Vuelve el otoño, vuelve la más que necesaria bajada de temperaturas después de un verano asfixiante. Pero sobre todo, vuelve Sitges. Un retorno que este año se antoja como más verdadero que nunca: después de dos ediciones, especialmente la de 2020, donde la complejidad de la situación sanitaria contribuyó a una sensación de ‹impasse›, llegamos a un 2022 con la sensación de Sitges, ahora sí, está a pleno funcionamiento y con ello, con unas expectativas disparadas entre los seguidores.
Por si esto fuera poco, esta nueva edición celebra el 40 aniversario de un año tan importante para el fantástico como fue 1982. Y aunque lo fácil hubiera sido centrarse, a modo de leitmotiv, en títulos como Blade Runner, La cosa o E.T. se nos quiere recordar dicho evento con un cartel cuya inspiración es Tron. Quizás la menos mencionada en términos de popularidad pero que con el tiempo ha llegado a tener un status de culto.
Si obviamos E.T., por su popularidad, que estemos ante una celebración de los títulos que hemos mencionado anteriormente no es gratuito. Hay que tener en cuenta que su consideración actual no es, ni de largo, la que tuvieron en su día ya que, prácticamente, fueron destrozadas por la crítica e ignoradas por el público. Y un poco es lo que parece reivindicar el festival con su programación de este año.
Más allá de habituales (esta vez por partida doble) como Quentin Dupieux o los ya clásicos del festival como Benson & Moorhead, no aparecen títulos, a priori que puedan ser considerados como grandes eventos o por cuyo visionado haya un ‹hype› desmesurado. Algo que, de entrada, puede resultar algo descorazonador, pero que por otro lado ofrece un abanico inabarcable de potenciales sorpresas, de títulos que a priori pueden parecer pequeños pero que saltan fácilmente a una mayor consideración a través del factor de la no expectativa y la transmisión boca-oreja.
No está en nuestra intención realizar una lista de recomendaciones, aunque es cierto que títulos como Asombrosa Elisa, Cerdita o, a pesar de lo irregular de la saga, Halloween Ends puedan resultar más o menos imprescindibles. Lo que hay que destacar, es la sensación de regreso de la potencialidad, de la variedad de propuestas que, aunque siempre colindando con el fantástico, presentan tal amplitud de géneros que prometen satisfacer no solo las ansias sino también la curiosidad por el descubrimiento.
Pero también, y hace falta recordarlo, esta es la edición de una reivindicación. Si en las dos anteriores, todo parecía enfocado a un ejercicio de orgullo, de resistencia del cine, de su público, de la experiencia festivalera, frente a las dificultades de un pandemia, en este ya estamos en el territorio del posicionamiento frontal, de mostrar que se ha sobrevivido, como si una ‹final girl› se tratara, de una forma de vivir el cine y un género que, por su propia condición, se muestra más frágil ante los vaivenes del mercado. Así pues solo queda decir que este, quizás, es el año de afrontarlo con un sonoro id y disfrutad de la experiencia. Seguro que desde Cine maldito así se hará.