de tono, pero no tanto de intereses temáticos (los derivados de las relaciones de pareja). La película, que empieza como el típico chica conoce chico y se enamoran perdidamente es, ante todo, una excelente representación de cómo se afianzan el control y la posesión en las relaciones amorosas, de cómo los manipuladores se victimizan y hacen creer que eso es amor y de cómo todo ello acaba llevando de manera casi irrevocable a un rincón del que es muy difícil salir. Un poderoso retrato que, narrativa y visualmente, pasa por varias décadas del mejor cine romántico francés y, a su vez, también por todo el proceso que lleva a que incluso las personas más cercanas a sus familiares puedan verse aisladas fácilmente, todo ello apoyado por unas actuaciones magistrales.
Pero el gran mérito de Valérie Donzelli ya no es haber dirigido una película sobre la violencia machista de manera realista y cruda, aunque eso es bastante meritorio de por sí. Lo que impacta es toda la reflexión que surge alrededor de la evolución de la historia y sus personajes (aunque no resulte inesperada); sobre conceptos como el romanticismo (y la creación de relatos para suplir las expectativas y necesidades no cubiertas a través y en la relación), la importancia de las redes de apoyo que se tejen tanto dentro como fuera de la familia, la superación del miedo o la necesidad de que, como diría Gisèle Pelicot (volviendo al macrojuicio del más de medio centenar de violadores), la vergüenza cambie de bando. Y aviso, puede que Solo para mí resulte una película difícil de ver para algunos espectadores. Mostrar el maltrato, la tortura psicológica y la violación marital con tanto detalle como esteticismo puede incomodar al jugar al mismo tiempo a ser una película sobre problemas sociales serios, pero también ponerse “bichota” al jugar a ser un thriller erótico. ¿Pero acaso no somos todos un poco contradictorios de por sí?, ¿acaso no es la misma gente que lleva media vida diciendo “TDS PTS” la que se queja de que el feminismo haya llegado demasiado lejos y generalice tanto con los tíos?