«Lo importante no es lo que me muestran sino lo que me esconden, y sobre todo aquello que no sospechan que está en ellos.»
— Robert Bresson; sobre los modelos (Notas sobre el cinematógrafo)
La condensación de las expresiones supone la incrementación de los gestos. La inexpresividad de un rostro reconduce la atención a la luz de su mirada. En Sole, la ópera prima de Carlo Sironi, se lleva el gesto hacia niveles insospechados, pues no se da una minuciosa caligrafía del movimiento de las partes del cuerpo (manos, pies, rostros…) sino de los cuerpos en sí. Aquí priman los planos medios que muestran a Ermanno, el protagonista indiscutible del film, de frente, de espaldas o de perfil… Él, un chanchullero de poca monta que ha decidido colaborar con su tío en una adopción ilegal, deambulará siempre con el rostro inquebrantable entre la impasibilidad de su frío mundo y el sonido tintineante de las máquinas tragaperras.
La impenetrabilidad del rostro de Ermanno deja entrever su pasado difícil y su presente cambiante, latente. Lena, la joven polaca embarazada que va a vender a la criatura que lleva en su seno, empezará a cambiar algo en la mirada de Ermanno. Desde que se muda con él para conformar una relación y paternidad falsas ante médicos y autoridades sociales, la calidez de la cercanía comenzará a subvertir los sentimientos y también las imágenes. Toda la acción de Sole se desarrolla en torno a una serie de planos, la mayoría fijos, que destacan la pesadumbre del devenir de una situación dolorosa que se contiene hasta el último minuto. Pero, entre la claridad del día y la oscuridad de la noche, al nacer la niña que da nombre al título todo cambiará y tomará un camino hacia la esperanza. No una esperanza que nace de un recurso fácil, predecible y meloso, sino de algo tenue, difícil de comprender y completamente desinteresado; como el plano del mar real en contraposición al pintado en la pared del centro comercial.
Ermanno, Lena y Sole parecen una familia desde la lejanía de un observador paciente y atento al cambio de plano, de eje y de escenario. El poder de los planos a contraluz que incide sobre el cuerpo de Ermanno tiende a asemejarse a una iluminación invisible para el que está detrás del cuerpo, mientras que la sucesión de escenas que tienden al vacío van recobrando un porqué esencial (gracias al nacimiento del bebé). Allí radica la poderosa magia que hace de Sole una película tremendamente sensible.
Con un humanismo cercano al de Aki Kaurismäki, Sironi compone imágenes donde lo natural aflora y se proponen lecturas tan hermosas como crudas. Porque entre la delicadeza de cada gesto y cada mirada prolongada, la ternura que desprenden escenas tan hieráticas como la del beso en medio de un apagón o la explosiva escena final —de una disposición narrativa tan potente como demoledora, tan pasional como triste— nace la pasión de y por la forma. Un hieratismo para amar y lograr rescatar a un chico perdido y cabizbajo que ahora encuentra un camino. Un niño que se hace hombre al recordar la fuerza del calor humano y desenterrar su corazón.
La película de Carlo Sironi no es un melodrama cualquiera. Su puesta en escena, que prima la cohesión entre la imagen, el movimiento y tiempo ante la moralina, el discurso o el sentimentalismo, consigue dotar al conjunto del film de una atmósfera imposible de describir pero que se acerca a la sensación de ver el sol ponerse. Porque estos dos jóvenes, huérfanos con la posibilidad de ser padres, proponen una mirada a la maternidad y la masculinidad desde la sencillez aparente de un rostro pétreo.