El post-apocalipsis llega a nuestra sesión doble, y lo hace con dos títulos bien distintos entre sí: por un lado la cinta polaca O-bi, o-ba: El fin de la civilización, que dirigiera Piotr Szulkin a mediados de los 80, y por otro lado toda una «exploitation» en la línea del cine italiano más gamberro con 2019, tras la caída de Nueva York, dirigida por uno de sus más míticos cineastas de género, Sergio Martino.
O-bi, o-ba: El fin de la civilización (Piotr Szulkin)
Las películas que hacen girar su trama alrededor de un posible holocausto nuclear y el consiguiente futuro post-apocalíptico que acompaña al exterminio del ser humano, suelen contener en sus entrañas cierto espíritu de denuncia social. En ocasiones este sentido crítico se pierde en favor del puro entretenimiento escapista dando lugar de este modo a films de pura acción dotados de un ritmo trepidante.
Sin embargo, de esta regla general se desmarcan ciertas producciones que mezclan en igual proporción los mencionados ingredientes de análisis crítico con otros componentes que conceden al film el necesario desahogo filosófico. Este es el caso de la cinta que integra esta sesión doble: la singular y sugerente película de scifi polaca O-bi, o-ba: El fin de la civilización, obra que conforma un cuadrado perfecto junto con Golem, The War of the World: Next Century y Ga-ga: Glory to the Heroes, las otras tres obras de atmósfera futurista deprimente dirigidas por Piotr Szulkin.
Con la cinta que reseñamos en este artículo, Szulkin alcanzó la cumbre de su arte al dar forma un relato en el que insertaba la historia bíblica de El arca de Noé en una epopeya en la que se lanzaba un despiadado juicio en contra del comunismo que regía en la Polonia de mediados de los ochenta a través de la metáfora que encierra la inmediata caída de la cúpula que albergaba a los supervivientes de la catástrofe nuclear que focaliza el hilo argumental del film, demolición que trata de ser ocultada por una clase dirigente más preocupada por prolongar la agonía del orden establecido que en solucionar los problemas que afectaban a la propia supervivencia.
Partiendo de la típica historia de demolición existencial que ha convertido la subsistencia en el exterior de la tierra en un glacial incompatible con la vida, Szulkin centrará la historia en un pequeño grupo de individuos que han vencido al exterminio gracias a su encierro en una especie de bóveda subterránea construida por los resistentes que lograron huir de sus enemigos los Booroons. En el interior de los túneles que cimientan dicha bóveda habita toda una galería de personajes, desde policías que tratan de mantener el orden, pasando por prostitutas que regalan los oídos de los habitantes en pecaminosos bares así como defensores de la fe encargados de enaltecer la esperanza de los ciudadanos anunciando la inminente llegada de una especie de Arca de la salvación que arribará al refugio subterráneo para transportar a unos pocos elegidos a un supuesto paraíso perdido, lugar que dará la oportunidad a estos pocos privilegiados de iniciar de nuevo el ciclo de la vida. Sin embargo, este anuncio es en realidad un engaño urdido por los gobernantes de este inframundo, los cuales tratarán al mismo tiempo de hallar la colaboración del crítico ingeniero que construyó la bóveda original con el fin de parar la cercana demolición de la estructura de la guarida.
La película ostenta un esquema argumental rico en matices reveladores que son empleados por Szulkin para irradiar una deprimente y pesimista radiografía de un futuro en el que no hay cabida para la esperanza. El cineasta polaco muestra con un tono muy ácido la corrupción existente en unos líderes que dirigen a la población con el único fin de salvaguardar sus propios intereses, actuando en contra de las doctrinas que en principio defienden en público. Igual de lúcida es la mirada de Szulkin al confrontar la división de la sociedad comunitaria entre una clase privilegiada que construye barreras indestructibles para evitar la convivencia con los desclasados, aislando pues a los habitantes del refugio entre sí dentro del aislamiento ambiental que supone la coexistencia en un espacio cerrado sin ventanas comunicantes con el exterior.
Con un resplandor tremendamente tenebroso apoyado en un diseño de producción que mezcla con desenvoltura futurismo con ciertas influencias del neorrealismo de base, Szulkin esculpió una de las películas de ciencia ficción post-apocalíptica más hipnóticas y metafóricas que he visto. Dotada de un bello virtuosismo visual a la vez que de una oscura introspección, la cinta apuesta por describir un futuro mustio y deshumanizado donde la codicia, el egoísmo y la mentira siguen siendo los disfraces preferidos por una sociedad anclada en el pasado más decadente sin perspectivas de futuro. A destacar la presencia en un papel secundario y muy sugerente de la gran Krystyna Janda. Una cinta que aúna con clase entretenimiento y profundidad.
Escrito por Rubén Redondo
2019, tras la caída de Nueva York (Sergio Martino)
El cine post-apocalíptico ha sido uno de los géneros más recurridos en una multitud de variantes dramáticas. Aunque últimamente vemos como grandes producciones norteamericanas se nutren de esa variante de la ahora popularmente denominada distopía, las historias ficticias sobre sociedades futuras decadentes hoy son recordadas como excelso reclamo en multitud de variantes. A vuela pluma podemos mencionar el cómo una novela ha sustentado tantas ideas para el cine fantástico si recordamos el Soy Leyenda de Richard Matheson, o la eclosión del subgénero apocalíptico inaugurado por El Planeta de los Simios, que originó una retahíla de obras hermanas que retrataban un infausto futuro sobre la raza humana. Además de traspasar las barreras norteamericanas llegando hasta la decrépita Australia que dibujada Mad Max, la industria italiana de géneros también adoptó los futuros catastrofistas dentro de un cine espiritualmente «trash» que elevaba al cubo las intenciones de aprovechamiento del éxito ajeno que la cinematografía del país llevaba practicando desde décadas atrás.
El llamado post-apocalíptico italiano, paradigma de una época dorada del «exploit» europeo y la generación del videoclub, y que dejó para el público otras piezas nostálgicas y artesanas como Los Guerreros del Bronx o Los Nuevos Bárbaros (curiosamente ambas del mismo director, Enzo G. Castellari), tiene en 2019 Tras La Caída de Nueva York una figura ejemplar para comprender, entender e incluso amar al subgénero, si se asimila el encanto de la cultura de explotación de la que es partícipe. Nos encontramos en un Nueva York devastado por una hecatombe nuclear, donde veremos una ciudad en su día prototipo del desarrollo universal y que en año 2019 se encuentra devastada y dominada por regímenes enfrentados. La película viene dirigida por una eminencia dentro de la industria italiana de géneros como Sergio Martino, con su previo recorrido por el «giallo», movimiento en el que dejó algunas de sus obras más recordadas. La cinta tiene en el punto de mira a esas piezas claves que en su día fueron modelo para la contracultura apocalíptica italiana, como son 1990 Rescate en Nueva York de John Carpenter y la previamente citada Mad Max. De la primera no sólo será la clara referencia en el título lo único que asimile, ya que el esquema argumental también se nutre de ese concepto de la gran urbe sumida en la anarquía. De ambas se ayuda para la composición de la arquitectura formal del antihéroe, gran angular de toda obra distópico-apocalíptica, en el que recae toda la faceta “heroica” de la trama además de representar esa posición reaccionaria ante los nuevos cauces de esas sociedades futuras.
La película de Martino gana encanto por la auto-confesa ranciedad de su operativo del espectáculo, que esconde un humilde uso de los arquetipos del subgénero dentro de un sentido de la diversión admirable y reivindicativo. En ella se manifiesta la sabia utilización de las propias limitaciones, al no ocultar esa inherente etiqueta «trash» que lejos de empobrecer la imagen de la película hace que algunos de sus valores puramente cinematográficos compensen esas limitaciones formales que sólo un escaso presupuesto ha podido originar. Así, el director saca de dentro el buen hacer de épocas pasadas para imprimir a la película un ritmo organizado y elaborado, aprovechando los momentos más afines a la acción para dibujar su más que consecuente artesanía, latente a pesar de los pobres resultados estéticos. En lo relativo a la ficción y su dramatización la película tuerce voluntariamente hacia lo grotesco, jugando con la línea fina de la ironía en algunos de sus postulados argumentales como ese eje narrativo que habla de la última mujer fértil sobre la tierra, premisa también de la obra en la que se basaba Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón.
En definitiva, 2019 Tras la Caída de Nueva York sirve como muestra de la desmesurada visión de la cinematografía de consumo italiana con una variante tan popular de la llamada distopía, honesta en su peculiar construcción de la ficción y consecuente con sus acotaciones estéticas, que son compensadas por la inocente acepción de las premisas triunfales ajenas.
Escrito por Dani Rodríguez
Muy recomendable la película de O-bi O-ba, me gustó mucho sobre todo por todo el asunto de la esperanza y su relación con la religión. Su atmósfera me recordó mucho a la cinta soviética «Cartas de un hombre muerto» que trata también de un futuro post-nuclear.