La maravilla que resulta de mezclar comedia con espionaje nos inspira esta sesión doble donde encontramos Servicio secreto a la italiana de Luigi Comencini, dirigida en 1968 y la mítica El espía de los Balcanes, que crearon en 1984 Dusan Kovacevic y Bozidar ‘Bota’ Nikolic.
Servicio secreto a la italiana (Luigi Comencini)
Luigi Comencini fue un cineasta italiano especializado en esa comedia sobre el hombre medio italiano que tanto éxito adquirió en en país romano y que por cierta semejanza, también tuvo su lugar en las salas españolas. La fórmula de dicha comedia, donde se exageraban los defectos del hombre supuestamente varonil, frágil y roto por dentro con fachada de machito por fuera, tuvo diferentes miradas, cayendo a veces en la simpleza de las cintas precursoras de “perseguir suecas por la playa” y otras con ideas más elaboradas.
Servicio secreto a la italiana (1968) cae en estas segundas. Una muy ingeniosa, más que desternillante, mirada irónica a la Italia surgida tras la Segunda Guerra Mundial, con mucha más mala leche de lo que parece a simple vista y un guión con momentos maravillosos.
La película comienza cerca del final de la Segunda Guerra Mundial. Un espía británico es capturado y a punto de ser fusilado, pero entonces entra en acción el partisano Natalino, un hombre de acción, decidido, dispuesto y heroico, capaz de manejar una metralleta y enfrentarse a un pelotón de fusilamiento con una mano mientras con la otra se prepara una salsa excelente y le roba la mujer a un fascista. La imagen, distorsionada hasta lo ridículo, del héroe partisano en todo su esplendor, es magnífica.
20 años después, el mismo Natalino asiste a clases para sacarse el graduado escolar. Él, que fue diputado nacional en la Primera Asamblea Italiana por “el partido de la acción”, reducido a la nada.
Pero su suerte está a punto de cambiar. El espía inglés al que salvó, aún impresionado por su arrojo y coraje en los tiempos bélicos, quiere reclutarle para una peligrosa misión. Natalino acepta, pero incapaz de volver a matar, subcontrata a un maleante para hacer el trabajo prometiéndole la mitad de lo que iba a ganar él.
El problema es que este personaje de los bajos fondos a su vez subcontrata a su propio abogado, que por parte del botín del mafiosillo se encargará del trabajo. Ya se pueden hacer una idea de por dónde van los tiros. En una escena antológica, nuestro Natalino se encuentra con un antiguo colega de la guerra, un tipo al que estuvo a punto de fusilar por fascista pero que tras defecarse en los pantalones no se le mató. Este simpático adversario, le ofrece unos pocos billetes por encargarse del asesinato que el propio Natalino debía realizar, entendiéndose que toda Italia está ya metida en el ajo, y de forma circular, regresa al origen.
Una obra muy poco conocida en nuestro país, Servicio secreto a la italiana se eleva muy por encima de las comedias de su género por la descripción que hace de esa Italia salida de la Segunda Guerra Mundial, donde dos comensales de un café podrían haber sido mortales enemigos hacía dos décadas, donde los héroes han sido olvidados y enterrados y la Italia por la que se luchó no está ni se le espera. Donde los servicios secretos extranjeros, en el contexto de la Guerra Fría, son presentados como mafiosos sin moral siguiendo las órdenes sin pestañear. Hay una reflexión que se deja entrever, que es la que narra que durante la Segunda Guerra Mundial no quedó más remedio que empuñar las armas pero que, por definición, estas no llevan a ningún lado.
Muy ingeniosa, lleva sus propias reglas autoimpuestas al límite. Maravillosa.
Escrito por Pablo García Márquez
El espía de los Balcanes (Dusan Kovacevic, Bozidar ‘Bota’ Nikolic)
El espía de los Balcanes se inicia con el enfermizo y apocado Ilija acudiendo a comisaría, citado por la policía. Allí le piden información sobre su inquilino Petar, un sastre venido del extranjero que parece esconder algunos misterios sobre su vida privada, y le hacen saber que lo están monitorizando. No hará falta nada más para plantar una semilla en Ilija que irá creciendo durante el resto de la película, enraizando en su mente de tal manera que, convencido de que Petar es un espía capitalista y un enemigo del estado trabajando en las sombras, dedicará todos sus esfuerzos a recopilar pruebas y desenmascararle.
El afamado guionista y esporádico director Dusan Kovacevic y el más prolífico como director Bozidar Nikolic colaboran por primera vez en la dirección en esta cinta, con guión del propio Kovacevic, en la que a través de la paranoia de su protagonista se satiriza sobre el rol del ciudadano común en un gobierno autoritario. Convencido de que está salvando a su patria y los ideales en los que cree, Ilija se convierte en un torpe acosador de Petar, cegado ante su propia incompetencia y sesgado por cada mínimo indicio que encuentra. Más allá de la monitorización policial, para quienes no parece ser un asunto tan serio, el enfervorecido protagonista persigue, invade, amenaza y chantajea con tal de obtener su verdad.
En esta contundente crítica al vigilantismo ciudadano, promovido con frecuencia por estructuras autoritarias que alientan a la desconfianza en el prójimo y que deviene en esta película en una persecución paranoica, tampoco se olvidan los matices personales. Y es que Ilija, estalinista convencido y veterano de guerra, no es solamente el perfecto instrumento de control y vigilancia a sus allegados. Es un hombre herido en su orgullo por la ruptura del líder Tito con el estalinismo, que incluso llevó a la cárcel a él y a su hermano durante una temporada. En su búsqueda también está presente la reafirmación, la convicción de que él estuvo siempre en lo correcto y que las circunstancias no le permitieron demostrarlo.
Todo esto da como resultado un personaje obsesionado, incapaz de racionalizar nada sin ver lo que quiere ver, y a quien no le importará arruinar su propia vida, la de su familia y la de sus perseguidos, en un desquicio cada vez mayor que apenas podrá sostener con su delicado estado de salud. En una de las interpretaciones más viscerales y al mismo tiempo tragicómicas que recuerdo, Danilo Stojkovic escala gradualmente durante toda la obra, desde la actitud pusilánime del inicio a un monólogo tan exaltado que ya va más allá de lo patético y del ridículo para dar auténtico miedo.
Sentirse útil, ser fiel a sus convicciones, demostrar a los demás y a sí mismo que es el más comprometido con la causa. Los sentimientos personales de Ilija, sus frustraciones pasadas y la oportunidad que le brinda este presente, le convierten en un instrumento de la represión tan errático como tenaz, tan estúpido como peligroso y en último término, eficaz para amedrentar a una población acostumbrada a callar para no sufrir las consecuencias de tener la lengua muy larga. Tan vehemente se ve que incluso su esposa Danica, representante de ese pueblo amenazado y amedrentado —literalmente, pues cada vez que se queja de algo su marido le canta las cuarenta— termina creyendo ciegamente en él y expulsando toda disidencia de su vida.
Comedia negrísima hasta el punto de que la risa se va tornando cada vez más nerviosa, El espía de los Balcanes es la Yugoslavia de Tito contenida en unos pocos personajes, perfectamente extrapolables a una sociedad global. Una sátira contundente que parece desembarazarse de la sutileza y en su lugar abraza un tono burdo y agresivo, de denuncia tan exaltada como su protagonista y la paranoia en la que está atrapado. No hay lugar para ambigüedades en esta cinta de primeros planos tan violentos como la furia apenas contenida de su protagonista, de diálogos que no son más que ecos amplificados de su obsesión y de una violencia que es a su vez ridícula y sucia como pocas. El resultado es una excelente película que satiriza a golpes, dejando tras cada uno de ellos una marca difícil de olvidar.
Escrito por Javier Abarca