En la pura definición formal de lo que Sightseers representa se podría hablar de ella como una comedia sazonada con ingentes dosis de un afilado humor negro. No obstante, en el universo Wheatley nada es lo que parece, y como ya sucedía en su anterior Kill List, su nuevo film termina virando lo suficiente como para transformarse en una demoledora comedia sobre un enfermizo romance. Eso sí, un romance que se define soslayadamente durante casi todo el metraje y termina llegando a sus mayores cotas en un tercer acto fabuloso, cerrando —y de qué manera— una de esas experiencias únicas que hay que vivir sí o sí.
Empecemos sin embargo por su arranque, que entronca directamente con Kill List: ambas inician con una disputa verbal que ya nos lleva a las entrañas de un cine más visceral de lo que pudiera parecer, que en la superficie tiene visos de comedia negra tremendamente descarada, pero en el fondo nos habla sobre una relación fundamentada en un pilar básico (el de la confianza) que los personajes de Wheatley siempre parecen perder a medida que transcurre el metraje. Es precisamente ese hecho el que termina dotando de un carácter particular al cine del británico, así como logrando un equilibrio perfecto que, en el caso de Sightseers, se ve reforzado por una portentosa última secuencia que, como en su anterior film, casi parece una consecución lógica de lo visto minutos antes.
Ello se debe al desarrollo interno de esos dos personajes que podríamos definir perfectamente como ‹psycho killers› campestres, y es que aunque entre las motivaciones de esa particular pareja no se encuentran las señas habituales de un asesino en serie —no buscan ser reconocidos como sí sucedía con otros célebres tándems del mundo cinematográfico (ahí están Mickey y Mallory Knox en Asesinos natos, por ejemplo)—, se les podría definir como tal puesto que, casi sin quererlo, ocupan los tabloides de cualquier lugar por el que pasan.
Sus intenciones, como bien describe Wheatley, van mucho más lejos y, por ello, resultan incluso más macabras y enfermizas; tras la consecución de esos asesinatos se esconde el modo de preservación de un idilio a través del que, si bien él pretendía introducir a Tina en su peculiar universo, la pareja encontrará un elemento casi catártico mediante esas muertes que prácticamente siempre surgen a raíz de, según alega Chris, defender aquello que ambos poseen y les ha unido recurriendo a una violencia desmedida que encuentra su punto culmen en la compenetración de una pareja que padece crisis como cualquier otra, aunque a su modo. Las disputas en Sightseers no se simplifican y resuelven con lágrimas o discursos rancios, lo hacen a través de cualquier ardid —ya sea en forma de afiladas piedras o caídas por acantilados— que pueda alejar de un zarpazo cualquier elemento extraño que vaya a desunir lo que han construido juntos.
También se podría recurrir a Kill List para hablar sobre un transcurso que se verá marcado por el desarrollo de una relación que parece estancada antes de que empiece a supurar ese mórbido sentido sobreprotector, ya que en el cine de Wheatley no se conciben las relaciones con normalidad; lo demostraba con el portentoso inicio de su anterior trabajo, y lo vuelve a reiterar en esta Sightseers, donde en principio —quitando también su arranque— no hallamos más que visos de lo que está por venir, y no se empezará a destapar hasta que nos encontremos en el epicentro de ese romance (?) en el que, si nos nos centramos en las convenciones, nada parece funcionar correctamente en la mente de los dos protagonistas.
Por suerte así es el personalísimo cine de una de esas promesas que, lejos del conformismo, zarandea con valentía las convenciones del género y, esté tras un thriller o una descarada comedia de guión ajeno (firman sus protagonistas Steve Oram y Alice Lowe), sigue imponiendo un fuerte carácter y un estilo totalmente definido con sólo tres films. Y aunque pudiera parecer lo contrario —debido, en efecto, a las múltiples conexiones con su Kill List por la similitud tanto tonal como estructural— Sightseers funciona de modo unitario y no requiere referencias para poder ser plenamente disfrutada: sus trazos de rotunda comedia negra complementan a la perfección una cinta que se mueve casi de un modo visceral y concluye con uno de esos planos que valen su peso en oro, y que confirman a Wheatley como una de las mayores esperanzas para el cine de género en los próximos años, además de mostrar a un autor con suficiente capacidad y talento para hacernos reflexionar sobre algo tan manido como las relaciones amorosas de un modo tan contundente que los psiquiatras utilizados a modo de elemento purificador se antojarán una broma de mal gusto ante Sightseers. Para no perdérsela.
Larga vida a la nueva carne.