Con apenas 5 largometrajes a sus espaldas, en los últimos 3, al director húngaro Benedek Fliegauf le ha dado tiempo de realizar incursiones tan desconcertantemente dispares como son el cine experimental, contemplativo y sensorial con ausencia de narrativa (Vía láctea), el género de la ciencia-ficción (Womb), y de denuncia política y social (como sucede en el filme que nos ocupa), que le supuso el Gran Premio del Jurado de La Berlinale 2012. Inspirado libremente en unos hechos reales acaecidos en Hungría entre el año 2008 y el 2009, un periodo de tiempo en el cual una banda de neonazis perpetró una serie de ataques violentos con cócteles molotov contra los gitanos de un poblado. Una película triste y descorazonadora que atraerá a los que (como quien escribe estas líneas) se sientan como pez en el agua con entornos cinematográficos deprimentes.
La historia narra de un modo espeluznante los acontecimientos que tienen lugar durante 24 horas en la vida de una familia gitana que vive en una chabola en un ghetto de la Hungría rural. La madre trabaja limpiando unas instalaciones y es explotada por su jefe que tiene bastantes prejuicios hacia su etnia. Con ella viven sus 2 hijos y el abuelo. El hijo pequeño ha construido su propio refugio (para poder esconderse si son atacados) en una choza abandonada a la que lleva algunos suministros que obtiene entrando en casas ajenas. Su hija está en secundaria y parece más aplicada que su hermano con los estudios. Mientras que el abuelo, bastante cascado por culpa de una enfermedad grave, apenas se puede mover. El padre de familia se encuentra en Canadá a la espera de que su familia le acompañe en la aventura, aunque se verán obligados a permanecer en el lugar para conseguir dinero para el viaje.
El director húngaro va cambiando la perspectiva de cada uno de los 3 personajes en sus actos cotidianos durante el día hasta que el pavor se apoderará de la comunidad gitana ante el miedo por una hipotética generalización de los ataques racistas cuando descubren que otra familia ha sido asesinada. Los 3 personajes principales deambulan en pantalla con sus cuerpos fantasmagóricos, dominados por la desesperanza provocada por la situación de estar siendo perseguidos simplemente por su origen, que unido a las precarias condiciones en que viven, rodeados de basura, dejan huella en su actitud depresiva, siempre caminando con la mirada perdida y la cabeza gacha, que sólo levantan cuando entran en alerta al girar en las esquinas o cuando escuchan el sonido de un vehículo que se aproxima. La decisión de no poner rostro a los enemigos resulta acertada y dota a la cinta de una personalidad muy acentuada, centrándose básicamente en las víctimas, y apartándose de los clichés manidos utilizados en las películas que tratan el tema del asedio de las bandas violentas.
Sólo el viento se presenta como un drama oscuro, incómodo (por la proliferación de la miseria y el racismo), y finalmente desalentador, que plantea algunas cuestiones trascendentes de carácter social y político, aunque se centre esencialmente en el aumento del extremismo de la ultraderecha en la Europa contemporánea, que sirve como fiel reflejo de la creciente preocupación por la triste proliferación de los partidos políticos de esa ideología en gran parte del viejo continente, pero tampoco se olvida del racismo menos radical que resulta casi tan violento psicológicamente como el de los neonazis. Unos prejuicios que aparecen durante toda la narración y tienen su culmen en los comentarios desagradables e indignantes del jefe de policía que justifica los ataques de estos impresentables cuando son realizados contra supuestos delincuentes. Pese a que haya espacio para los mafiosillos y la droga en la vida de esa aldea, el director consigue distanciarse de los tópicos a los que estamos acostumbrados con los gitanos, y pone especial énfasis en humanizarlos.
El enfoque de Fliegauf destaca por el frío distanciamiento del que hace gala, mostrando los hechos a modo de voyeur (como sucede con tantos directores europeos de corte realista), rehuyendo de dar cualquier explicación a los orígenes de la violencia, y limitándose a exponer unos acontecimientos que deben ser juzgados por la audiencia. Para ello, no utiliza apenas ornamentos y subrayados (a excepción del uso de una delicada música ambiental de piano y cuerda casi imperceptible que sólo se hace notar con un volumen alto durante un par de breves interludios) alejándose de los filmes de intriga al uso, ya que desde su cartel inicial donde explica los hechos deja bien claro lo que va a suceder, aunque conforme se aproxima su inevitable final el ambiente se va tornando más asfixiante.
La cinta presenta una atmósfera muy sugestiva gracias a una puesta en escena con evidentes reminiscencias de Robert Bresson y los hermanos Dardenne, que genera un efecto de extraña empatía entre el lenguaje cinematográfico del director húngaro y el espectador, consiguiendo que se establezca un vínculo emocional potente conforme vamos conociendo a los personajes. Fliegauf se hace valer de un ritmo sosegado, no exento de cierto dinamismo debido a que sus personajes se hallan en constante movimiento, filmados con estilo semi-documental, cámara en mano, nerviosa y a veces desenfocada, con la imagen borrosa gracias a un leve granulado un poco molesto para la vista, y con una iluminación natural donde la luz artificial brilla por su ausencia en las secuencias nocturnas y en el interior de las viviendas. La cámara se sitúa siempre cerca de los personajes, muchas veces en su espalda, y con gran proliferación de primeros planos y planos detalle con unas texturas que acentúan la presencia del sudor provocado por el calor asfixiante veraniego en la piel de los personajes, y diferentes partes del cuerpo como los pies y las manos.
El punto más fuerte (junto a la creación de la atmósfera desasosegante y su puesta en escena) son las actuaciones impresionantes de los tres protagonistas principales, todos actores no profesionales; una elección arriesgada que en muchas ocasiones es un lastre por las carencias interpretativas (como sucedía recientemente en la mexicana Aquí y allá del madrileño Méndez Esparza) pero que en la película húngara es un claro acierto de su director, ya que consigue dotar de plena autenticidad y credibilidad a sus silenciosos y espectrales personajes. Una película tan dura como necesaria.