Sesión doble: Parents (1989) / Tasmania (2009)

El canibalismo llega a la sesión doble desde una vertiente que es afrontada desde el cine de género como desde una perspectiva más dramática con una de las joyas de los 80, esa Parents dirigida por Bob Balaban con Randy Quaid al frente, y una interesante pieza ‹aussie› en el debut de Jonathan Auf Der Heide con Tasmania.

 

Parents (Bob Balaban)

A veces el tono lo es todo, y más cuando este se asienta de manera práctica sencilla e inmediata. Una forma contundente de inmersión para saber ya de entrada a qué nos enfrentamos más allá de las sorpresas argumentales posteriores. Parents, de Bob balaban, es uno de esos films donde este recurso se hace más patente. Un inicio en el que solo con una banda sonora aparentemente alegre pero usada en modo irónico (la nota amarilla “orwelliana”) y un ‹look› anacrónico a lo Douglas Sirk, pasado por un filtro ligeramente descolorido, nos sumerge de inmediato en lo que va a ser una pesadilla que transgrede el modelo familiar americano de modos inesperados.

Sin duda estamos ante lo que podría ser una comedia negra más que una cinta explícitamente de terror. Y justamente gran parte del desarrollo de la cinta se fía precisamente a hacer de lo explícito algo inexistente. La clave, aunque más o menos podamos ver por donde van los tiros, es renunciar a hacer patentes los elementos más genéricos del asunto. Obviar la profusión de sangre, los asesinatos o incluso los motivos (más allá de un apunte sobre la tradición). De lo que se trata aquí es de generar una atmósfera malsana a través de la perversión del modelo tradicional familiar y presentarlo como una versión pesadillesca del mismo.

Lo realmente meritorio es que más allá de ciertos apuntes oníricos y pinceladas relacionadas con la trama, Babalan fila casi literalmente lo que vendría a ser la típica ‹sitcom› cincuentera que proponía arquetipos no solo imitables sino deseables para la sociedad. Con ello, lo que se consigue es hacer un retrato de la oscuridad subyacente detrás de dicha institución. Una especie de postal esperpéntica sobre deseos ocultos, esquizofrenia social y el mal que se oculta tras este conservadurismo de pátina brillante y negrura interna.

Y es que, sin ser cine social (obviamente), Balaban se muestra especialmente duro en la metáfora. Los sueños idílicos de los 50 son la avanzadilla de la decadencia posterior. Un mal generacional que avanza a ritmo de sonrisas impostadas, colores brillantes y una represión constante sobre los impulsos. De alguna manera, más allá del consumo literal de carne, Parents no es más que la metáfora de una sociedad que se está consumiendo a sí misma a través de la institucionalización de un modelo unívoco y el rechazo a todo aquello que se interpreta como transgresión a los valores que representa.

En esta suerte de ambiente de “Mcarthismo” social los usos y hábitos de la familia Laemie tienen una interpretación claramente ambigua. Obviamente lo terrible de sus actos con asesinato y canibalismo los situarían en el plano de la maldad. No obstante, el juego está en que esto no deja de ser la primera capa. En el fondo, ni que sea de manera paradójica, esta familia representa la necesidad de la ocultación de alternativas, de verse presos de un sistema que les “obliga” a aparentar una vida standard alejada de su realidad.

Por ello, Parents es un film sobre la ocultación, la represión y la trastienda oscura del sueño americano. Pero también, de alguna manera, es una canto a la rebelión, a la necesidad de dejar vía libre a otras formas de interpretar la familia, el amor a los seres queridos y a poder seguir modos de vida alternativo que se alejen de la imposición de ciertos valores morales más relacionados con la hipocresía de las apariencias que con una apreciación de estos. Al fin y al cabo, las últimas imágenes del film hablan por sí solas: una despedida feliz que tiene que ver más con la voluntad de representación, de teatrillo social y que sitúan la verdadera esencia de lo que Babalan considera los que debe ser la familia, esto es un espacio de libertad donde se debería poder relacionarse, amar y comer sin presiones externas.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Tasmania (Jonathan Auf Der Heide)

El tabú del canibalismo se ha abordado en el cine haciendo normalmente hincapié en los aspectos más morbosos del asunto, volcándose en la violencia gráfica y convirtiendo la antropofagia en un espectáculo malsano presto a saciar el apetito de aquellos espectadores atraídos por platos especialmente fuertes (y crudos), lo cual me parece perfectamente válido (ahí están los divertidos ‹exploits› italianos de Lenzi, Martino o Deodato o la saga de Km. 666, dentro del ‹slasher›). Pero eso no es óbice para que de tanto en tanto surjan aproximaciones desde ángulos más diversos e igualmente estimulantes, sea la sátira social bañada en gore de Ravenous, el ‹survival› a lo Hollywood de ¡Viven! o la sordidez psicológica de El caníbal de Rottemburgo. Como las películas de Frank Marshall y Martin Weisz antes citadas, Tasmania se construye sobre un suceso real: la odisea de supervivencia de unos presos que, a comienzos del siglo XIX, escaparon del brutal penal de Mcquire Harbour, en Australia, sólo para acabar vagando, perdidos, por las profundidades del bosque, acechados por un hambre letal que los acabó empujando al canibalismo. Y, como la de Antonia Bird, encuentra su personalidad a fuerza de frustrar las expectativas del público, que se llevará sin duda un jarro de agua fría si espera encontrar una crónica de supervivencia al uso.

Lo más llamativo del film de Auf Der Heide, se da uno cuenta rápido, es su voluntad de negar cualquier viso de espectáculo, casi se diría también que cualquier viso de entretenimiento, priorizando un tempo pausado, a ratos letárgico, en el que pesan más los pequeños gestos que las acciones. Un enfoque abiertamente contemplativo que pretende registrar cómo se van desintegrando los últimos estados de humanidad de los personajes conforme se agotan sus esperanzas de vida. Es, por supuesto, un fresco profundamente pesimista y oscuro, que parece beber del cine de Herzog en su fascinación por explorar los límites, físicos, pero sobre todo morales, del ser humano en una situación límite, figura atrapada en un entorno hostil y desconocido que lo hostiga, lo transforma y acaba finalmente cortando de raíz aquellos últimos lazos que lo mantienen unido a la civilización.

La estrategia tiene sus pros y sus contras. Se vuelca en un naturalismo que funciona bastante bien en su primera mitad, describiendo entorno y personajes con crudeza y sin glamour, con una fisicidad palpable (las cicatrices, la mugre, la sangre…) que no rehúye cierta mirada poética más personal. Pero pronto la narración se torna deliberadamente monótona y reiterativa, sucediéndose imágenes y situaciones (hogueras en la noche, el grupo —menguante— cruzando ríos y riachuelos) como si se tratara de un mantra. Esto potencia la idea de estar en un limbo terrenal, un espacio de nadie del que no se puede escapar, y por el que la razón se escurre progresivamente como la suciedad a través de un desagüe. El problema es que, conforme los personajes pierden fuerzas y cordura, conforme se animalizan y se dejan vencer por el instinto más básico de supervivencia, el espectador, con ellos, va dejándose igualmente la energía, llegando un tanto cansado a su inevitable desenlace.

Es evidente que Auf Der Heide no concebía esta historia con la vista puesta en el entretenimiento, sino como un modo de retratar ese abismo al que se asoma el ser humano cuando todo le empuja a la muerte. Es un viaje esencialmente introspectivo, con esa locura flotando en el ambiente que se refleja también en la voz en off, y que, igual que hace pensar en Herzog, también puede remitir a los viajes alucinados a través de una naturaleza casi sobrenatural que filmó Weir en algunas películas de su primera etapa. La violencia, el gore, nunca han pretendido erigirse en protagonistas de la función. Todo ello hace de Tasmania una película sin duda diferente, pero también árida y difícil, artística en su ejecución, pero tan grave y solemne en sus formas que hará que muchos espectadores bostecen de aburrimiento. En todo caso, y aun no cumpliendo del todo con sus expectativas, supone una apreciable ‹rara avis› dentro del género, y una aproximación al tema del canibalismo preñada de tristeza y desolación.

Escrito por Nacho Villalba

 

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