El cine satírico/político italiano de los años 70 llega a nuestra sesión doble para recuperar dos títulos imperdibles dentro de esa cinematografía afín a encontrar entre sus piezas numerosos géneros surgidos del país de la bota que alimentaron las diversas inquietudes presentes en tiempos pretéritos. Queremos los coroneles del imprescindible Mario Monicelli, e Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha de un autor a descubrir como Elio Petri forman este díptico que ningún aficionado al cine transalpino se querrá perder.
Queremos los coroneles (Mario Monicelli)
Queremos los coroneles me parece una de las mejores sátiras políticas que se han realizado en los 70 por parte de un auténtico maestro en mezclar crítica social con humor como el gran Mario Monicelli. Comparte el mismo esquema de sus comedias más reputadas (Rufufú, La Armada Brancaleone…) así como todas las marcas de su estilo: mezclar lo esperpéntico como unos diálogos rápidos y muy agudos más unas notas de trazo grueso (inevitables en toda comedia italiana de finales de los 60 hasta prácticamente finales de los 80); mantener una nómina de excelentes actores, que más o menos iban repitiendo en cada película, que estaban perfectos en sus roles y que lo mismo sabían hacer drama que comedia, algo muy importante ya que todas sus películas poseen un tono agridulce; y sobre todo el planteamiento —en eso coincide con el maestro Berlanga— de una situación que desde el principio adivinamos abocada al fracaso.
La auténtica estrella del film es el gran actor Ugo Tognazzi, personaje alrededor del cual pivota toda la acción de la película. Interpreta magistralmente al Honorable Beppo Tritoni, un político en activo de extrema derecha, histriónico, extremista, primario, sexualmente impulsivo, en definitiva, un auténtico hijo de puta que es capaz de golpear a su hijo con una guitarra porque se ha enterado que sus compañeros lo toman por un marica, y que planea dar un golpe de estado en Italia e imponer una junta militar que gobierne el país.
En la primera parte de la película, Tritoni se dedica a reclutar a un grupo de viejas glorias militares, algunos bastantes «gagás», otros verdaderamente tarados… en fin, una galería de freaks de la mejor escuela, que se reúnen para organizar el golpe de estado de manera que diferentes mandos tomen los puntos estratégicos de Roma (el aeropuerto, los estudios de televisión, cortar el suministro eléctrico de la ciudad, etc.) En este bloque, se suceden situaciones divertidas básicamente por la caracterización esperpéntica del grupo de golpistas y por el modo en cómo se planea la operación denominada “Zorro Negro” (todo nos evoca inevitable a nuestro querido y admirado Atraco a las tres y por supuesto al golpe de estado del 23F). La segunda parte de la película consiste en la desastrosa ejecución de la operación “Zorro Negro”, en la que desde el principio, y debido a una confusión que no conviene desvelar, todo el asunto se va al traste.
Basada en un hecho real (un intento de golpe de estado conocido como “golpe Borghese” o “Golpe dell´ Immacolatta” acaecido en el año 70 y organizado por el Príncipe Junio Valerio Borghese, una antigua gloria de la Marina Italiana, héroe de la 2º Guerra Mundial y que fue un auténtico desastre) nos encontramos con uno de los films más amargos y a la vez más ácidos de Monicelli ya que finalmente serán los políticos del país los que alegando la falta de seguridad en el país, impongan una suerte de estado de corte fascista en Roma y se aprovechen del golpe fallido de Tritoni y sus hombres, e incluso muchos de ellos sean nombrados ministros del nuevo gobierno. De hecho, la diferencia que existe con otros films parecidos como Rufufú o La Armanda Brancaleone es que los personajes provocaban enseguida la empatía y simpatía con el espectador; sin embargo en Queremos los Coroneles, se produce precisamente justo el efecto contrario.
Como curiosidad: el film estuvo nominado a la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1973.
Escrita por Joseph B. Macgregor
Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Elio Petri)
Elio Petri fue un virtuoso a la hora de plasmar en sus ácidas sátiras una mirada sumamente cínica que avisaba de los peligros que la deriva de los acontecimientos sociales y el inmovilismo ciudadano ocasionarían en las generaciones futuras. En este sentido, su obra más popular es Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, primer y multipremiado título de la aclamada trilogía del poder, que ostenta todas las virtudes del cine maquinado por este artista visionario.
La cinta narra las peripecias de un ambicioso jefe de policía romano (Gian María Volonté), que para celebrar un esperado ascenso visitará el día antes de su nombramiento a su amante (Florinda Bolkan) para saciar sus apetitos sexuales. Sin embargo, una discusión de pareja acabará con la comisión del asesinato de su querida por parte del ejemplar funcionario, hecho que incitará al oficial a deshacerse de las pruebas que le inculpan, preparando las mismas para acusar al joven pretendiente de su amante.
Partiendo de esta sencilla trama, Petri tejerá una compleja historia narrada a partir de flashback y fogonazos de genialidad, huyendo pues de toda línea convencional de narración, que vomita una inquietante parábola sobre los pérfidos mecanismos que caracterizan la erótica del poder así como la impunidad existente en aquellos que ejercen sin mesura el mismo, que emplearán así los dispositivos de autoridad para culpar de sus actos a los pobres tontos útiles que pasaban de puntillas por el escenario del crimen.
Petri radiografía a la perfección la inmundicia y la falta de regulación presente en las altas esferas, que actuarán de manera despótica con total arbitrariedad bajo el paraguas de la seguridad que proporciona la posibilidad de dictar las normas de coacción social. La cinta resultará inolvidable gracias a un espléndido Gian María Volonté que realiza en esta, una de sus mejores interpretaciones en el rol de ese desagradable y sórdido jefe de policía, atraído por el lado más hortera de la vida, que no dudará en revelar su codicia aprovechándose de la bondad e ingenuidad de sus conciudadanos.
A pesar de ostentar ciertos componentes que podrían emparentar la cinta con ese «poliziesco» que plagó los cines de medio mundo en los setenta, Petri únicamente se apoya en el hecho criminal para lanzar sus afilados dardos de denuncia acerca de la vulnerabilidad a la que estamos sometidos los sufridores ciudadanos de la clase media trabajadora en manos de las impersonales instituciones políticas y sus privilegiados funcionarios que gracias a la teoría del miedo a esos enemigos invisibles, ejercerá abusivamente sus obsesiones y confabulaciones contra la ciudadanía, adoptando como eslogan ese inolvidable e hilarante monólogo formulado por Volonté que advierte que la represión es civilización.
Y es que Elio Petri demostró con su cine comprometido y valiente, que la solidaridad y la convivencia pacífica no son los resortes que atraen a los residentes del mundo occidental, sino que el ser humano se siente enfermizamente conquistado por el arte de la codicia y el ascenso a cualquier precio, siendo la corrupción que define los organismos que articulan el gobierno ciudadano el evento que emponzoña el alma de todo aquél que termina devorado por el aroma del poder.
Que no se me olvide destacar la hipnótica partitura compuesta por Ennio Morricone y la acidez subversiva que desprende un relato que con el paso del tiempo se ha convertido más que en una sátira en una obra enmarcada en el género neorrealista que establece como paradigma aceptado que el poderoso cuanto más corrupto y sectario más apoyo popular tendrá.
Escrita por Ruben Redondo