El arte de lo táctil
La directora Kelly Reichardt vuelve a las andadas con una de sus intérpretes habituales de la mano, Michelle Williams, que protagoniza otra de sus historias humildes e impecables.
En la sensacional First Cow la directora interrogó al western confeccionando unas imágenes atmosféricas, donde el mundo que se mostraba no era necesariamente un símbolo o una metáfora de la tragedia, sino un tránsito, un reflejo del fluir del tiempo conducido por una hermosa relación amistosa. Reichardt se detenía a observar el pasto, la serenidad del instante, la poesía de lo efímero, allí donde otros autores habían encontrado y algunos canonizado la belleza de la redención, del regreso a casa o de tantos otros motivos que hicieron significativo a este género.
Showing Up, sin embargo, nos aleja de este territorio sensorial para inmiscuirnos en la cotidianidad de una artista a punto de presentar una exposición. Por un seguido de circunstancias, la muestra la forzará a hacer algunos replanteamientos, en especial en su relación con el caos y el desorden. Sin embargo, esta tesitura se filtra en el film casi de manera invisible, sin apenas aspavientos o giros de guión. Reichardt postra la cámara a un palmo de los personajes, integrándolos en el espacio de manera calmosa, y prefiere pararse a observarlos en su interrelación con lo que les rodea que forzarlos a que abandonen sus zonas de confort. De este modo consigue que la cámara sea un agente pasivo, una ventana que el espectador puede abrir para reeducar su mirada. Culpa de ello lo tienen también cada uno de los encuadres, perlas de la composición, y el modo en el que se van sucediendo, en una ingeniosa labor de montaje, economía visual y redistribución de los elementos.
Jean-Luc Godard decía que el cine se trabaja con las manos, y tenemos ante nuestras narices una película suave sin ser esteta, mínima sin quedarse corta y específica sin resultar quisquillosa. Ver a Michelle Williams, fascinante en su papel, deslizar las manos sobre sus pequeñas esculturas es una brillante dosis de artesanía fílmica, como muchas otras escenas que hemos podido ver en esta edición del Festival de Cannes. A destacar una secuencia donde la cámara se detiene unos minutos a unos centímetros de una escultura, y Williams le cambia la posición de los brazos. Es cine lento, por supuesto, pero describimos una lentitud muy consciente de sí misma y que permite que los personajes, en especial esta curiosa protagonista, puedan respirar. La duración, pues, es una muestra de respeto por el oficio. Williams está irreconocible, con el cabello marrón y en una posición poco expresiva desde el cuerpo, como si estuviese compungida.
Su personaje, Lizzie, se exhibe como una mujer que halla acomodo en la soledad, que pasa muchas horas con su gato y cuyo rostro expresa un cierto hálito de aflicción que puede paliar gracias a su vocación. El episodio del pájaro, uno de los afluentes de la película, es una metáfora de la vida de Lizzie, que encuentra sentido a través del arte porque su relación con su amiga o con sus familiares destila ordinariez y poco ardor.
En ese sentido, la autora Jennifer Barker, en sus libros sobre cine, también desarrolla un concepto en relación a lo que se hace táctil al ojo a través del cine, es decir, la posibilidad expansiva del medio cuando es reproducido en una pantalla. Si pensamos en el público, el cine también ejerce una función corporal, pues reverbera en cada uno de nosotros de manera física. En ese sentido, Showing Up es una caricia al espectador, un pequeño canto a que conservemos los objetos que nos han acompañado cuando hemos sentido felicidad.