La leyenda y la épica se torna cine en la nueva sesión doble de esta semana, que nos ofrece las historias de Parsifal, dirigida por Daniel Mangrané y Carlos Serrano de Osma en 1951 y La leyenda de la fortaleza de Suram dirigida a cuatro manos entre Sergei Parajanov y Dodo Abashidze en 1985.
Parsifal (Daniel Mangrané, Carlos Serrano de Osma)
Unos soldados llegan a un monasterio en ruinas durante la III Guerra Mundial y allí encuentran un libro que relata la historia de Parsifal y los caballeros del Grial durante el siglo V. Con esa narración marco nos introducen Daniel Mangrané y Carlos Serrano de Osma, codirectores y guionistas de Parsifal (1951), en las leyendas de tradición cristiana provenientes del siglo XIII asociadas habitualmente al mito artúrico. Su germen fue establecido primero por Chrétien de Troyes y después desarrollado, entre otros, por Wolfram von Eschenbach, cuyo poema épico inspiraría la ópera de Richard Wagner. La película toma estas y otras fuentes, con la acción transcurriendo en España y la montaña de Montserrat como foco de interés místico. Gustavo Rojo es el hijo de Roderico, guerrero asesinado por el traicionero Klingsor (Félix de Pomés) en su ambición por ostentar el poder de su pueblo. Mientras deambula por bosques y montañas en su búsqueda de la sede de los guardianes de las reliquias de Jesucristo, Parsifal es testigo del robo de la lanza del Destino por la influencia seductora de Kundria (Ludmilla Tchérina).
La aproximación épica la proyecta aquí un contraste de escalas entre las localizaciones naturales y los decorados de estudio utilizados para su rodaje, encajando las intenciones espirituales de su narrativa. Los planos contrapicados, la luz y ángulos de las composiciones en el territorio montañoso, combinados con los horizontes de cielo nubosos y la abundante niebla proveen al largometraje durante muchos minutos de un sentido de auténtica dimensión sobrenatural y carga de elementos fantásticos. Pero además da cierta idea de conexión pura con el entorno natural y registro de sus esencias primordiales, propia de la corriente del cine telúrico que proponía Serrano de Osma junto a Llorenç Llobet Gràcia, entre otros. La escenografía pasa también por el contraste entre cierta distancia con la cámara y planos amplios en las secuencias más multitudinarias, la fragmentación y planos cortos de combates y el aspecto más íntimo de las escenas entre Parsifal y Kundria, para luego llevarla a la liturgia de los ritos de los caballeros del Grial y su altar, coreografiados con una exaltación de estética operística, subrayada por la adaptación musical de Wagner en su banda sonora.
El camino del Grial está dentro del corazón de los hombres, le dicen al protagonista, que está predestinado, según las profecías, a recuperar la lanza y devolver la protección divina a su templo. Así se presenta una progresiva intensificación del mensaje religioso y moral, mostrando las tentaciones del mundo terrenal y la vanidad como principales enemigos del hombre que busca entregarse a Dios. La mayor y última tentación la encarna Kundria como La Mujer, ese ser capaz de llegar más lejos que el hombre en el pecado pero también en la perfección. Estos anacrónicos conceptos —propugnados por el ideario del nacionalcatolicismo en la sociedad española— se trasladan visualmente en una onírica secuencia en la que Parsifal se enfrenta a los siete pecados capitales interpretados alegóricamente por distintas actrices. Con unos bellos diálogos de intencionalidad más poética que realista, así como un trabajo de ambientación y fotografía que sortean y disimulan sus limitaciones de producción, el gran lastre de la cinta se encuentra en la desbordante teatralidad de su tramo final, que supedita el relato a la evocación del imaginario católico y su carácter de parábola.
Escrito por Ramón Rey
La leyenda de la fortaleza de Suram (Sergei Parajanov, Dodo Abashidze)
Los personajes se mueven en el escenario a través de coreografías rítmicas y cíclicas donde sus acciones son a la vez representaciones de los avatares que simulan, el cine de Parajanov se aleja del realismo y se acerca al carácter contenido y simbólico de los poemas y cantares, así mismo la puesta en escena recuerda a las miniaturas persas donde la posición de los personajes y objetos se mezcla y amontona en una simulación impráctica de un espacio bidimensional donde todo es visible y representativo.
Así es, la apuesta estética del autor recuerda a un carácter narrativo previo al de la novela moderna, en el cual las historias tenían un fuerte componente mítico que más que esforzarse por ser verosímil y traer la magia a lo real, empleaba esta misma libertad que da el espacio literario para sintetizar y hacer más evidente lo fundamental del drama humano, social y religioso. En este caso tenemos la historia del amor truncado de Durmishkhan y Vardo que tuvieron que separarse trágicamente producto de la marginación y del sistema esclavista que operaba en Georgia en el pasado. Este detonante es la excusa para hacer un pequeño recorrido por el folklore nacional y reflexionar al respecto del azar funesto que con frecuencia hace de nuestros pares verdugos que, inconscientes, nos sacrifican en busca de su propio bienestar.
Es necesario hacer énfasis en la estética, pues Parajanov logra crear un retrato vigoroso de su cultura y de los ritos religiosos de esta, la cual bebe de las dos grandes ramas derivadas del judaísmo como son el cristianismo y el islam. Por ende, la arquitectura medieval y de principios del renacimiento será protagonista y contraparte de los personajes que se integran en ella como si la misma hubiese sido hecha para permitirles posar como iconos sagrados del pasado nacional. Así mismo el jolgorio se intensificará gracias a las vestimentas cargadas de adornos y joyería que les darán a los personajes un aura mística acompasada por melodías potentes y sostenidas que como el eco de cantos monasteriales, envuelven cada uno de los retratos/capítulos.
La historia es difícil de seguir para el que esté acostumbrado al cine hegemónico, pues en razón de lo mencionado la obra en vez de conducir las emociones del espectador y el sentido del relato plantea los eventos en un ritmo dilatado que demanda la exploración calmada y minuciosa de los planos. Así la trágica historia de los protagonistas más que conmover invita a valorar sus figuras como entes postizos, habitáculos de una identidad estética que sintetiza la sabiduría de su pueblo y el humor (no en el sentido cómico) característico de su región.
A pesar de la narración en primera persona de varios de los capítulos la obra de Parajanov se distancia de la perspectiva intima, y se puede enunciar como colectiva, pero no en el previsible sentido comunista si no desde una mirada regional, así La leyenda de la fortaleza Suram más que la obra del realizador, es un legado cultural que nos brinda el pueblo georgiano rescatando su pasado tradicional y reivindicando sus ritos y costumbres en un cine que se puede identificar como político, ya que defiende ante la pretensión comunista de lo igual la identidad particular de cada uno de los grupos o segmentos que integraron sus territorios.
Escrito por Nelson Samuel Galvis Torres