¿Qué sería de Cine maldito sin el western? Este género con nombre propio nos ha dado multitud de subgéneros y apreciaciones sobre el lejano oeste. Hoy os proponemos una sesión doble de Spaghetti Western con dos joyas desconocidas muy cercanas en el tiempo. Comenzamos con Una tumba para el Sheriff (1965) de Mario Caiano y 7 dólares al rojo (1966) de Alberto Cardone.
Una tumba para el Sheriff (Mario Caiano)
Mario Caiano responde al prototipo de cineasta europeo comprometido a los subgéneros en los que siempre impregna la impronta del respeto a los cánones y al oficio artesanal. Si en el giallo dejaría huella con la eficiente El ojo del laberinto, quizá a día de hoy su película más recordada, dentro de sus aportaciones al Spaghetti Western cabría señalar que Una tumba para el Sheriff también oficia de mero esquema de repetición de los sintomáticos mecanismos del subgénero, a mayor gloria de un Anthony Steffen aquí emulando el porte y galantería de un Clint Eastwood ya encumbrado como mayor aporte iconográfico del western europeo. Y, en efecto, al mismo tiempo que Caiano se surte de uno los preceptos básicos del subgénero como es la venganza, se notan sus querencias por imitar descaradamente las ideas ya establecidas por Sergio Leone en su hasta ese 1965 díptico del oeste. Probablemente esto sea el mayor hándicap de una obra que sigue una a una las peculiaridades que hacen del eurowestern la versión más subversiva y pulp del clásico oeste americano: estética desgastada, personajes moralmente discutibles, hostilidad imperante en cada acción, la visión violenta y desgarrada de los enfrenamientos… todo circulando sobre el Joe Logan que vuelve a su origen con inquietantes intenciones y navegando entre dos bandos enfrentados (al igual que el Hombre sin Nombre de Por un puñado de dólares), con unas ideas claras de revancha que se irán configurando a medida que avance la narración.
Una tumba para el Sheriff se verá enriquecerse con la estampa férrea de su protagonista (cuya impasibilidad, a pesar de la frialdad propia del Steffen, es casi obligada en el Spaghetti), el fatalismo clásico de un poblado western sumido en la discordia, un plantel de secundarios diametralmente carismáticos (con los habituales en el cinemabis Frank Braña, George Rigaud y Eduardo Fajardo, este ya de icónico villano), y en definitiva la personalidad propia de la película en su contrapunto a su referente genérico; respecto a esto, Caiano acierta en dar especial importancia a la acción (con secuencias rodadas de manera tan efectiva como subversiva), además de las dosis de ciertos apuntes de humor nada disonantes. Rodada principalmente en Colmenar Viejo y Hoyo de Manzanares aportando orografía a Richmond, localidad dominada por la corrupción y las sucias maneras del orden, esa premisa servirá para ejecutar la habitual ausencia de valores en todos los personajes que entran en el juego; también enriquecerá las decisiones de los personajes, en especial del protagonista y su tinte fantasmagórico y extraño, este no tan potenciado como en otras propuestas similares, pero que cumple su cometido como vehículo de edificar el código iconográfico del eurowestern. Estilísticamente se verá también ayudada por el fantástico score de Francesco de Masi, alejándose en la medida posible de los ecos de Ennio Morricone, con tema principal cantado para aporte de épica a los créditos iniciales.
Demasiado debida a su ya citado modelo de referencia, que lastrará sin duda su personalidad fílmica siendo esto algo que la sitúa algo por debajo de otras propuestas de esos años mucho más interesantes, Una tumba para el Sheriff se dignifica como un meticuloso ejercicio de cinemabis en su vena más exploit, motor de funcionamiento de buena parte de la industria italiana (en co-producción con España, en esta y otras muchas ocasiones) y donde aquí se regala una muestra más del lado más desgarrado de un género tan tenaz como el western, que una serie de directores como Caiano se promulgaron en desobstruir y reedificar siguiendo patrones mucho más corrosivos, viscerales e incisivos.
Escrito por Dani Rodríguez
Siete dólares al rojo (Alberto Cardone)
Al western italiano se lo podría dividir en dos grupos: el primero, el más pequeño e importante, conformado por los espléndidos filmes de Sergio Leone y de algún otro realizador que acertó con propuestas interesantes; el segundo, el más grande, integrado por un conjunto de producciones de muy baja calidad artística pero llenos de elementos propios del subgénero que aportaron para consolidar una identidad cinematográfica que agradó mucho a las taquillas de las décadas de 1960 y 1970.
Si bien, Siete dólares al rojo pertenece a esta segunda agrupación westeriana, hay que reconocer que posee aspectos que le dan cierto realce por su originalidad. Su curioso argumento inicia con el asesinato a una mujer que comete la banda del mexicano “El Cachal”, que además secuestra al pequeño hijo de la víctima quien, con el paso de los años, se convertirá en un temible criminal. Su auténtico padre, Johnny Ashley, desde ese instante, emprenderá una incesante búsqueda de su vástago sin saber en lo que se ha transformado.
La película se sustenta en el formato tradicional del subgénero, en donde la acción surge por inercia sin que necesariamente sea parte de un eje dramático coherente. De hecho, se aprecia en esta cinta un nulo esfuerzo por crear un montaje adecuado que permita organizar la narrativa y la división entre espacio y tiempo.
Apreciar Siete dólares al rojo es sumergirse en ese ambiente histriónico que el cine italiano supo valerse, en imagen y sonido, para marcar un estilo que convoque la atención del espectador y lo introduzca en una variante de surrealismo.
La omnipresencia de la trompeta marcando la intensidad de las escenas y el retumbar de los tambores sincronizando las carreras de caballos, son lugares comunes del western italiano que también encuentran cabida en este filme, en el cual, además, no podía faltar el famoso héroe solitario, descuidado de su apariencia y muy rudo cuando lo buscan. Ese papel recayó en Anthony Steffen, uno de los más importantes actores del spaghetti western, cuya actuación en esta cinta sobresale del resto de “películas del Oeste” en las participó.
También hay que resaltar la presencia del actor español Fernando Sancho en el papel de villano. Con una caracterización muy icónica, dibujó un personaje muy original: regordete, despeinado y de bigote largo, que gusta usar los cinturones de balas entrecruzados en su pecho y un sombrero de charro que casi nunca se lo saca.
Pese a sus notorias falencias, la película destaca del montón por algunos instantes en donde se aprecia un esfuerzo por alcanzar una estética refinada, como aquel en el cual se desarrolla la emboscada a la banda de El Cachal en el pueblo que pensaban asaltar. Intensos segundos de balazos y una oportuna secuencia de imágenes forman una especie de preámbulo frío al planteamiento más violento y mejor estructurado que, años después, presentaría Sam Peckinpah con La Pandilla Salvaje.
Una composición magistral también se encuentra en la secuencia en que Jerry, el hijo secuestrado que se convertiría en criminal, se entera que Johnny Ashley mató a quien creía que era su padre: El Cachal. La cámara, de manera casi experimental, se ubica a ras de piso, como si fuera una piedra más, para ser testigo mudo de la personificación de la ira y del deseo de venganza. El eficaz uso del viento y la contundente presencia de quien asumió las veces de madre dan un contrapeso protagónico en la imagen y pintan una escena imborrable y emotiva.
El duelo final de Siete dólares al rojo es una muestra más de que el western italiano le ganó al americano en la composición de estos desenlaces, momentos cumbres del género, porque les dotó de técnicas que aumentaron alargaron la tensión y aumentaron su impacto. En este filme, el encuentro mortal será entre padre e hijo, y ni la lluvia podrá contener el enfrentamiento que huele a tragedia griega y cuyo resultado será imprevisible. Este es el momento más importante de la película y el que tal vez marca la diferencia con otros subproductos básicos del original western italiano.
Escrito por Víctor Carvajal Celi