¿Y tú quién eres? Es la pregunta a la que se enfrenta el documental Shut Up And Play The Piano, es lo que, desde la formalidad de enfrentar al sujeto sobre el que va a tratar el film a una persona que va a entrevistarle, con unas preguntas pactadas. Si no conoces a Jason Charles Beck, y tampoco te has cruzado nunca con Chilly Gonzales, presupones un paseo por la vida del artista que devuelva una imagen aparentemente exacta de su paso por la música. Si le conoces, esperas un revival en bata y zapatillas de andar por casa, pero… ¿qué están dispuestos a entregarnos Philipp Jedicke y Gonzales?
Un personaje tan arrollador como Chilly Gonzales se puede permitir cruzarse con un documental en uno de esos puntos en los que ha probado mucho en el mundo de la música pero también le queda otro tanto que explotar. Ese instante en el que ya se puede hablar de grandes éxitos y de referentes, fases estilísticas y amiguismos con los que cruzar el arte en el que se es experto. Ahí nos encontramos a Gonzo —sí, como el personaje de los Muppets— sentado en una silla dispuesto a abrirse en canal. Pero es fácil pasar a otro plano, porque Philipp Jedicke se decanta por el collage, aprovechando videoclips y viejas grabaciones de multitud de actuaciones, al ser Gonzales de esos autores que han pisado la calle y probado todo tipo de escenarios y micrófonos. Ante la imposibilidad de encasillarle en un estilo musical preciso, conocemos todas sus facetas de golpe: la de rapero, pianista, compositor, performancer e incluso actor (resulta que existe un film donde la batalla a muerte entre ajedrecistas interpretados por músicos canadienses es una posible realidad, y se titula Ivory Tower); todas convergen en un rítmico y disonante enfoque al que se arriman compañeros y amigos de profesión y «del mundillo» en el que se destacan picos de genialidad más allá de lo meramente personal.
Al ser Chilly Gonzales un ser excéntrico y atrevido, se permite seguir un ritmo cambiante y alterado en el documental, como sus impresiones musicales, que marcan el tempo pero no nos devuelven explicaciones concretas de sus decisiones —con total intencionalidad—, como la llegada de Solo Piano, cuando cambió radicalmente el estilo y que parece que en el documental es una mera anécdota: donde la influencia no soporta el peso de su trabajo, lo hace su música hablando en primera persona, con más fuerza que todos los invitados a este simulado concierto.
La filarmónica de Viena o un hipster de última hornada. Si cualquier acompañamiento es válido para irradiar la energía del directo, también lo es plasmarlo en un documental, donde desde su base se intenta cuestionar ese intento de sonsacar una verdad (cualquiera) sobre Chilly y sobre Jason, ese momento en que al artista se le enfrenta al micro ajeno preguntando lo mismo, buscando un enfoque nuevo que solo puede variar ante la mentira, permitiendo un divertido pasaje sobre suplantación de identidades.
Lo mejor es ver una batería de secuencias en las que Gonzales mueve su cabeza como una estrella del heavy metal adelante y atrás mientras el sudor corre por su cara de un modo incontrolable, aporreando el piano como poseído, mientras del instrumento surgen notas a un compás impredecible. Esa pasión ilumina todo el metraje, sin importar si hemos conocido algo del músico, porque sí hemos visto la descarnada intención de musicalizar su vida.
No hay concreción en el hombre que está en casa, tampoco la hay en el personaje que sube al escenario, parece que en este Shut Up And Play The Piano es más la música y virtuosidad de Gonzales que el propio Gonzales, porque una leyenda viva es posiblemente la última persona que tenga que dar explicaciones, ¿cómo podremos inventar su vida cuando ya no esté entre nosotros?