Es una cuestión de piel. Es el color y la pureza del mismo vista por el prisma de unos pocos. Es su modificación por la tinta que la impregna hasta convertirla en un tablón de anuncios. Son los golpes que la abultan y deterioran, deformando su consistencia. Es el efecto que tiene al tacto más delicado, que provoca pequeñas convulsiones placenteras. Pero solo es piel, cobertura que exterioriza unos rasgos que nos clasifican físicamente, y nada más.
Skin abre sus puertas con rabia y prostestas, con un enfrentamiento de pieles, una lucha continua sobre purezas y derechos, con un joven tatuado hasta el tuétano liderando los pasos de los vikingos, y un negro gigante esperando a primera línea su llegada. Los protagonistas marcan su territorio como inicio de un camino de redención que va a llevar a Babs al mismo infierno en vida.
Respaldado por el «inspirado en hechos reales», Guy Nattiv intenta reproducir el exitoso corto Skin dando la palabra al epicentro de la discordia. Desde la proximidad de su piel, marcada por todo tipo de señas inconfundibles de la supremacía blanca y falsos mitos adaptados al mensaje de una banda de skinheads, nos encontramos a un Babs que empieza a ver el otro lado de las cosas. El más pequeño e insignificante hueco por el que todo el mundo mira alguna vez para descubrirse a sí mismo haciendo lo que no le gusta.
Su piel, su condición de skin y su forma de sentir son la excusa para desatar un relato donde dar un paso atrás para poder avanzar. Cierto que utiliza la excusa del “conocimiento del amor” para hablar de arrepentimiento y nuevos puntos de vista para un siervo de la violencia, pero sabe consolidar a sus personajes, les da una personalidad propia que enfatiza cada uno de sus rasgos.
Centrado en la gran pericia y dificultad a un mismo tiempo de borrar el pasado, Nattiv se adueña de la historia de Bryon Widner y su mutación real para diagnosticar en imágenes el verdadero dolor físico y anímico que conlleva negar toda una vida creciendo en una banda. Pero lo cierto es que se niega a profundizar en el verdadero problema, es decir, la brutalidad de la situación se ablanda por momentos y no deja de ser un testimonio lejano de esos resquicios de odio que siguen atormentando la sociedad. Pronto es la individualidad la que impera en la historia, simplificando una compleja amalgama de terror a la resistencia llena de altibajos del protagonista.
Jamie Bell sobrevive, demostrando a cara descubierta que es capaz de mutar y afrontar con rudeza lo que venga; en cambio Danielle Macdonald empuja, siendo el retrato de la joven uno de los puntos álgidos del film, una revolución femenina de ideas claras y errores imperantes que le da significado a la evolución de los acontecimientos, revirtiendo el ideal de “familia” impostada por la lealtad hasta llevarlo al terreno más realista —y para esto es imprescindible la presencia de Vera Farmiga, para confirmar la irracionalidad sentimental—. Por ellos Skin se desvía hacia un amor a lo Bonnie y Clyde sin ilegalidades, una especie de «the power of love» que olvida el tema de los colores y la estrategia acosadora de la banda, como una batería de situaciones que nos lleva a ablandar a Bryon y convertirlo en un ciudadano anónimo más, pagando un alto precio físico, porque Guy Nattiv nos confirma que esto es piel y solo piel, envoltura que no deja ver del todo el interior. Y por mucho que se pierda y nunca solidifique, Skin es una experiencia que se agradece visitar.