Si algo nos ha quedado claro del cine de John Carney es que el irlandés ama la música de una manera incondicional. Lo demostró en Once y Begin Again, sus dos películas más conocidas hasta el momento y que compartían fuertes vínculos en su temática, planteamiento y estilo, lo que hizo inequívoco el sello de Carney por más que ambos trabajos acabaran discrepando en la evolución de sus argumentos (siendo bastante más optimista la rodada en EEUU).
Sing Street es un nuevo intento del cineasta por continuar esta vía cinematográfica. Esta vez el título es de lo más explícito posible, puesto que prolonga una idea ya expresada en sus anteriores films: la música pura y espontánea, la música por arte y no por oficio, la música en el sentido más romántico, en definitiva, la música de la calle. Desde el principio se nota que este no va a ser el único punto en común con las mencionadas obras (y con otras de su filmografía como Viviendo al límite), ya que el gusto por los personajes marginales sigue estando intacto. En este caso, el protagonista es Connor, un adolescente que en medio de la crisis irlandesa de los 80, de las discusiones paternas y de los amenazantes compañeros de su nuevo instituto recurre a la música para escaparse de todos estos problemas. Y lo hace partiendo de una firme intención: conquistar a Raphina, una apuesta mujer aspirante a modelo a la que convence para salir en los videoclips de su nuevo grupo musical, que comparte título con el de esta película.
Es innegable que Sing Street mantiene los mismos postulados buenrollistas que ya caracterizaron principalmente a Begin Again, por mucho que esta vez los combine con varias lecturas menos optimistas sobre el presente y futuro de la sociedad irlandesa en la línea del argumento de Once. Y no es menos evidente que una de las razones que impulsa esta razón es el constante hilo musical de la cinta, que nuevamente alterna temazos de la época (hitos de The Jam, Duran Duran o The Cure, entre otros) con varias canciones escritas por el director y varios de sus colaboradores para ser estrenadas con la película. Estas, además de prestar un uso diegético y tener un sentido argumental, hacen gala de un curioso gancho que provocará que a más de un espectador se le vayan los pies detrás de la música. Drive It Like You Stole It o The Riddle of the Model son composiciones que ayudan a crear una buena onda que ya es “marca Carney”.
Otra cuestión a rescatar de Sing Street es el ya mencionado gusto del director por los personajes a priori deslavazados y casi apartados de la sociedad. De nuevo, es la protagonista femenina la que goza de mayor gancho, la que posee un papel escrito con mayor perspicacia. Raphina es el eje de la obra, como ya lo fue la Gretta interpretada por Keira Knightley en Begin Again o la Markéta Irglová de Once. Aunque algunas situaciones que atañen a los personajes también recuerdan ligeramente a estas obras, la historia de Connor, Raphina y compañía tiene suficiente alma propia como para reivindicarse por sí misma y convertirse en una de las mejores que ha escrito este cineasta.
Sing Street funciona a pesar de que en muchos momentos despida un claro tufillo a déja vu. Si Carney no se manejara tan bien en este terreno, diríamos que la formula comienza a agotarse. Pero la realidad es que el guión de esta película es el que presenta una construcción más certera, el que mejor juega con las situaciones y el que menos empalagosa resulta al manejar las escenas románticas. Si no existieran precedentes, diríamos que se trata de un ejercicio sobresaliente. Pero que tampoco nos nuble el rechazo a lo no original: un chute de buen rollo siempre es bienvenido. Y de eso, Sing Street va sobrada.