Sesión doble: Willie Dynamite (1974) / The Black Gestapo (1975)

La ‹blaxploitation› regresa a nuestra sesión doble con dos cineastas y dos cintas a descubrir: por un lado el debut de Gilbert Moses —quien más tarde dirigiría episodios para series como RaícesLey y orden— con Willie Dynamite, y por otro uno de los largometrajes más destacables de Lee Frost con The Black Gestapo.

 

Willie Dynamite (Gilbert Moses)

Pocas películas reflejan de un modo tan preciso e intenso, hasta rozar casi la autoparodia, las claves estéticas del cine ‹blaxploitation› como Willie Dynamite, como queda patente ya en la misma escena introductoria, una aparente glorificación del proxenetismo que, al tiempo que hace sonar todas nuestras alarmas morales, se diría un compendio apresurado de los rasgos más definitorios del subgénero: música funky (con tema creado exprofeso para la película), actitud macarra y chulesca, vestuario imposible de colores que hacen daño a la vista… Y, sin embargo, la impresión no deja de ser equívoca. La presentación del personaje de Dynamite, desfilando con su corte de fulanas como si fuera un emperador, hace presagiar un producto mucho más frívolo de lo que finalmente uno se encuentra. Porque nuestro antihéroe, por mucho carisma que posea, es a todas luces un ser despreciable, y como tal su director, Gilbert Moses, lo muestra sin disimulo a lo largo de la película. El componente racial tiene aparejada su correspondiente denuncia: en la jungla en la que crece la población negra estadounidense, la consecución del sueño americano se materializa a través del crimen.

No es, por tanto, ese divertimento ligero salpimentado con gotas de humor de efectividad dispar (chistes rijosos conviven con gags que parecen sacados de Top Secret) que parece a simple vista, sino una visión bastante dura del mundo de la prostitución y la drogadicción, y un cuestionamiento razonable de la ética capitalista aplicada a la esfera criminal, en la que la explotación (en este caso de la mujer, simple ganado con el que trafica Dynamite) conduce a un prestigio social y económico que se cifra visualmente en algún tan frívolo, y al tiempo tan frágil, como el lujo y la extravagancia: los trajes y los coches caros (pero feísimos) son el estandarte del éxito que Dynamite pasea orgulloso a la vista de todos, para hacer saber que, por fin, es alguien en la vida, que ya no es ese don Nadie salido del gueto al que todos pueden vapulear… La intención de Moses es mostrar la volatilidad de este éxito, que por otra parte siempre estará amenazado por los movimientos de la ley y por la propia agresividad de los competidores, porque dentro del capitalismo la competencia feroz, libre y desleal es inevitable.

Estamos, pues, ante un ‹blaxploit› de tomo y lomo en lo concerniente a su estética (con un sentido de la época y del lugar que funciona también como documento social de un tiempo determinado), pero también ante un relato de denuncia en general bien planteado, pese a un guion quizás demasiado episódico y disperso, y por el que desfilan prostitutas rajadas y apaleadas, yonquis sin futuro y gente desalmada que se vale de ambos para levantar su imperio criminal. Es, pues, un film con pretensiones moralizantes, pero se agradece en cierto modo que su acercamiento al tema racial no caiga simplemente en una lucha de buenos y malos, y que nuestro protagonista sea un ser llenos de aspectos censurables, pero también permeable al cambio y capaz de reinsertarse, una vez que ve cómo todo lo que ha construido empieza a desmoronarse (es significativa la escena en la que contempla impotente cómo unos chavales —para los que era hasta hace poco un modelo a seguir— desvalijan ese coche que simboliza todo su éxito).

En este sentido, es clave el personaje de Diana Sands (excelente actriz fallecida de cáncer poco antes del estreno de la película), antigua prostituta reconvertida en trabajadora social, empeñada en devolverle la dignidad a las chicas con la que comercia Dynamite. Estos elementos dramáticos se combinan con otros más puramente de género, en los que Moses demuestra que puede ser un director de acción bastante válido, como se deduce de la escena de persecución que lleva al protagonista a un edificio en ruinas, rodada con bastante brío e intensidad. Asimismo, es grato ver en el reparto a algunas figuras recurrentes dentro del cine B y la ‹blaxploitation›, como la simpar y carismática Juanita Brown. Todo ello hace de Willie Dynamite una película recomendable y un poco diferente a la mayoría de cintas del subgénero, al menos en el sentido en el que, más allá del confrontamiento y la reivindicación racial que está en la base misma de este tipo de cine, trabaja con elementos que son críticos también dentro del marco de la cultura afroamericana. Quizás con ello la película pierda cierta incorrección política y parte del encanto de otros títulos más abiertamente combativos, pero su enfoque crítico y progresista merece ponerse en valor.

Escrito por Nacho Villalba

 

The Black Gestapo (Lee Frost)

La ‹blaxploitation› emerge en la nostalgia como una de las vertientes estrella del cine de género de la década de los 70, sellada a fuego dentro de la contracultura norteamericana salida de aquel decenio que lo cambió todo. Dando pie en ella a una respuesta racial en la que otorgar a los afroamericanos una presencia en roles e historias que el público sólo asimilaba hasta entonces para los blancos, la ‹blaxploitation› se convirtió en un nicho donde repasar valores, escenarios y diatribas concebidos por y para afroamericanos. Como movimiento cinematográfico, y aprovechándose de la siempre efervescente cultura del ‹grindhouse›, dio pie a una serie de ramificaciones que lo relacionaron con otras coyunturas de género como el policiaco y el terror, siempre derivando en un alocado sentimentalismo hacia el exceso y lo disruptivo. Dentro de esta agitación conceptual se puede situar The Black Gestapo, obra del insigne e infatigable realizador Lee Frost, un histórico del cine de consumo popular yankie y quien aquí promulga una historia que no escapa a los lugares comunes de estos productos dirigidos la comunidad negra, pero siempre bajo el tono desprejuiciado del que hizo gala en su extensa filmografía.

The Black Gestapo se ubica en el típico ‹ghetto› californiano en el que un auto-promulgado general, Ahmed, forma un grupo con el que instaurar en la zona una defensa de la región negra aunque siempre bajo orden y actitud pacífica. Paradójicamente, tendrá que eliminar primero a los malvados blancos que generan malestar en su comunidad, un grupo mafioso que supondrá el primer escollo para este ejército negro, que también sufrirá una ramificación interna en la figura de un íntimo amigo de Ahmed; este, enajenado ante el abuso blanco, reconducirá a una facción de esta “Gestapo negra” hacia las fauces de la violencia desmedida. Con este esperpéntico punto de partida, si hacemos una comparativa hacia el espíritu reivindicativo y social de los éxitos de la ‹blaxploitation›, la cinta se encarga de apropiarse de los tropos comunes de la corriente para darle un tono más visceral y extremo; consiguiendo algo tan básico como la empatía hacia el héroe de la trama, contraponiéndolo hacia la caricatura bajo la que asimila al resto de personajes (incluida la introducción del propio Lee Frost como uno de los mafiosos blancos), cumple sobradamente con sus propósitos de cinta de género: se vuelve políticamente incorrecta a la hora de mostrar sin tapujos la vena más visceral de una trama criminal, se apropia del sarcasmo en su peliagudo sentido del humor para abordar el conflicto racial, y goza de un ritmo narrativo endiablado que cumple los cánones formales del espíritu ‹grindhouse›.

Como una película que utiliza la fórmula de la ‹blaxploitation› a través de la libertad creativa de la pura y dura explotación, hay cierto mensaje en The Black Gestapo que se concatena con su personalidad agitadora: la existencia de lo mezquino y el primitivismo intrínseco de una sociedad compungida, que rara vez suele entender de colores de piel a la hora de mostrar sus verdaderos propósitos. Con todo, el film de Lee Frost adula al espectador bajo el manto de la incorrección, poniendo en bandeja la vertiente más inconformista del cine de género sin escatimar en la muestra de sexo y violencia, en una historia y contexto que solicita la intromisión de tales elementos. Además, regala las presencias de un Rod Perry venido del rodaje de Los hombres de Harrelson, o de la voluptuosa belleza de Uschi Digard, una de las muchas musas de Russ Meyer.

Escrito por Dani Rodríguez

 

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