Trascendencia espiritual y crítica social por lo fantástico en el cine marroquí
«¿Por qué no se va a poder hacer Cine fantástico en Marruecos?»
Así es como la directora marroquí Sofia Alaoui respondió a una determinada pregunta en una entrevista al hilo de las esencias de su magnífico debut en el largometraje Animalia, comentado en este mismo espacio con motivo de su participación en la Mostra de València del pasado año, que por fin se estrena en las salas de nuestro país. Y así es como yo introduzco este comentario sobre el que podríamos considerar prólogo indubitadamente sugerente de su película. Si aquella incisiva incursión en el thriller social hibridado con elementos sobrenaturales nos arrastraba a una reflexión poliédrica sobre problemáticas sociales, religiosas, éticas y políticas de incuestionable trascendencia en el mundo contemporáneo, en esta ocasión parece que Alaoui decidió aprovechar sus excelsos veintitrés minutos de duración para aglutinar sus inquietudes desde una perspectiva holística, capaz de sugerir con las sutiles pinceladas propias del formato. En cualquier caso, no se puede obviar que si entonces desgajó la historia y las circunstancias de una primera Itto para expandirla como protagonista absoluta en un relato de marcada impronta emancipadora de las mujeres, aquí se centra en un joven pastor tradicional, Abdellah, pegado a la tierra y a la ruralidad ancestral marroquí, que también se podría contemplar como el predecesor del futuro compañero de viaje trascendental de Itto, Fouad, en su ejemplificación crítica de los abismos socio-económicos marroquíes y del dogmatismo religioso imperante —y para más inri, aquí y allí, ambos personajes están interpretados por el actor Fouad Oughaou—.
Y con él comienza esta hermosa fábula espiritual, en el agreste escenario de las montañas del Atlas, con el aislamiento cotidiano del pastoreo y el cuidado de sus cabras, sobre unas tonalidades terracota y azuladas que nos retrotraen poderosamente a la atmósfera esteticista y preciosista de Animalia, enaltecida por un virtuosismo fotográfico que ya podemos considerar marca de la casa —ambas además a cargo del cinematógrafo Noé Bach—. Su padre llega con un carnero moribundo en los brazos, asegurando que todos los animales van a morir si no consiguen el grano necesario para alimentarlos. Por la noche, alrededor de la hoguera, recortadas sus figuras sobe la inmensidad oscura, los hombres conversan sobre las tiendas más convenientes para que Fouad realice la compra, y el mayor advierte al joven de que ese será el último año que le acompañe allí; a partir de entonces estará solo, y en consecuencia debe contraer matrimonio ya con una mujer que lo ayude y lo acompañe —veremos a Abdellah revolverse contra la directriz, pero su padre redoblará la contundencia: «Estás en la edad para casarte»—. Después, intuiremos la frustración del zagal, en su contemplación solitaria y lastimera de unas motocicletas en una página web a través del teléfono móvil.
Al alba emprenderá su aventura, introduciendo nuevamente Alaoui ese pulso narrativo de ‹road movie› que tan buenos resultados acredita en su siguiente film, pero aquí a lomos del pertinente burro cargado de alforjas —sin duda, un potente símbolo de la cineasta para poner la atención sobre los radicales contrastes materiales de su país—. Desde que el patriarca le entregue su bendición divina, la cámara de Alaoui armará la puesta en escena siempre desde detrás, mostrándonos sus pasos incipientes para que los observemos desde la incertidumbre de un destino impredecible. Porque el poderoso impacto extrasensorial que va a sufrir Abdellah, comenzará a materializarse cuando halle abandonada la casa de su amigo Muhamad, como en una huida precipitada e inexplicable, que nuestro aventurero solo se ve capaz de conjurar con la oración. Y eclosionará en toda su intensidad —y en unas estampas visualmente cautivadoras— cuando se encuentre el pueblo absolutamente desierto. En las calles abandonadas solamente un hombre despreocupado, podríamos señalar que casi iluminado, le contará que todos se fueron al amanecer, mientras disfruta plácidamente de un té moruno. Él será el que pronuncie la incisiva aseveración que pone título al cortometraje de Alaoui, ante la desazón de Abdellah por la supervivencia de sus animales. Como también de su boca brotarán esas palabras reveladoras sobre «las criaturas del cielo, que han venido para demostrarnos que no estamos solos en el universo», mientras en una televisión los noticieros sobre la huida de las masas para refugiarse en la gran mezquita Hassan II, se entremezclan con las terroríficas advertencias del imán: «esto es obra del diablo».
Y precisamente en este pasaje, se encontrará el pastor perdido con una mujer del pueblo que conoce, esta Itto (Oumaïma Oughaou), que porta en la espalda a su hijo, y se dispone a huir de allí, pero en dirección opuesta al centro de culto. En su desorientación Abdellah la impelerá para resguardarse juntos en ese refugio infranqueable de sus creencias, en una reacción cargada de toda la herencia cultural patriarcal, que a mí se me antoja como el punto de partida de su tan recomendable siguiente propuesta. Pero ella se negará —ya lo hemos dicho—, y él la condenará con la irracionalidad herida de la incomprensión. En una portentosa combinación de planos, percibiremos la tentación de salir tras ella, montado esta vez en una moto como esas que oteaba con deseo la noche precedente. Pero finalmente, volverá a su burro, y se sumergirá en el camino, en una noche alucinada cuyas enigmáticas señales estelares transformarán sus cimientos personales para siempre. Cuando por fin consiga regresar a casa, la apoteosis final en su pequeña finitud, en este rincón apartado del mundo, nos habrá llevado con él —y con Alaoui— a un cuestionamiento profundo de las bases espirituales preponderantes en la sociedad marroquí, por medio de los recursos del cine fantástico que explotarán al más alto nivel y con mayor carga de profundidad en Animalia.
«El Cine es más hermoso que la vida.»