Es Navidad, todos nos hemos dado cuenta de ello, pero algunos de vosotros notáis que estamos en realidad en una época hostil y peligrosa: esto va dirigido a vosotros. Nuestro especial navideño ha rebuscado entre tenebrosas situaciones en tan amorosas fiestas y rescata dos clásicos de ayer y hoy, ¿Quién mató a tía Roo?, con Curtis Harrington deformando la conocida historia de Hansel y Gretel y Noche de paz, noche de muerte, donde Charles E. Sellier Jr. se nutre de terrores infantiles para crear un slasher. ¿Felices fiestas? terroríficas seguro.
¿Quién mató a tía Roo? (Curtis Harrington)
Dentro de la curtida producción “b” amparada por los Samuel Z Arkoff y James H. Nicholson a bordo de la popular American International Pictures, Curtis Harrington dirige en 1972 este peculiar cuento macabro navideño llamado ¿Quién mató a tía Roo?. La historia pretende ser una versión actualizada del mítico cuento de Hansel y Gretel, aquella historia proveniente del ingenio de los hermanos Grimm en el que dos huérfanos acaban presos de las garras de una bruja maligna que pretende comérselos en su casa de jengibre. El dulce emplazamiento es aquí sustituido por Forrest Grange, la majestuosa mansión de una viuda adinerada popularmente conocida como Tía Roo, crepuscular estrella de cine, que tiene por costumbre organizar cada año una gran fiesta navideña en su hogar destinada a un grupo de niños huérfanos. Cuando una pareja de hermanos se auto-inviten al evento, la acogedora recepción que la mujer les haga se revertirá en su contra cuando la pequeña Kathy le haga despertar ese sentimiento de rechazo a la muerte de su propia hija, acontecida años atrás y que en su caótico estado mental parece recordar guardando su cadáver momificado.
Harrington prepara su relato bajo muchos de los estandartes claves de su cine, como es aquí la etiqueta de bajo presupuesto, para construir un thriller de claro tinte atmosférico; no se obvian otros logros como esa puesta en escena que parece revertir de siniestra perversidad un cuento de claros trazos de inocente infancia, aquí soterrados bajo los ingeniosos caminos hacia la supervivencia de la pareja de niños que han de huir de los catastrofistas planes que Tía Roo tiene preparados para ellos. Curiosa, metódica y estudiada concepción del género para la que Harrington vuelve a solicitar los servicios de una estrella en decadencia para protagonizar el relato, aquí una Shelley Winters cuya entrada en la década de los 70 estuvo marcada por un declive tanto físico como artístico y que destaca poderosamente en la función con una de sus habitualmente desmesuradas interpretaciones de la época. Ella se convierte en la personificación del aura fatalista, ingenuamente plasmada por Harrington con un toque ambiental que sugiere más que muestra (las cándidas postales que nos regala del hogar de Tía Roo insinúan un barroquismo exquisito) y que regala momentos muy destacables como el flashback en poderoso y blanco y negro de la muerte de la hija de Tía Roo, las connotaciones de su paranoica personalidad cuando acune sin contemplaciones su cadáver momificado o el entero acto final con la dulce venganza de los infantes.
El film no oculta su subterfugio argumental y el propio relato de los hermanos Grimm es incorporado en la narración a modo de voz en off, señalando esporádicamente las alianzas argumentales de la obra alemana con algunas de las escenas más características de la película. También, se pueden encontrar unas claras reminiscencias con ¿Qué fue de Baby Jane? que van más allá de la clara referencia en su título, con la devoción de Harrington a algunos de esos autores coetáneos que construyeron eficaces raíces hacia el thriller psicológico. Aún así, el film destaca como una interesantísima subversión del relato de corte infantil, que destaca más aún por su dramatización navideña; divertido y muy dotado de interés en la mayoría de su metraje, es en algunas de sus connotaciones espeluznantes (momentos como los anteriormente mencionados) donde guarda su cariz más interesante y afinca a Harrington como un personalísimo autor a reivindicar.
Escrito por Dani Rodríguez
Noche de paz, noche de muerte (Charles E. Sellier Jr.)
Es Nochebuena. Los niños duermen mientras Papá Noel recorre los cielos en su trineo colmado de regalos y juguetes. A la mañana siguiente, la alegría invadirá sus hogares… o, en el caso de Noche de paz, noche de muerte, el horror y la desesperación. Claro que el Papá Noel de esta película no viaja en trineo, no es un amable anciano sino un joven reprimido y perturbado, y no reparte regalos sino hachazos a los “niños malos”, término que engloba a cualquiera de los habitantes del pequeño pueblo donde vive nuestro temible protagonista.
Aunque la idea de ambientar un slasher en Navidad no era nueva (y tampoco el Papá Noel asesino), esta película se vio rodeada de polémica desde su estreno. Su perversión de los valores de inocencia infantil asociados a la figura de Papá Noel provocó una oleada de protestas, que terminó obligando a su retirada prematura de cartelera. Esto no fue obstáculo para que el filme obtuviese unos buenos resultados de taquilla y adquiriese un estatus como clásico de culto, reestrenándose más tarde sin cortes y dando lugar a cuatro secuelas.
A pesar de su fama, Noche de paz, noche de muerte no me parece una buena película. Tampoco horrenda, más bien una mediocridad que se mueve en la fina línea que separa el entretenimiento de sobremesa del cine directamente cutre, y con algunas secuencias relativamente logradas. Su principal problema se encuentra en un sentido del ritmo narrativo deficiente y mal administrado, que da la sensación de que se queda sin tiempo y no explota del todo sus ideas.
El argumento se divide en dos partes bien diferenciadas en el tono. La primera mitad es una larga introducción, de más de cuarenta minutos, para explicar el origen y desarrollo de la perturbación de Billy. Esta narración no carece de puntos de interés, y —aunque ramplón— el trasfondo psicológico y religioso tiene cierta gracia, pero en este caso la redundancia y lo predecible del proceso hacen innecesario un metraje tan dilatado que compromete la atmósfera de terror que pretende recrear posteriormente.
En cuanto se transforma en el slasher puro y duro que prometía ser, se acaba quedando algo corto como tal y dando la sensación de que precipita los acontecimientos, disponiéndolos de manera aleatoria y perdiendo la continuidad en la que tanto había incidido anteriormente; transformándose, por tanto, el enfoque exclusivo en Billy en un arma de doble filo para integrar este segundo tramo de la historia, en el que sus apariciones son más dispersas y se pretende crear un punto de interés en la hermana Margaret que no se concreta. Tampoco ayuda el escaso nivel actoral, con un Robert Brian Wilson bastante limitado para representar los cambios en su personaje, y en general la falta de tensión de una película que casi funciona mejor en su vertiente erótica —con sus tres o cuatro escenas subidas de tono— que como cinta de terror o psicológica.
En cualquier caso, el resultado final es sorprendentemente digno teniendo en cuenta los problemas que arrastra. Además de sus dos o tres escenas de muertes realmente imaginativas, el acierto de esta película es no tomarse demasiado en serio. Siendo consciente de su premisa exagerada, de su sinsentido en ocasiones muy obvio —¿por qué hay flechas afiladas en una tienda de juguetes?— y en general de sus propias limitaciones, no tiene reparos en llevar al ridículo las reacciones de sus personajes —el muñeco de nieve, los «Punish!» y «Naughty!»— y sus golpes de humor negro y absurdo, muy apreciables, se concentran en una fase final que sube bastante el nivel del resto de la obra.
Escrito por Javier Abarca