La película que nos ocupa es la segunda incursión en el largometraje de Ursula Meier, directora oriunda de Besançon, en la frontera franco-suiza, que también es autora del guión. Meier parece ser la gran esperanza del cine helvético, ya que sus dos primeros trabajos en el mundo del celuloide (hace 5 años se estrenó con Home, ¿dulce hogar?) han sido seleccionados para representar a su país en los Oscar. Sister participó en la sección oficial del Festival de Cine de Berlín del año 2012, en el cual fue galardonado con el Oso de Plata Especial, un premio que se instauró ese mismo año para poder premiar a la película en cuestión. El filme narra una historia que según la propia directora se le ocurrió tras recordar un suceso que presenció en su infancia: un escarnio público que realizaron contra un niño que robaba material en unas instalaciones de esquí.
La cinta narra la historia de Simon, un niño de 12 años, huérfano desde hace unos años, que se ve obligado a buscarse la vida como buenamente puede para subsistir. El chaval comparte con su hermana mayor un modesto apartamento, prácticamente desamueblado, en una ciudad dormitorio cerca de una pudiente estación veraniega de esquí en Los Alpes suizos. Una convivencia dominada por el caos y el descontrol, ya que la hermana no está por la labor de cuidar a su hermano; bastante tiene con intentar salir adelante, incapaz de mantener un trabajo y una pareja estable. Para poder mantenerse sin depender de los pocos recursos de su hermana, Simon realiza pequeños robos (cascos, guantes, gafas y esquís) a la clientela despistada de la estación de esquí con el fin de revender el material y conseguir dinero. Unos hurtos que intensificará tras un encuentro inicialmente accidentado en el cual capta a un cliente que le proporcionará una buena suma de dinero con regularidad.
Sister cuenta con una atmósfera absorbente, aderezada con momentos de intriga y tensión por la peligrosa actividad que ejerce el protagonista. Meier se decanta por una especie de fábula con pequeños tintes de tragedia y realismo social, atorada de preocupaciones existencialistas, con un claro telón de fondo: la desintegración de la estructura familiar y sus repercusiones en un niño de doce años carente de cualquier atisbo de afecto cercano. La directora pone toda la carne en el asador en mostrar el contraste entre las lujosas instalaciones de esquí repletas de gente sin problemas económicos con las zonas menos favorecidas y sus habitantes, que luchan a diario para poder comer y comprar papel higiénico. De todos modos, aunque se expongan evidentes preocupaciones sociales señalando las desigualdades sociales en ese paraíso fiscal que también tiene su cuarto oscuro, la directora franco-suiza pone mayor énfasis en enseñar cómo se mueve el chaval entre dos mundos tan antagónicos y trata de encontrar su lugar en cada uno de ellos con unas intenciones poco esclarecedoras.
La película se sustenta básicamente en sus dos personajes principales y su relación. Simon se ve obligado a madurar antes de tiempo para ejercer el rol de hombre de la casa y hermano mayor (aunque sea mucho más joven que su apática hermana). El del niño es un personaje ambiguo cargado de complejidad psicológica. Los robos suponen su única forma de sobrevivir, pero la directora decide no presentarlo como un delincuente despiadado y opta por hacerlo de un modo más afable y simpático (la cara de Gnomo campechano que tiene el joven protagonista también ayuda en ese sentido) a pesar de encontrarse confundido y desesperado por la falta de afecto. De todos modos, se encuentra tan preocupado por salir adelante que no muestra demasiadas señales de dolor psicológico en forma de llanto desesperado, salvo en un momento puntual de la narración. Resulta desconcertante la reacción absurda del imberbe protagonista cuando se le cuestiona por parte de extraños sobre los detalles de la muerte de sus padres, y el desapego emocional de la hermana, aunque todo cobra sentido cuando llega el previsible giro argumental en el ecuador de la narración.
Formalmente, la cinta es una delicia. La fotografía de Agnès Godard (colaboradora habitual de la francesa Claire Denis) otorga una estética muy potente recalcando el contraste entre el opulento centro deportivo alpino, siempre presentado de un modo brillante, veraniego y cubierto del resplandeciente blanco nuclear de la nieve, con el tono grisáceo y austero de las miserables condiciones de vida de nuestros protagonistas. El breve acompañamiento musical durante algunos pasajes, con predominio de la guitarra eléctrica y acústica, siendo algo disonantes, no molestan demasiado si obviamos la introducción con una guitarra distorsionada que no viene demasiado a cuento. En el plano interpretativo destaca la naturalidad y química entre la pareja formada por el prometedor Kacey Motet Klein, con una actuación muy por encima de lo que se espera de alguien de su edad, y la bella Léa Seydoux (Malditos bastardos, La vida de Adèle) que cumple a la perfección en el rol de un personaje contradictorio y misterioso. También cuenta con un pequeño papel Gillian Anderson (la legendaria agente Scully de Expediente X) que no desentona en absoluto a pesar de llevar a cabo un rol con poco espacio y menor desarrollo que el dúo protagonista.
Sister muestra durante la mayor parte del tiempo las silenciosas acciones cotidianas en la vida del chico mientras desarrolla su peligrosa actividad. El filme cuenta con un claro aroma a cine social centro-europeo, y sigue la tradición temática de películas como Los 400 golpes de François Truffaut, El pequeño ladrón de Érick Zonca, y muy especialmente del cine de los hermanos Dardenne, gracias a su puesta en escena de corte realista, con la cámara situada muy cerca de los personajes durante la mayor parte del tiempo, un ritmo narrativo similar, y la coincidente temática de la ausencia del calor familiar también tratados en Rosetta o El niño de la bicicleta. Sin embargo, la directora no consigue alcanzar la carga emocional implícita en los filmes más conseguidos de los hermanos belgas y pierde buena parte de la naturalidad pretendida por el uso de un par de golpes de efecto que se antojan innecesarios: uno muy fuerte a mitad de película (aunque no enturbia por completo la experiencia), y otro más moderado en el epílogo que pese a ser algo discutible contiene una elevada carga simbólica. Se agradece que, tal y como sucede con el dúo belga, no haya espacio para la sensiblería con un argumento que podía dar lugar a ella, y que no intente explicar todo, dejando algunas situaciones para la libre interpretación del espectador.
Quisiera saber cuales son esos dos golpes de efecto, en concreto, a los que te refieres, que se antojan innecesarios para lograr esa naturalidad pretendida en el film. Gracias
¿Cómo decirlo sin destrozarle la película a quien no la haya visto? El primero, el que considero más grave, es cierta confesión que hacen en el coche a un tercero. El segundo es justo la escena final, y comenté que no molestaba demasiado porque tiene una elevada carga simbólica. Un saludo.
Pero son giros de guión bien preparados y que causan asombro y hacen que la película adquiera una nueva dirección, explotando al máximo la relación entre personajes. Es la clave, de hecho, y la directora dirige su mirada hacía ello de manera que va dosificando la información. Un truco de guión tan viejo como el hambre y que me parece genialmente explotado.
El final es una redención, jopelines. De belleza factura y que cierra todo lo anteriormente visto.
Esa es mi opinión, sandias. La tuya la respeto y me gusta tu crítica, que conste.
Gracias por tu respuesta. Me gusta tu crítica Pep. Ahora, estoy de acuerdo con Pablo García, en afirmar, sobre todo la escena del carro, es un giro de guión, que hace que la historia tome otro dirección. Quizás este tipo de decisiones dramaturgicas, afecten cierta naturalidad pretendida, pero creo que son aceptables dentro del mundo ficcional de la película. El final, a manera personal, me parece magnifico, esa carga simbólica no raya con la naturalidad pretendida. Un saludo!
no coincido con la crítica. La película es de una belleza extraordinaria; muestra las desigualdades sociales que imperan en el capitalismo de una manera clara. Un centro de esqui de lujo y una ciudad dormitorio donde residen los que limpian la mugre de los ricos que allí vacacionan. El niño no es un delincuente, es un sobreviviente en un mundo impiadoso. No llora porque tiene que salir adelante, no se lo puede permitir y ademas es su única manera de vivir; citando a Ken Loach en la peli «Riff Raff» «la depresión es una enfermedad de las clases medias». No coincido con la descripción del niño como «gnomo con cara de campechano», la moralidad no es un valor natural, sino que se construye. El contexto es inmoral, ricos y pobres limpiando su mugre; el niño no hace mas que redistribuir riqueza, vendiendo mas barato equipamiento de esqui que de otra manera sus pares no podrían adquirir. Soy de America Latina, situaciones como estas aqui son cotidianas. El final es esperanzador y de una belleza infinita.