Parece una tarea harto complicada establecer los límites de lo que es normal, hasta que nos plantamos en una sociedad que delimita todos nuestros movimientos y asume por nosotras lo que es válido (y por tanto, normal) y lo que resulta extraño, molesto. Es algo que se puede extrapolar a cualquier situación, pero Franciska Eliassen busca desde el arte, ese lugar donde se permite estirar los límites de lo aceptable, donde se aprecia salirse de la norma, poder denunciar el hermetismo social donde no caben los locos —palabra abusiva que define, desde la “normalidad” a cualquiera que no tenga un comportamiento lógico para una mayoría—.
Eliassen intenta dar forma a una mente compleja en Sister, What Grows Where Land is Sick? con dos elementos: un diario y una adolescente que todavía acaricia con sus dedos la inocencia. Desde el punto de vista de una hermana pequeña, Eira, vigilamos con la misma curiosidad que ella la evolución de Vera, la hermana mayor, que plasma sus complejos pensamientos en un libro que cotillea, a placer, la niña. Nos encontramos en los confines del mundo, el norte de Noruega toma forma a través de su salvaje naturaleza, conservada de un modo ajeno a grandes ciudades e intervencionismos humanos, algo que abruma en cierto modo a Vera, cada vez más preocupada por la huella que se plasma en esa tierra casi virgen. Eira necesita saber quién es su hermana, y como muchas hemos hecho a escondidas, observa los movimientos de la mayor para obtener una imagen prohibida y real rebuscando en su intimidad. El caso es que esa hermana con la que convive no sigue ninguna convención por lo que, vigilando esa intimidad, nos introducimos en su voluble forma de entender el mundo, una versión compleja que la directora valida a través de los pasajes de su diario, que se transforman en escenas oníricas llenas de color y purpurina, compitiendo con la frustración de quien no encuentra una forma concreta para explicarse.
Para potenciar el punto de vista de la más joven de la familia, Eliassen nos ofrece un universo donde los adultos son meras sombras de las que conocemos sus palabras fuera de campo (escuchamos las discusiones de Vera con su padre, o contemplamos la mirada ausente de su madre, quien ha necesitado que la familia se traslade lejos del bullicio de Oslo por su salud), relegando su presencia para enfatizar ese mundo creado entre hermanas. En este ambiente es más fácil crear la intimidad necesaria para introducirnos en esa incontinencia emocional que conforma la mente de Vera, en una película que no quiere caer en los típicos mensajes sobre la salud mental, quizá interesada en dar una salida digna a esas otras formas de entender el mundo, desorganizadas e individualistas, que no parecen caber en espacios normativos y que al mismo tiempo ofrecen interesantes y únicos puntos de vista de una misma realidad.
La mente de Vera se compone de luces y sombras que visita su hermana a través de textos y dibujos que surgen en las composiciones que la directora crea a través del diario, mientras contemplamos a un mismo tiempo el día a día que viven en ese apartado pueblo donde Vera no termina de encajar a la vez que fascina a algunos de sus compañeros. Su actitud se va cerrando mientras se expande su imaginario bajo el punto de vista de Eira, resultando en una escena implacable donde recorremos las paredes de la habitación de Vera, un prolongado paseo por las imágenes que cobran vida sonoramente entremezclando sus dispares intereses. Eira se convierte en la guardiana de los secretos de Vera, y cuanto menos comulga con la comunidad, más cristalina se vuelve para su hermana. Para ello la directora abandona la literalidad y por momentos se compromete con lo experimental intentando evocar ideas confusas de forma literaria e imágenes inventadas que acompañen el discurso. Aunque lo pueda parecer, no es una película que termine de despegar sus pies del suelo, esas ensoñaciones vívidas con las que fantasea Eira son más explicativas que lo que pudiera parecer, además de apostar por un discurso ecologista radical que introduce a golpe de efecto para inspirar la decadencia de su protagonista. Sister, What Grows Where Land is Sick? comulga así con la hermandad femenina, un toque de atención sobre la protección entre mujeres, sobre saltos generacionales que no permiten el diálogo, sobre la destrucción de la naturaleza y sobre el amor incondicional pese a que el orden establecido no coincida con la línea mental que la sociedad admite como válida.