Hay un momento de Smile donde la protagonista, Rose, define aquello que parece hostigarla sin descanso como una “maldición”; una afirmación que, dentro de la inconcreción desde la que se determina por la urgencia de la situación, bien podría tener su razón de ser. Describir, no obstante, ese proceso como un exorcismo, podría adquirir un significado con el que otorgar una lectura mucho más certera al debut de Parker Finn en el terreno del largometraje; no hablamos, obviamente, del plano sobrenatural, del exorcismo como respuesta a una posesión que obliga a su recipiente a actuar de un determinado modo (aunque también sería una interpretación válida), sino más bien como un proceso desde el que afrontar esos demonios internos que nos acechan, persiguen y atenazan, empujando nuestras emociones a un desequilibrio forzoso que nos aleja de los demás.
Todo esto constituiría una tesis en la que Smile no pretende ahondar, más bien busca asir como componentes desde los que incurrir en un horror que nos lleva de la fisicidad a lo psicológico, y que es invocado desde las formas más elementales, apelando a ese terror a lo desconocido que parece tener un patrón, y que Finn no evita ni rechaza: más bien abraza como manera pre-clara de exponer un horror desvinculado de ambivalencias o dobles sentidos. De este modo, Smile se alza como una propuesta sin vértigo a lo conocido —desde su condición como pieza de género a priori anómala—, que no rehúye lo formulaico y, de hecho, lo emplea como punta de lanza, dando a entender que el interés del film reside exclusivamente en una puesta en escena y una serie de recursos visuales que permitan al cineasta construir secuencias que nos trasladen a sus recovecos más terroríficos, exhibiéndose como un ejercicio cuyas intenciones resultan más que manifiestas.
Con ello pudiera parecer que existe cierto desdén en la cimentación de un relato original —ya que, desde su premisa inicial, que rememora fácilmente el It Follows de David Robert Mitchell, a su transcurso, en el que encontramos no pocos tropos del ‹J-horror› popularizado por Hideo Nakata y Takashi Shimizu, no se atisban novedades temáticas ni estructurales que puedan sorprender al espectador—, e incluso poco interés en huir de lo predecible y asumible —y es que, al fin y al cabo, Smile frecuenta, paso por paso, los escenarios más comunes del cine de terror—, pero lo cierto es que Finn compensa con creces esas carencias (si se quiere) a través de un aparato narrativo que no solo es capaz de condensar las aristas del relato acudiendo a terrenos ya conocidos entregando un producto sólido, sino además incorpora distintas ‹set pieces› sin que la función de estas se muestre lo deliberada que es, y estén engarzadas a la perfección en el conjunto.
Si bien es cierto que Smile puede mostrar síntomas de agotamiento durante el trayecto precisamente por esa forma de apelar a un ABC tan básico en la construcción del relato y sus aristas, hay que reconocer su indudable capacidad por generar atmósferas y componer piezas que suscitan emociones tan distintas como complementarias. Algo que se constata en una imagen tan simple como definitoria: en una de las escenas de la cinta, donde Rose —una perfecta Sosie Bacon cuya caracterización, reflejando esa extenuación mezclada con una sensación de desconocimiento e inquietud, es sencillamente brillante— termina en urgencias tras un incidente, Finn muestra con no poca intención, a través de un plano detalle, la parte superior de una tabla con la escala del dolor, donde reposa un icono verde y sonriente con un 0 a su derecha: un matiz, mediante la imagen, tan insignificante como inteligente que asocia la ausencia de dolor a un aparente vacío en lo afectivo, confrontando así aquello que por separado tendría (a priori) más sentido, y que encuentra una extensión en esa expresión de alivio (o incluso desahogo, cierto regocijo) cuando, tras una secuencia tremendamente tensa, el espectador exhala esa angustia recurriendo a lo que con toda probabilidad es su extremo más discordante: una absurda y sonora sonrisa que no podría ser más reveladora.
Larga vida a la nueva carne.