Esta semana se estrenó el documental Hitchcock/Truffaut, así que el planteamiento de nuestra sesión doble estaba muy claro: una película de Hitch vs. una película de Truffaut. Hitchcock y Truffaut, dos nombres unidos por un documental y por la mutua admiración profesada: la intriga habitual en el primero salpicaba el cine —con otras connotaciones— en la cinta póstuma del segundo. Vivamente el domingo! y Sabotaje son dos títulos a descubrir desde la óptica del suspense en una sesión doble repleta de misterio y falsos culpables.
Sabotaje — La mujer solitaria (Alfred Hitchcock)
La sombra de Hitchcock es muy prolongada. Algunos lo elevan a padre del suspense, su ingenio y perseverancia siempre le llevó un poco más lejos que los demás. Maniático y amigo del espectáculo, sin duda es uno de los que mejor sabía iluminar un primer plano para convertir los ojos del sujeto en una aproximación a la debilidad o fiereza del suceso.
Conocedor del cine mudo, pudo vivir la llegada del sonido y con ello, triunfó. En esta ocasión nos centramos en Sabotage —conocida en España como Sabotaje (La mujer solitaria), un pequeño apunte que distrae del título inicial—, película basada, al menos en ligeras pinceladas, en la novela El agente secreto de Joseph Conrad, uno de esos autores que ha sido plasmado en cine miles de veces, incluida esta novela, recuperada en 1996 por Christopher Hampton.
Como el propio título, la trama principal se ve empequeñecida por las particularidades de los personajes: de la planificación de una gran catástrofe, Hitchcock se traslada a la cotidianidad de todos aquellos que se ven salpicados, de un modo ignorante, por ese tema. Para ello nos encerramos en un cine y la familia que vive en él. Tal vez la localización es un propio guiño al mundo que tanta expectación genera, la fantasía de lo que ocultan vidas ajenas, las aventuras que otros viven, aunque tras la pantalla, en una pequeña casa, ocurren sin que nadie sea consciente.
Si es el marido el que desde un principio nos presentan como un culpable con todas las letras, pronto es la mujer (solitaria nos dice el título) quien se gana la atención de la cámara, transmite el contraste con su inocencia y dulzura, y se convierte en el objetivo del cambio, tal y como se suceden los hechos. Hay un agente secreto, apuesto y atento, que también direcciona su atención a la señora Verloc, para condicionar lo que ocurre.
El suspense vive de cada detalle que nos ofrece el director con su escenografía, una ventana que se abre por el grito de una película proyectada, una muñeca oculta en un armario, restos de arena en un lavabo, son sólo ejemplos de la maestría de aquel que consigue inquietar cuando no interviene el hombre en escena.
Sin duda es el joven Stevie, un torpe y alegre niño, el que nos transporta a ese estado de tensión prolongada con la que coqueteaba siempre que podía el cineasta, en una escena cronometrada en autobús que lleva a una abrupta concatenación de errores y vendettas que desembocan en un inesperado final. De este modo hace partícipe al espectador del miedo por lo que pueda ocurrir, un fin de la inocencia por una ideología, un aspecto duro y oscuro que quiebra la esperanza de recuperar el orden.
Sabotage une todas las neuras de Alfred Hitchcock y las convierten en un ejemplo único para la historia del cine, con cuidadas secuencias donde se relata con un experto montaje lo que con palabras quedaría de más. La rudeza se convierte en mantequilla en sus manos y lo imposible se adelanta en su mente para, una vez más, impactar a sus contemporáneos y sobrecoger en la actualidad.
Escrito por Cristina Ejarque
Vivamente el domingo (François Truffaut)
Nombre indispensable para su generación y para el cine francés en concreto, no era Truffaut uno de esos autores considerados afín a muchos géneros, virtud enlazada en más de una ocasión en algunos de los grandes maestros de la cinematografía que, sin embargo y pese a todo, no sostenía un cineasta capaz de dirigir títulos en géneros tan diversos y distintos entre ellos como cualitativos se mostraban sus resultados. Desde la comedia (con títulos como La noche americana o Una chica tan decente como yo) hasta el neo-noir (Tirad sobre el pianista), pasando incluso por la sci-fi (su adaptación de Fahrenheit 451), Truffaut no dejó de explorar en distintos contextos un estilo (aquel que él mismo afianzó con la consecución de la Nouvelle Vague) que le llevaría a obtener propuestas de un calado único, de carácter intransferible incluso manteniendo perspectivas ajenas bajo un prisma siempre distinguible.
A través de esa cualidad surgía el trabajo póstumo de Truffaut, una Vivamente el domingo! donde la estrecha relación entre el galo y el maestro del suspense salía a la palestra en una propuesta digna de elogio, donde esa condición voluble —desde su raigambre genérico— que en ocasiones se atisbaba en el cine de Truffaut daba paso a un film conectado con su humor, y con el sentido de la intriga de Hitchcock, esa adictiva interpelación a través de la cual el británico engarzaba cintas que conectan aquí con la frescura y espontaneidad del cine del autor de Los 400 golpes. Falsos culpables, planos frontales como aquel donde Janet Leigh huía de su jefe en Psicosis desde el interior de su coche, intrigas rocambolescas e incluso reacciones inverosímiles —esa Fanny Ardant tornándose investigadora impostada como si nada—… que, en definitiva, moldeaban un discurso que no dejaba de ser del todo Truffaut, pero conectaba indisimuladamente con la admiración profesada por el francés en torno al cine de Hitchcock.
Fanny Ardant convertida en una imprevisible y radiante heroína lidera una Vivamente el domingo! en la que prácticamente encarna el espíritu de Truffaut: su sello, esa —en ocasiones— anarquía buscada y encontrada, esa inesperada soltura… hallaban rostro en una joven decidida y convencida acerca de la presunta inocencia de un jefe encarnado por Trintignant, salpicado por alguna imagen indisimuladamente maliciosa y compungido en un despacho tanto por el ímpetu de ella como por el peso de unas acusaciones desbordantes. Así la concibe Truffaut, y así funciona un título que, como la propia Ardant y sus aventuras, arrolla a un espectador atraído tanto por el poder de fascinación de un personaje inimitable, como por la consecución de una de esas intrigas desatadas en torno a un misterio cuyo cierre es, en el fondo, aquello con menor relevancia. En definitiva, un film que, si bien suponía el fin de una carrera e incluso lo que en tantos otros habría sido considerado su declive, desprende el ímpetu y pasión de un autor cuyo cine iba más allá de su propia percepción, y lo comprendía en Vivamente el domingo! como un todo, registrando el entusiasmo capturado incluso en las acciones de una secretaria cuyas intenciones quizá se detuviesen en el riesgo de la investigación… o no. Nada mejor como un legado así para descubrirlo.
Escrito por Rubén Collazos