Os traemos una sesión doble especial y muy recomendable. Nos acercamos al ‹noir› argentino con dos películas imprescindibles como son Si muero antes de despertar con la que fabulaba Carlos Hugo Christensen en 1952 y Últimos días de la víctima, obra primordial en el cine de Adolfo Aristarain, estrenada en 1982.
Si muero antes de despertar (Carlos Hugo Christensen)
La perspectiva en el cine ‹noir› suele situarse tras esos personajes abocados a una vida al límite bordeada por el crimen; o, rara vez, tras la justicia encargada de darles caza, una justicia truncada en ocasiones, avivada por la podredumbre moral de sus estamentos y fagocitada por ese mundo criminal que los rodea. Con Si muero antes de despertar, Carlos Hugo Christensen, uno de esos nombres estrechamente vinculados al género, no solo vertebra dicho punto de vista en torno a la mirada de un niño engarzando un tono fabulador que precisa los cimientos del film, lejos de las más que evidentes conexiones con uno de los pilares del cine clásico como es M, el vampiro de Düsseldorf, además encuentra el espacio adecuado donde no se antoja difícil hacer confluir esa masculinidad imperante en el cine negro. Sí, puede que en ese sentido el film del argentino se sienta un film un tanto fuera de lugar, debido a una visión vetusta que a día de hoy es posible que desplace a más de un espectador, pero tanto como que con ello su autor es capaz de disponer algunas de sus claves y afrontar ese prisma adolescente que concurre entre su vertiente cercana a la fábula y la raigambre ‹noir› de la que se nutre el relato.
Así, nos encontramos ante una pieza atípica del género, que ni mucho menos rehúsa su esencia, más bien la integra a través de un contexto distinto, ya enunciado desde un prólogo de lo más idóneo, que además irá cobrando fuerza en su desarrollo, pero especialmente en un tramo final donde el cineasta se permite invocar esa misteriosa y enigmática aura de cuento que se percibe en los diversos elementos que componen el imaginario del film: desde algunos de sus escenarios (de ese sinuoso camino que lleva hasta una noria atestada de infantes, a la amenazante figura del siniestro personaje que se gana el favor de las compañeras de Lucho, el protagonista, con inoportunos regalos), hasta una portentosa ambientación que logra recrear y otorgar los matices adecuados al microcosmos construido por Christensen, todo ello sin obviar esos pequeños detalles (como los botones arrojados por Lucho durante el camino, como si de migas de pan se tratará) que dotan de una mayor resonancia a la conexión trazada por el director.
Pero además del modo en cómo vierte el citado universo masculino sobre la figura de Lucho, cosa que puede hacer de Si muero antes de despertar una cinta inconformista, incluso incómoda en cierto sentido, cabe destacar asimismo el carácter del pequeño protagonista, un niño ciertamente repelente de difícil encaje durante sus primeros minutos. Ello no es óbice para restar valor a una cinta que con su minuciosa composición —donde cabe destacar el escueto pero contundente papel de Homero Cárpena como villano— y su acto final —en el que se impone esa forma de tejer atmósferas y tejer imágenes extrañamente lóbregas, que incluso puede llegar a recordar a una obra del calado de La noche del cazador— emerge como una pieza del todo destacable alzándose por encima de su condición inicial de ‹rara avis› y dando pie a una propuesta a revisitar se tenga o no predilección por los estilemas y mecanismos del ‹noir›: por suerte, Christensen fue mucho mas allá dando forma a un legado que sin duda debería ser imperecedero en la cinematografía de su país.
Escrito por Rubén Collazos
Últimos días de la víctima (Adolfo Aristarain)
El espíritu del noir es capaz de mantenerse pese al paso del tiempo y desviando sus raíces en manos de artistas como las del argentino Adolfo Aristarain. En mitad de una crisis política en Argentina nace Últimos días de la víctima, para centrarnos en el pulido y luminoso trabajo de un asesino a sueldo. Aristarain nos aproxima a milímetros de la piel de Mendizábal y lo hace personándolo en Federico Luppi, uno de esos pocos hombres que mantienen su atractivo con un bigote. La película arranca sumida en el silencio, brevemente interrumpido por los sonidos diegéticos que acompañan la preparación de un crimen. Tal vez el saber la calaña del futuro difunto, o por la forma en que lo retrata el director, pronto congeniamos con la figura del asesino, ya abocados a seguirle hasta cualquier destino que le depare.
Últimos días de la víctima nos lleva por caminos conocidos del género, estilizando la figura del malhechor, ajeno a la vida de un perdedor tantas veces prefabricado para el ‹noir›. Aristarain sigue el abecedario de este cine aceptando las raíces de sus personajes, por lo que adapta el lenguaje a lo que él tan bien conoce. Mendizábal es un tipo metódico y seductor por dinero, una persona que vive en su trabajo y se adapta a las peticiones de quien paga su sueldo, pero pronto llegamos a uno de esos trabajos que parecen demasiado fáciles y bien pagados para no resultar peligrosos. Conocemos así las dudas del hombre impenetrable, que se introduce en una espiral conspiranoica en busca de conocer realmente a su víctima, un señor nadie que para un experto como él es demasiado sospechoso.
Nos movemos entonces por las calles de la ciudad recorriendo en círculos los pasos de su víctima, convirtiendo el trabajo de una forma imperceptible en obsesión, gracias al metodismo de Mendizábal que se mantiene imperturbable hasta la última parte del film, cuando conoce la amenaza al perder lo poco que respeta, ese pequeño círculo que lo convierte en un humano.
Últimos días de la víctima nos sumerge en el suspense y la paranoia en una historia perfectamente estructurada —el guion lo firma junto al autor de la novela homónima, José Pablo Feinmann—, sin dejar de lado las intrigas palaciegas de un gobierno que se sabe corrupto, donde la información es el poder que realmente se debe aniquilar, al mismo tiempo que critica la impunidad de los actos bien tramados a partir del arma perfecta que utiliza ese poder. Como thriller es meticuloso, bien engrasado y capaz de sorprender con una inesperada rebelión final que aboca, como siempre en el ‹noir›, al fatalismo que sabes pero nunca esperas. También están especialmente cuidados los personajes (pocos) que rodean al asesino, con carismas que chocan en todo momento con las mil y una caras de Mendizábal y que a la vez empastan con inteligencia con cada uno de sus pasos.
Una película impecable en manos de un director que sabe mimar cada imagen y cada diálogo derramado en escena —rompiendo con la oscuridad propia del género al añadir a peligrosos rojos y contrapicados intrigantes, unas secuencias quemadas por el sol argentino que convierten el lugar en el nido perfecto para afianzar su esencia—, aprovechando un personaje tan rico en matices como opaco, impenetrable, uno que no puede escapar del verdadero motor de su vida: el dinero.
Escrito por Cristina Ejarque