El hindú Partho Sen-Gupta se enfrenta en Slam a su segundo largometraje de ficción tras la previa Sunrise, aquella en la que envuelta bajo el manto del thriller de tintes policíacos focalizaba un drama con los abusos sexuales como telón de fondo. Para este nuevo proyecto vuelve a utilizar una estrategia tonal muy similar, mezclando ambos enclaves genéricos, aunque aquí se traslade a la orografía urbana de Australia para establecer un discurso más centralizado hacia los problemas raciales dentro del propio país. Ameena es una poeta del llamado ‹slam›, una especie de conjetura teatral en la que a modo de monólogo sus participantes han de defender un discurso utilizando todo tipo de armas escénicas y dialécticas; tras efectuar una diatriba con no pocas disertaciones acerca de la violencia, Ameena desaparece. Es su hermano, perfectamente amoldado a la sociedad australiana y con un foco familiar afianzado en el embarazo de su esposa, sobre quien recae la responsabilidad de mover todo tipo de hilos para encontrarla. Al mismo tiempo, y de manera colateral, tenemos a una oficial de policía que se encarga de llevar el caso y que asimilará también con vehementes maneras el encontrar a Ameena donde quiera que esté.
Partho Sen-Gupta afianza dos ramas narrativas colaterales respecto al ‹leit motiv› argumental de Slam, la búsqueda de la mujer cuya desaparición ha tenido lugar bajo unas extrañas circunstancias que de manera paulatina se irán sugiriendo en la evolución de la película, quedando claras, al unísono, las bases de su discurso. Como ya ocurría en Sunrise, el cineasta vuelve a utilizar el thriller como mero andamiaje tonal, dando vigorosidad a las verdaderas intenciones del autor. En ellas podemos encontrar el enorme choque cultural que se deriva en la historia de Ricky, hermano de Ameena, teniendo que doblegar su estabilidad emocional y familiar con la enorme problemática social que le supone, tanto en lo personal como lo puramente gubernamental (bajo a este respecto, lugares comunes del reverso policial de la trama serán requeridos) al tener que chocar con las inevitables dificultades culturales de los motivos de la desaparición de su hermana, coyunturas raciales y de género mediante, que acerca además a la serie de tabúes de Occidente frente a una australiana con ascendencia islámica. Por el otro lado, la vertiente argumental de la oficial de policía, si bien recorre estamentos acostumbrados en su intención, propone el enfrentamiento ante un suceso a todas luces maquiavélico que hacen que en ella se recuperen viejos fantasmas emocionales, llevándola sin tapujos a una escalada de decadencia moral.
Slam se planifica con un ritmo medido y fiel a la contundencia de su mensaje, no alejándose en el uso de cierto oscurantismo en su puesta en escena visual y opacidad lumínica en algunos de los repuntes dramáticos de su historia. Se vislumbra además cierta naturalidad ‹aussie› en su conjunto, tanto en el talante orográfico de su sociedad como en una narración que parece buscar una identidad hacia la propia cinematografía del país, como una visión occidental a las problemáticas adyacentes a la historia; bajo los recursos dramáticos que dan sostén a la historia, como pudieran ser el rechazo ciudadano a las corrientes foráneas, la opresión moralmente discutible de los medios de comunicación o la intolerancia entre fronteras, elementos que son puestos bajo el foco del país como una visión crítica de ciertas posturas adoptadas también por naciones no muy alejadas a la propia Australia.
Lo mejor que se puede decir de Slam es que la fortificación de su discurso responde a una ejecución del mismo sin ningún atisbo de provocación u hostilidad reflexiva, lo que la convierte en una película que busca el dibujo de una realidad bajo la fortaleza de la sinceridad de su discurso. Se engrandece además del buen trabajo realizado en lo que a sus personajes se refiere, tanto en composición como en unas interpretaciones más que notables. En lo puramente formal, y haciendo la inevitable comparación con los hasta ahora dos largometrajes del cineasta, el sello autoral de Partho Sen-Gupta vuelve a ser evidente conectándose su fondo con toda una planificación de género carburada bajo el thriller, que no busca otra cosa que añadir aridez a su contenido y un envoltorio que la pueda conectar con diferentes espectros de audiencias.