¿Quién dijo que el cine soviético no es divertido y escapista? Aquellos escépticos que consideren al cine soviet como un campo reservado para la trascendencia, el silencio y la contemplación basta con que contemplen Sol blanco del desierto para que se lleven una más que agradable sorpresa porque esta mítica película dirigida en 1970 por Vladimir Motyl es una cinta simpática, muy entretenida y desenfadada enmarcada en el más puro cine de entretenimiento. Sol blanco del desierto es una película incomprensiblemente desconocida entre el público en general y sin embargo es uno de los films más queridos y populares en Rusia (incluso se comenta que los astronautas soviéticos visionaban la película como un ritual de preparación para la misión de despegue que les esperaba al día siguiente). Película inclasificable por la multitud de géneros de toca la podríamos calificar como un western soviet (más conocido como eastern), aunque también es una comedia grotesca, al igual que es una perfecta cinta de acción y aventuras bélicas que nada tiene que envidiar a cintas del Hollywood clásico tales como Tres lanceros bengalíes, Beau Geste o Gunga Din. De hecho mi definición de la cinta sería como una especie de mezcla entre Lawrence de Arabia con el Afterhours de Martin Scorsese aderezado con gotas del cine de Quentin Tarantino.
Da igual cuales sean las referencias que aportemos para tildar la cinta (su director indicaba que se había inspirado en los westerns clásicos americanos Sólo ante el peligro y La diligencia aunque para mi gusto la cinta respira más del ambiente de El día de los tramposos o Rio Bravo que de los indicados por su autor) ya que la singularidad que caracteriza a esta obra hace imposible delimitar las sensaciones que hará emanar en cada cinéfilo que se atreva a contemplarla por primera vez. Bien es cierto que del talante de la historia se desprende la épica del western americano con la presencia de un veterano pistolero (en este caso un soldado ruso) que debe enfrentarse casi en solitario sin la ayuda de un ejército equipado a un grupo rebelde (islamistas en lugar de indios) que acecha un fuerte fronterizo con objeto de liberar a los prisioneros capturados por el enemigo (un harem de mujeres en lugar de los jefes guerreros aprisionados por el Séptimo de Caballería).
Visto de este modo el argumento parecería sacado de una película de Gordon Douglas, pero nada más lejos de la realidad, puesto que el film reseñado ostenta un argumento estrafalario, enrevesado y surrealista, poseedor de un humor muy soviético (algunas de las irónicas frases del guión acabaron formando parte del léxico habitual del idioma ruso). La película se contempla con enorme placer, del mismo modo que los spaguetti westerns humorísticos que plagaron la década de los setenta con Bud Spencer y Terence Hill al frente. De hecho el personaje principal es una caricatura que se asemeja al pistolero desharapado, desafortunado y guasón que interpretaba con sorna y gracia Terence Hill.
¿De qué va Sol blanco del desierto? La acción se sitúa en el desierto, donde un solitario soldado llamado Fyodor Sujov aguarda retornar a su hogar donde le espera su amada mujer tras una dura campaña en el frente. Mientras el soldado evoca a través de bellas epístolas el rostro de su mujer en su travesía por el desierto, Sujov se encuentra con un hombre enterrado en la arena desértica hasta la cabeza de modo que su rostro se halla expuesto a los penetrantes rayos solares. El militar desenterrará y salvará la vida de este pobre diablo llamado Sayid, el cual ha sido enterrado por un grupo rebelde que se haya en guerra contra el Ejército Rojo. Junto con su nuevo compañero de viaje, Suyov se topará con una patrulla del Ejército Soviético que está peleando contra el mismo grupo rebelde que enterró a Sayid, éstos son un peligroso clan dirigido por el sádico Abdullah, un islamista conocido por su crueldad. En la refriega con el ejército Abdullah se ha visto obligado a abandonar a su suerte a su harem compuesto por nueve mujeres que tapan su bello cuerpo con un primitivo burka. El comandante del ejército considerará que ha liberado de su cautiverio medieval a las mujeres por lo que ante la imposibilidad de llevar a esta pesada carga en la misión de búsqueda de Abdullah, el jefe de la patrulla encomendará a Sujov la protección de las nueve mujeres del harem.
De esta forma el objetivo de Sujov de retornar junto con su mujer se verá pospuesto debido a la obligación de custodiar a tan peculiares acompañantes hacia un puesto fronterizo cerca del mar regentado por un borrachín y veterano ciudadano soviético. Pero lejos de resultar una misión fácil, la indisciplina de las supuestamente dóciles mujeres (que en realidad no son nada sumisas, atención a la divertidísima escena en la que Sujov contempla por primera vez los cuerpos despojados de burka de las bellas damas), los enredos amorosos entre un joven suboficial ruso y la más joven de las mujeres del harem y finalmente el acecho del fuerte por parte de las guerrillas de Abdullah a las que Sujov debe hacer frente únicamente con el arma de su ingenio y con el apoyo del fiel Sayid, inducirán a que el empréstito se convierta en una amena y suicida pesadilla que hará peligrar el re encuentro del militar con su añorada esposa.
Un gran acierto del director es estructurar la narración en forma de relato epistolar a través de las cartas imaginarias que el soldado Sujov escribe desde el desierto a su esposa lo cual confiere a la cinta un halo melancólico que se combina de manera prodigiosa con el tono sarcástico que brota de la trama. Igualmente la fotografía es otro de los puntos fuertes de la película. Como si de Lawrence de Arabia se tratara, el desierto de Karakum se convierte en un personaje con personalidad propia en el que las dunas y el sol abrasador moldean el carácter de los intérpretes. Otro aspecto que logra embellecer el relato es la magnífica y onírica música que acompaña a Sujov en su recorrido por el desierto, melodía que adopta la forma de un oasis inspirador de los sueños del protagonista y cuyo tono se asemeja a las tradicionales nanas que las madres regalaban a los oídos de sus retoños para que éstos abrazaran el sueño de Morfeo.
Sin duda una película distinta, trepidante, carente del habitual tono discursivo y eminente del cine soviético y con unas interpretaciones osadas muy alejadas del talante escénico y teatral típicas de los actores de la Europa del Este, que se contempla con sumo agrado y que hará las delicias de los aficionados al cine de aventuras con tono de comedia.
Todo modo de amor al cine.