El Santo llega al fin a nuestra sesión doble con dos títulos a rescatar sobre la saga protagonizada por el célebre luchador profesional a la par que actor. El primero de ellos nos lleva al terreno del mítico René Cardona con Santo en El tesoro de Drácula, mientras el segundo pasa por las manos de un cineasta que trabajó en España, José Díaz Morales, con El hacha diabólica.
Santo en El tesoro de Drácula (René Cardona)
Santo es uno de esos iconos para siempre encomiables del folclore mexicano y su anexa cultura cinematográfica. Ya como héroe del wrestling y estrella del celuloide supuso a través de las películas y cómics que ha protagonizado una especie de ídolo nacional fruto de la admiración y devoción de la masa popular, protagonizando todo tipo de historias en las que a modo de justiciero heroico lastrase las maldades de los pérfidos ladrones, mafiosos o monstruos de turno. Es esta última predisposición, que cineastas como el mayor de los René Cardona desarrollaría para este film, la más interesante al mostrar la contienda del luchador enmascarado contra icónicos villanos del cine de terror venido de la Universal estadounidense o la por entonces incipiente Hammer británica. Santo es ya toda una efigie que hizo trascender la serie b a los efluvios más hechizantes de la popularidad, con esa dualidad de luchador e incesante perseguidor del crimen que llevó a fraguar variopintas tramas como la de este Santo en el tesoro de Drácula, donde el héroe de la función además de su profesión sobre el ring también ejerce de respetado científico diseñando una máquina que permite el viaje en el tiempo y así poder vivir épocas pasadas. Bajo esto hace aparición el malvado Drácula, en su continua persecución de bellas señoritas para construir su afamado ejército de tiernas vampiresas, lo que hará que Santo entre en acción en una trama que presenta los ya sabidos viajes temporales (una variante poco dada en la saga de películas de nuestro protagonista y que aquí parece herencia de una de las constantes del sci-fi más recurridas), villanos enmascarados, secuaces forzudos, apuestas féminas y ligeros apuntes que aluden de manera sutil a la novela de Bram Stoker.
Tanto en formalidad como en lo estrictamente narrativo la película muestra algunas de las constantes, tanto positivas como negativas, de la saga del luchador. La puesta en escena, de aspecto mísero pero de enorme encanto pulp trasciende a través de una narración inocente que aflora un punto de vista hacia la serie B de gran ingenuidad, lo que permite disfrutar tanto de sus carencias como sus esfuerzos por el impacto, aquí estigmatizados por la sencilla impasibilidad del Drácula interpretado por el italiano Aldo Monti o las enormes incongruencias y paradojas de su guión, quizá de los más inexplicables de toda la saga pero que no llega a trascender más allá de la mofa, entendida como vacuo esfuerzo de imitar algunos de los parámetros genéricos que hereda de otras cinematografías. Santo en el tesoro de Drácula destaca, eso sí, por ofrecer algunos apuntes estéticos con cierta innovación, como los esbozos de inesperado erotismo del séquito femenino del villano, además alguna que otra resolución argumental y visual de cierto encanto (los planes del malvado enmascarado, las ambientaciones en la cripta de Drácula…) que emparenta la película con algunas de las constantes clásicas de sus hermanas. Dirigida por toda una eminencia en el fantástico mexicano como es René Cardona padre, en la película vuelve a ser fácil reconocer el especial sentido de la diversión para/con estos parajes “fantaterroríficos”, que no se desprende el espíritu pulp tan propio de esta cinematografía y que aquí además alude a uno de los más insignes iconos del cine fantástico. Del legendario personaje de Stoker se toma mucho más en serio su simbología de lo que cabría esperar en un principio (comparando las “visitas” de otros iconos del terror a las aventuras del héroe enmascarado) y aunque no llegue a ser una de las más destacables de la saga sí que guarda el oficio y la eficiencia del bajo presupuesto además de un encomiable aroma de horror añejo y devoto.
Escrito por Dani Rodríguez
El hacha diabólica (José Díaz Morales)
El cine de luchadores es de los subgéneros más representativos de la filmografía mexicana de los años 1960s y 1970s. Fue muy popular en matinés de los sábados en los cines de barrio de Latinoamérica, en donde niños y jóvenes eran los que más disfrutaban de esta corriente, pues encontraban allí una alternativa de cómic o superhéroe más cercano a su cultura, y con el aliciente que sus cintas poseían dosis de elementos terroríficos que las hacían más atrayentes.
El máximo ídolo de este cine fue sin duda El Santo, quien protagonizó una variedad de filmes de estilo Serie B, la mayoría con contenidos delirantes. Poco importaba la calidad del guión o el nivel de actuación, lo llamativo de estas películas era ver al enmascarado de plata ensayando llaves inmovilizadoras y patadas voladoras para dar su merecido a enemigos inverosímiles y de repugnante aspecto físico.
El hacha diabólica no es de las más famosas películas de El Santo, pero hay que rescatarla porque posee elementos muy curiosos que configuran el mito que llegó a ser el luchador mexicano. En este filme, como en ningún otro, se destaca el simbolismo de la máscara e, incluso, se devela que la misma contiene códigos secretos en su diseño que la hacen enigmática.
En el arranque de la película se observa una espeluznante ceremonia fúnebre del mismísimo enmascarado de plata, acontecida en el año 1603. La intriga de lo sucedido será esclarecida luego cuando se descubra que no importa que muera el cuerpo ya que siempre quedará para la eternidad la esencia de El Santo, materializada en su capa y, sobre todo, en su máscara, elementos inmortales que serán heredados por consanguineidad a través de los siglos.
Hay que recordar que el famoso luchador basó su fama en asumir a la máscara como su rostro y jamás apartarse de ella. Bajo este hecho se fueron creando una serie de versiones, como la que lo hacía por una deformación facial.
Esta leyenda fue explotada en la película y, en una de sus escenas, El Santo le dice a su amada que será la primera y última en verle sin máscara, para demostrarle así que no tenía defectos físicos en su rostro. No obstante, la toma de la cámara no permitirá que el espectador lo atestigüe y solo le enseñará la cabellera oscura del personaje, aumentando así la intriga.
El enemigo de El Santo en este filme es un espectro encapuchado invencible, que con la ayuda de un hacha se esfuerza en cumplir con el rito de perseguir al famoso luchador a lo largo de los siglos para darle muerte. La única manera de derrotar a este ente es quitándole su antifaz.
Este extraño filme contribuyó a cimentar esas ramificaciones del mundo de la lucha libre, que están más allá de la simple contienda deportiva. Es conocido que la afrenta de quitarle la máscara a un luchador sería explotada publicitariamente para crear más rivalidad entre peleadores y hacer que el público se sienta más ávido de este show.
Este filme destaca también otro hecho que ha sido muy comercializado en el espectáculo de la lucha libre, como es la arremetida sorpresiva que realiza un ser externo a un ring para golpear con fiereza a los luchadores y al árbitro, en medio de los gritos desesperados de la gente.
El cine mexicano de luchadores contribuyó significativamente en la identificación de varios recursos, que han inspirado a los promotores de las competiciones de lucha libre para estructurar tramas ficticias entre los peleadores que incentiven el morbo en el público y, con ello, hacer más rentable al negocio.
Escrito por Victor Carvajal Celi