Antes de convertirse en uno de los más prestigiosos y reconocidos cineastas del cine clásico japonés, sobre todo gracias a su trilogía de La condición Humana y a dos obras maestras incontestables como Harakiri y Samurai Rebellion, el maestro Masaki Kobayashi arrancó su exitosa carrera en la dirección de largometrajes en el género del melodrama clásico nipón. Hecho que puede sorprender, puesto que las películas más populares del autor de El más allá distan mucho de los arquetipos propios del melodrama japonés. De hecho, sus dos películas más famosas anteriores a la filmación de la trilogía de La condición humana fueron un noir de tono neorrealista como Río negro y el drama carcelario The Thick-Walled Room, ambos productos que se vinculaban más con el tono y el estilo narrativo del cine occidental que con la más reposada y trascendental forma de concebir la narración cinematográfica propia del cine japonés.
Este fue uno de los motivos que Kobayashi fuera, junto con Akira Kurosawa (otro director muy afectado por el lenguaje característico del cine americano), el director japonés más premiado y visto en occidente. Es por ello que llama mucho la atención que en sus comienzos en el cine el sensei amasara unos patrones que posteriormente se fueron amoldando a otro procedimiento mucho más osado y arriesgado en cuanto a técnicas y arquitecturas cinematográficas.
Sincere Heart (traducción al inglés del original Magokoro) fue el segundo largometraje del maestro tras su ópera prima La juventud del hijo. Detrás del guion de la historia se hallaba Keisuke Kinoshita, uno de los grandes maestros del melodrama clásico japonés y también un magnífico guionista que prestó sus servicios a muchos de los mejores directores de la época. Quien conozca el cine del autor de Veinticuatro ojos advertirá que Sincere Heart parece más una película perteneciente a la filmografía de su guionista que a la de su realizador, pues los grandes temas estéticos y espirituales propios de Kinoshita están profundamente insertados en la edificación y cimientos de la película.
En este sentido, esa sensibilidad a flor de piel presente en los grandes melodramas del autor de La balada de Narayama, inyectada a través de esas historias de amor imposible y heterodoxas sufridas principalmente por parejas pertenecientes a mundos y experiencias contrapuestas, bautiza todos los rincones del film. Asimismo, ese gusto por plasmar la inocencia de esas almas cándidas que aún no han conocido la hiel que emana de las relaciones humanas y el consiguiente descubrimiento de la crueldad que adorna la condición humana en el momento de paladear la madurez, se observa como esencial en el desarrollo del relato planteado.
Pero este hecho de dirigir lo que parece una obra de encargo más consustancial a su compañero Kinoshita no debe resultar motivo de rechazo. Al contrario. El resultado obtenido con este trabajo primerizo demuestra que Kobayashi era un todoterreno con mucha clase. Un joven que se adaptaba a la horma del relato que se le había encomendado para lograr salir más que airoso. Puesto que el hecho de que un novato obtuviese los mismos o parecidos resultados artísticos que un autor que llevaba ya una carrera de diez años dirigiendo películas, deja entrever que detrás del proyecto se encontraba un hombre talentoso con una privilegiada mente para narrar cualquier tipo de historia que se le pusiera por delante.
La película arranca mostrando a un grupo de adolescentes jugando un partido de rugby. Entre los jugadores se encuentra Hiroshi (Akira Ishihama), un chaval perteneciente a una familia de nuevos ricos deseoso de vivir nuevas experiencias y viajar a Europa, en contra de los pensamientos de su padre que prefiere que su vástago ingrese en una prestigiosa universidad para que en un futuro ayude a la dirección del negocio familiar.
Kobayashi perfila con mucho tino a los diferentes integrantes de este nido. A la madre Kuniko (interpretada en un breve papel por la mítica Kinuyo Tanaka) como esposa fiel y cumplidora de los mandatos de su autoritario y déspota esposo. A la hermana de Hiroshi como una joven con poco cerebro y escasas ambiciones, que tan solo vive para contraer matrimonio con el tutor de su hermano, quien parece haber sido contratado por el cabeza de familia con el doble objetivo de formar a Hiroshi y conquistar a su hermana. También será importante la figura del profesor de escuela del joven protagonista, un hombre de mediana edad que debió conformarse con su gris vida al no haber podido consagrar sus sueños de libertad.
La tranquila y absorbente vida de Hiroshi dará un giro cuando a través de la ventana de su habitación observe a una joven vecina recién llegada al barrio. La adolescente vive, afectada de una enfermedad crónica que le impide salir a la calle, junto con su hermana mayor en un maltrecho apartamento, sobreviviendo ambas gracias a los ingresos que obtiene ésta última como cabaretera, hecho que sume en la vergüenza y habladurías el núcleo familiar. Además, una historia del pasado relacionada con un tío de la familia que parece cometió algún abuso debido a su adicción al alcohol, induce a que las dos jóvenes hayan debido huir con la intención de quitarse de en medio a este incómodo pariente.
Hiroshi y su nuevo amor pertenecen a dos mundos diferentes. El de los ricos y el de los pobres. El de los sanos y los enfermos. El de las oportunidades frente al de la imposibilidad de prosperidad. Pero algo les une. La mirada inocente de dos jóvenes que se atraen de forma inconsciente. La explosión del amor virginal exento de ambiciones egoístas.
Y así, Hiroshi sacrificará sus sueños de explorar nuevos vientos en el extranjero, optando por cumplir los deseos de estudio de su padre con la condición de que a cambio éste le dé una cantidad de dinero que en secreto desea donar a su enamorada platónica, conocedor de que una infección que sólo puede ser tratada mediante el dinero que falta en la unidad familiar, y preciso para ingresarla en un sanatorio, podría llevarse por delante a su proyecto de futuro. A esa persona que ansía acariciar y cuya distancia parece imposible de sortear. Sin embargo, la avaricia y la ambición desmedida que vierte sus influjos sobre aquellos que han decidido abandonar los caminos de la redención y la bondad humana obstaculizarán los empeños y apetitos de un joven Hiroshi, que conocerá de forma súbita y violenta los efectos que conlleva madurar.
A través de una puesta en escena que derrite una sensibilidad a flor de piel mediante una estructura y montaje escénico muy clásico, renunciando por tanto a cualquier signo de modernidad iconoclasta, Kobayashi forjó un melodrama modélico que desprende sabor a cine oriental de antaño. Cocinado a fuego lento, aunque no por ello tedioso. Sí se observa, en cambio, cierta tendencia a un acoplamiento narrativo que guarda cierta relación con el melodrama hollywoodiense de los cincuenta, suceso que le sienta fenomenal al envoltorio del film, puesto que igualmente —y como he comentado en los primeros párrafos— la película contempla todas las bondades y cualidades del cine de Keisuke Kinoshita en el sentido de construir una trama sencilla y sin complicaciones técnicas, potenciando la emoción extrema con cierto conato al desgarro y a la lágrima.
Lo que no hay margen es para el humor. Este es un melodrama trágico y cruel que deja pocos huecos para la esperanza. Un producto que señala las desgracias que marcan a esas almas cándidas que confían en cumplir sus sueños. Y a pesar de lo oscura que resulta la moraleja final, Kobayashi supo tejer su relato con mucha luz y esmero, trazando una de esas obras que hacen descansar su sostén en la ‹coming of age› sin caer en ningún momento en el tremendismo y el sensacionalismo barato con el propósito de desgarrar el alma del espectador. No, pues esta es una de esas obras que trata con inteligencia al espectador, sin engañarlo en ningún momento, dejando que poco a poco la madeja se desenrolle sin trampa ni cartón. Advirtiendo por tanto de lo que pasará en el futuro con cuentagotas, pero de frente. Y ese es uno de los puntos que engrandecen una película que deja un sabor amargo gracias a la empatía que Kobayashi logra que sintamos hacia la pareja de jóvenes protagonistas. Queremos que triunfe el amor. Que los dos se puedan conocer más íntimamente y no solo a través de los sueños y los espejos que reflejan los rostros de dos bisoños adolescentes que empiezan a vivir.
Pero la realidad manda. Y la realidad existente en el Japón de posguerra golpeado en su cultura por esos extraños que se asentaron en la isla para traer la democracia y el desarrollo capitalista no podía ser esperanzadora. Y así lo narraron en sus inicios en el mundo del cine los maestros Masaki Kobayashi y Keisuke Kinoshita.
Todo modo de amor al cine.