Después de dirigir Party Girl (2014) junto a Claire Burger y Marie Amachoukeli, Samuel Theis regresa con su primer largometraje en solitario al pueblo de Forbach, en la región de Lorena. En Petite nature (2021) el relato se centra en Johnny (Aliocha Reinert), un niño de 10 años que tiene una vida complicada en el seno de una familia desestructurada, en la que debe hacerse cargo tanto de los cuidados de su hermana pequeña como hacia su joven madre. Con la llegada del nuevo profesor Adamski (Antoine Reinartz) algo cambia en su día a día. Él ve en el preadolescente un potencial en el que nunca antes nadie había reparado y le estimula e incentiva en sus estudios. Con la cámara en mano, el director sigue al protagonista de cerca construyendo la narración de manera rigurosa desde su punto de vista, pero estableciendo siempre una realidad objetiva a su alrededor. Una realidad con la que le vemos interactuar basándose en las ambiguas interpretaciones que realiza de lo que no entiende, proyectándolas hacia el afecto de este nuevo adulto en su vida, que tan sólo quiere abrirle a un mundo de posibilidades que le den la oportunidad de progresar desde sus humildes orígenes y conflictivo hogar.
Este filme es otro ejemplo de la sólida tradición de la cinematografía francesa en el tratamiento de la infancia como eje de la narrativa. En este caso con un componente añadido al de la típica premisa argumental del despertar sexual, que supone la atracción por su profesor, incluyéndolo así en cierta tendencia de temática LGBT+ del cine contemporáneo que debe todavía afrontar connotaciones políticas y repercusiones sociales distintivas tanto en el imaginario colectivo como en su representación en el arte. Algo que lo aproxima al reciente documental Petite fille (Sébastien Lifshitz, 2020) —con la que comparte rasgos estéticos en su construcción visual y tono— sobre el proceso de reconocimiento de la identidad de una niña trans y las tensiones que provoca en su entorno. También la aleja de otras producciones más canónicas, normativas y centradas en la comedia como Le nouveau (Rudi Rosenberg, 2015), en la que se hablaba de los problemas de adaptación en el colegio de un adolescente al mudarse a Paris desde el campo. Pero por ejemplo sí se puede encontrar el mismo rigor en el punto de vista de Jamais contente (Emilie Deleuze, 2016), cuya protagonista pone a prueba los límites de su propia edad en su forma de relacionarse y a través de su pasión por la música, sorteando las ambivalencias de los códigos del paso a la adultez.
A diferencia de otras propuestas más luminosas, Petite nature no elude la oscuridad de la psicología del protagonista ni las peligrosas fronteras que Johnny puede transgredir por su falta de comprensión del mundo de los adultos, de la sexualidad, la intimidad y las distintas vías de expresar el afecto que existen. El niño confunde el interés personal de su profesor y llega a poner en una situación cada vez más peligrosa al docente (siempre muy consciente de su posición y responsabilidad) culminando en una incómoda y compleja secuencia —rodada con una medida distancia y sobriedad—, que aprovecha la aproximación naturalista del director que, durante el resto del metraje, captura con delicadeza los desafíos a los que se enfrenta el personaje de Reinert en su casa o en el colegio. Por otro lado, su impecable y contenida factura formal, la resolución anticlimática y en exceso optimista de los conflictos planteados que llevan al borde del abismo al niño, la naturaleza aleccionadora de sus decisiones argumentales y su estructura dejan poco espacio a la sorpresa o el riesgo en términos fílmicos. Es una obra claramente identificable en las corrientes estéticas y discursivas del cine de autor europeo actual desde sus mismas imágenes, que busca más responder todas las preguntas que dejarlas abiertas para que el espectador sea capaz de encontrar sus propias conclusiones.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.