«El sistema ha caído»
Vaya joyita de documental que ha pasado por Sevilla. Que pena que se haya ido de vacío.
Sofia’s Last Ambulance sigue la vida de un trío de personajes en sus 48 horas laborales a bordo de una de las pocas ambulancias públicas que recorren la capital búlgara. La única, además, que tiene en su filas a un reanimador. Para empezar, sorprenden las formas. Los pacientes no interesan y no se nos muestran en ningún plano, haciendo la cámara auténticos malabares para conseguirlo en más de una ocasión. Seca y directa, depurada de adornos superfluos o sentimentalismo, nos centramos en esas personas y su cotidianidad. La cámara se planta delante de ellos literalmente, sin importar nada más, en largos planos que recogen sus conversaciones banales, y no tan banales, mientras a su alrededor el mundo se desmorona.
Nuestros protagonistas tratan de salvar a quien pueden en una falta alarmante de medios. Sus quehaceres diarios se relegan a un segundo plano ante lo agónico e incluso inútil de su cometido. Ambulancias que no arrancan o se quedan tiradas en ninguna parte, una comunicación inexistente entre el propio vehículo y sus ocupantes, y la centralita que les guía, donde ninguna de las dos partes consigue escuchar a la otra en detrimento de las víctimas. Ambulancias que van a pisos e incluso barrios equivocados, la fatal de cooperación de los pacientes… todo es un puto caos y nuestros héroes apenas pueden hacer algo para salir airosos de las situaciones.
Porque la cinta, aparte de retratar a unos personajes anónimos y desconocidos, hace una radiografía catastrófica de la situación actual búlgara, perfectamente válida para cualquier país de la vieja y marchita Europa.
En un momento dado, tras dar vueltas durante horas y horas buscando un piso, la ambulancia deja de funcionar correctamente. En particular se pierde la comunicación entre la centralita y ese ataúd flotante de color blanco que vaga sin rumbo por la ciudad. Como si se tratara de una cinta bélica, uno de los ocupantes hace esfuerzos desesperados por conseguir contactar con el hospital, repitiendo «el sistema ha caído», y aunque lo que intenta transmitir es que la cadena de mando (si a eso se le puede llamar así) no funciona y van a ciegas mientras alguien por algún lado espera una maldita ambulancia, lo cierto es que resume a la perfección la intención de la cinta. Efectivamente, el sistema ha caído, se ha ido a la mierda de una vez por todas, pero no se trata de la dichosa cadena de mando, sino de la sociedad. Poco a poco, paulatinamente y sin hacer mucho ruido, el sistema ha dejado de funcionar. Poco después se restablece el contacto por radio con la centralita del hospital. Desde la ambulancia se le informa que están perdidos y que creen que los datos han sido erróneos. Piden instrucciones. Una voz sin alma responde algo así que cuál era la situación del paciente. Y uno se ríe, por no llorar, porque todo acaba siendo tragicómico.
El trabajo de los hombres y la mujer que transitan sin esperanza por Sofia queda dibujado como una derrota diaria que cada día va a más. Su profesión ha quedado reducida al equivalente a echarle un flotador con forma de patito a los náufragos del Titanic. Están porque tienen que estar, y ganas de salvar alguna vida no les falta, pero cada vez la situación va a peor.
Lo mismo se ponen a hablar de sus vidas personales, de la diferencia de clases existente de manera cruel por todo el tejido urbano, que de todos los compañeros que han dejado la profesión. Y uno comprende que esos compañeros han abandonado el barco, que para hacer el paripé con una chatarra blanca “apatrullando la ciudad” mejor se quedan en casa, o peor aún, nos pasamos a la privada. Cada día son menos. Alguna vez fueron los flamantes guardianes de nuestra salud. Aquella gente en la que confiar en los peores momentos. Ahora no son más que una sombra atravesando la ciudad a toda hostia rezando por no llegar tarde esta vez mientras desde la centralita se acumulan las llamadas.
Con un estilo directo, cámara fija determinada a discernir las miradas y los gestos de los tres tipos que deambulan dando tumbos de un lado a otro intentando salvar a alguien, el trabajo del cineasta Ilian Metev, también cámara, se muestra impasible con el derrumbamiento moral, ético y económico que asola nuestro continente.
El final es simplemente de película de terror, con accidente incluido de por medio de la ambulancia. Al final se llega con 4 horas de retraso al lugar y lo único que pueden hacer es certificar la muerte del paciente. Los hombres y mujeres que trabajan en la salud reducidos a mensajeros para decir un ahogado «lo siento» a los familiares de la víctima.
El día comienza de nuevo, lleno de silencio. Ahora hay un loco salvador menos. No hay nada que decir, el sistema ha caído.
El sistema ha caído y no hay atisbo de que vaya a volver alguna día.
Para ahorrar, igual en Bulgaria pronto deciden prescindir de un paramédico y llevar directamente a un enterrador.