Para una buena sesión de terror siempre estamos preparados. Es el momento de fijarnos en el terror japonés en nuestra sesión doble con The Vampire Doll, dirigida por Michio Yamamoto en 1970 y All Night Long 3: The Final Chapter, cierre de la trilogía (no de la saga) de Katsuya Matsumura en 1996.
The Vampire Doll (Michio Yamamoto)
Puede resultar exótico encontrar en Japón en la década de los setenta una trilogía vampírica dirigida por un director del país siguiendo los códigos del terror gótico e influida por las producciones británicas de la Hammer en su mayor apogeo, que contribuyeron tanto a la popularidad de este subgénero —junto a otros como Roger Corman y sus películas del Ciclo de Poe o directores italianos como Mario Bava—. Así es como Michio Yamamoto concibió esta triada de obras compuesta por The Vampire Doll (1970), Lake of Dracula (1971) y Evil of Dracula (1974) para la emblemática productora Toho. Una auténtica disrupción para las cintas del género de la cinematografía nipona, que solían estar basadas en elementos e historias de su folclore y tradición literaria. Centrándonos en la primera de ellas, The Vampire Doll cuenta cómo el joven Kazuhiko (Atsuo Nakamura) regresa de un viaje de negocios en el extranjero. En su visita a su novia Yuko (Yukiko Kobayashi), en una casa apartada en el campo, se encuentra que ha muerto recientemente en un accidente de tráfico.
El protagonista inicial desaparece, víctima del ataque sorpresa del espectro de Yuko. Su hermana Keiko (Kayo Matsuo) —movida por su preocupación por su hermano— se apropia del punto de vista del relato junto a su prometido Hiroshi (Akira Nakao), de manera similar a la transgresora maniobra narrativa que ejecutaba Alfred Hitchcock en Psycho (1960). Su visita a la casa donde la recibe la madre de Yuko despierta sus sospechas. Shidu (Yoko Minazake) es una mujer enigmática y parece fuera de lugar viviendo en una gran mansión construida y decorada al estilo occidental. Rodada en formato anamórfico, destaca la cuidada composición de sus planos en los diálogos y el empleo estético del fondo y el primer plano, mientras incluye reiteradamente a tres personajes en las conversaciones, generando un elegante equilibrio visual en su fotografía a través de la simetría y los reencuadres con la decoración o los propios cuerpos de los intérpretes. El manejo de la perspectiva con la cámara también muestra una gran habilidad para capturar una atmósfera inquietante y crear suspense mientras los protagonistas deambulan por las estancias de la casa y descubren sus secretos. Las escalofriantes apariciones de Yuko con su camisón blanco y ojos de color amarillo todavía evocan a cierto legado de la cultura popular japonesa y se administran durante su metraje hasta que se desvela su verdadera naturaleza.
Una impactante revelación en la investigación de los protagonistas reconduce todo el discurso del filme y resignifica sus imágenes con el estigma de la violación en la sociedad japonesa como la verdadera maldición que embruja el lugar y a la señora de la casa, cuyo rostro está marcado con una llamativa cicatriz. Yoku nació de una violación y el responsable —camuflado como un hombre respetable de la comunidad que nunca pagó por sus crímenes— la hipnotizó para evitar su muerte anclando su alma al mundo de los vivos, corrompiéndose en el proceso y haciendo que mate indiscriminadamente. Su fantasmagórica creación se le vuelve en su contra en la escena más explícitamente violenta del largometraje, en la que se libera del tormento a las mujeres de la casa a través de un sanguinario y catártico sentido de la justicia. La estremecedora historia familiar queda así perfectamente codificada en el aspecto sobrenatural de su sencilla narrativa, que juega con la idea de que los mayores terrores son los cotidianos, aquellos que se esconden a plena vista.
Escrito por Ramón Rey
All Night Long 3: The Final Chapter (Katsuya Matsumura)
“Atrocidades” o “El capítulo final”; con esas palabras se acompañaba la (no tan) última entrega de la trilogía All Night Long. Siguiendo la tónica de las dos primeras entregas, tenemos a un protagonista joven (¡y con gafas!) llamado Kukuo que vive alienado sin apenas presencia adulta en su vida, otro de los temas de la saga; esta juventud está abandonada a su suerte. Al principio de la película vemos que Kikuo recibe con una mezcla de desinterés y hastío una carta en la que le informan que va a ser expulsado de su centro educativo. Pero ¡hey!, ya tiene la vida solucionada: trabaja limpiando los despojos de un ‹love hotel›: vello púbico, condones usados, servilletas impregnadas de fluidos. Caza moscas para alimentar a su colección de plantas carnívoras. Y un día empieza a recolectar la basura de la chica que le obsesiona. Va aprendiendo sobre ella: su nombre, su dirección, dónde ha estudiado y hasta su ciclo menstrual. En sus cacerías de basura conocerá a Kawasaki, un hombre maduro que comparte su pasión por la basura. Por cierto, lo interpreta Tomorô Taguchi AKA Tetsuo, el hombre de hierro. Él le soltará una de las frases que resumen la película y también la saga: «El hombre nace como un cadáver incompleto, le lleva toda su vida acabar completamente muerto. Los seres humanos son basura viviente». Esta es la premisa y el espíritu de uno de los ejercicios más nihilistas y misántropos de la historia del cine, en el que ningún personaje tiene el más mínimo destello de bondad o siquiera algo remotamente positivo, cualidad que el autor, Katsuya Matusumura, mantuvo sin asomo de querer buscar redención alguna para nadie durante toda la saga.
El cinéfilo salvaje puede hacer de Japón su patria. Acabado el ‹pinku eiga› como tal, especialmente durante los 90 y principios del siglo XXI, los cineastas japoneses más transgresores se lanzaron a hacer películas en muchas ocasiones directas a vídeo en las que parecía que el concepto de censura propia o ajena no tenía cabida, es una época dorada para el que sepa buscar. Muchos de estos realizadores rodaron cada película como si fuera a ser la última —cosa que se intuye siempre como posibilidad— y volcaron todo en ellas. La violencia de estos productos poco tiene que ver con las vísceras salpiconas y autoconscientes del Japón moderno, “tarantinadas” —en el mejor de los casos— domesticadas e inofensivas. La violencia de cineastas como Kazuo “Gaira” Komizu, Hisayasu Satô o el que nos ocupa, Katsuya Matsumura, no era una violencia de “jijís-jajás” con litronas y colegas amparada en un título paródico que guiña un ojo al espectador. Títulos como Guts of a Virgin, Naked Blood o All Night Long no prometían diversión como sí pueden prometerla Robogeisha, Big Tits Zombie o Zombie Ass: Toilet of the Dead, pero todo eso llegaría en torno a la primera década de este siglo. Estos tipos no eran cineastas posmodernos, estaban tratando de conquistar un horizonte que siempre parecía que quedaba un poco más lejos.
Por orientar al lector en cuanto a qué tipo de cine estoy hablando, si alguna cinta se ha salvado de esta época y ha recibido un justo reconocimiento, ha sido Visitor Q (Takashi Miike, 2001). Pese al exceso, presente sin disimulo, son películas de las que se pueden hacer muchas lecturas y la trilogía All Night Long (que por desgracia derivó en saga, pero todo el mundo trata como trilogía) es un ejemplo perfecto de esto.
Jack Ketchum fue uno de los impresionados por el toque autoral que Katsuya Matsumura imprimió en sus películas. No es para menos, el retrato de la sociedad que se ofrece en estas tres películas es puro impacto y sorprende que el discurso siempre esté ahí: la visión de la violencia engendrará violencia y solo una persona completamente demente podrá sobrevivir en esta sociedad de mierda. Los protagonistas de Matsumura no llegan ni a anti-héroes y Kikuo no es una excepción. Son seres despreciables porque, sencillamente, son humanos. Y siempre harán un viaje del que no volverán.
Antes de un inquietante epílogo que una vez más incluye la sonrisa del protagonista que ha abrazado ser parte de una sociedad enferma, Matsumura cierra la historia con un plano que se ve muy caro para una modesta cinta directa a vídeo en 4:3. Es un plano con grúa que muestra un vertedero con el que el autor parece querernos decir que los cadáveres que aparecen entre la basura no desentonan en absoluto.
La saga, por desgracia, continuaría, pero las tres primeras películas de All Night Long resultan de una fuerza y una coherencia autoral fuera de serie, una auténtica rareza para el cinéfilo que busca emociones fuertes pero que sabe diferenciar el “todo vale” tontorrón de un autorcillo que te da codazos para que te rías de alguien genuinamente cabreado y con algo que decir.
Personalmente, veo esta primera trilogía de forma compulsiva, me fascina la capacidad de Matsumura de no ablandarse nunca, de seguir hasta el final con su mensaje. Y como poco hay días en los que pienso que esta tercera entrega es mi favorita.
Escrito por Pablo Von Pelluch