Sesión doble: Niños, no jueguen con cosas muertas (1972) / Fido (2006)

Si bien el fin de semana pasado no pudimos asistir a nuestra cita quincenal con la sesión doble, hoy os retribuimos con una muy especial, y es que la temática zombie toma forma en esta nueva entrega mediante dos títulos que ningún aficionado se debería perder. El primero de ellos, del mítico director de terror Bob Clark, que se acercó hasta en dos ocasiones al ‹mondo zombie› y del que os traemos Niños, no jueguen con cosas muertas. En segundo lugar, la comedia y la temática zombie siempre ha dado buenas cintas, pero ha sido difícil unirlos por mucho tiempo; con Fido de Andrew Currie descubrimos una de esas cintas que merece la pena ver gracias a una curiosa premisa seguida por un buen puñado de risas.

 

Niños, no jueguen con cosas muertas (Bob Clark)

Cuando Bob Clark, imbuido por el espíritu de Romero, decidió dar vida a su propia creación zombie Niños, no jueguen con cosas muertas (1971), no era consciente del verdadero potencial de un proyecto “zetoso” sin mayores pretensiones que las de juguetear con alguna que otra convención genérica y reírse abiertamente de su tropa de vivos. Con un presupuesto más que limitado y mirando de reojo al pilar que suponía La noche de los muertos vivientes, Clark opta por la mixtura de géneros virando hacia una comedia zombie no explorada en la época, abriendo caminos que a día de hoy se siguen transitando con buenos resultados.

Argumento de una línea: un grupo de hippies, actores de profesión, pasa la noche en una isla abandonada sin razón aparente, para acabar realizando un ritual satánico y resucitar a los muertos enterrados en un gran cementerio. Los dos primeros tercios de la película se centran en la construcción de la atmósfera lúgubre que todo lugar abandonado requiere, además de servir como presentación de personajes y de establecer su peculiar tono. Aquí se mantiene a duras penas, con unos personajes que pudieran anticipar todos los estereotipos adolescentes que Clark retrataría posteriormente en Porky’s, repelentes a más no poder y, por lo general, prescindibles. El personaje más relevante resulta el director de la compañía de teatro, caracterizado por una diarrea verbal decimonónica, su evidente despotismo y una malsana atracción por la muerte y la profanación que generará el contrapunto a este retorcido cuento moral en que los muertos se levantarán para recordar a la juventud el respeto hacia sus difuntos.

Afortunadamente todo comienza a desvariar en cuanto la brujería y la profanación entran en juego, introduciendo subrepticios apuntes sobre la necrofilia y estereotipos sexuales bañados, evidentemente, de un humor negro simple y efectivo (para el recuerdo quedarán las nupcias mortales con el cadáver violentado). Todo esto sin olvidarse en ningún momento de mantener el enrarecido ambiente y establecer un incremento progresivo de intensidad que desemboca en el inevitable clímax final que hará las delicias del fan del género, abandonando las risas y centrándose en el baile no muerto en la desquiciada escena de la resurrección masiva (montaje acelerado, planos locos, sintetizadores atronadores…) y el posterior asedio a la casa de los actores.

Siendo sinceros habría que reconocer que buena parte del disfrute de su visionado viene dado por el carácter eminentemente camp que le otorga el paso de los años, por lo ingenua y delirante que resulta la propuesta a ojos del espectador contemporáneo, condición ésta que más que restar méritos, los amplifica en este caso. Totalmente inconsciente, la atmósfera alucinada llena de diálogos imposibles, horribles cortes de pelo  y vestuario a la par cautiva y extraña entre sobreactuados cantos al demonio, profanaciones múltiples y sacrilegios varios, a los que el espectador se abandona sin ninguna resistencia, participando de esa locura general que justifica sobradamente la condición de obra de culto que se ha ganado a lo largo del tiempo.

Escrito por Iván Gallego

 

Fido (Andrew Currie)

Desde que el ‹mondo zombie› dio sus primeros pasos cinematográficamente hablando con aquella La legión de los hombres sin alma protagonizada por Bela Lugosi, muchos han sido los cineastas y perspectivas entorno a un universo en el que se han dado cita grandes cineastas como George A. Romero, Peter Jackson, Jacques Tourneur, Lucio Fulci o Jorge Grau entre tantos otros. Sin embargo, la dualidad temática prácticamente siempre ha ido adscrita a un género, el del terror, del que se empezó a despegar allá en la década de los 80 gracias a cineastas como Sam Raimi y su trilogía Posesión infernal o Dan O’Bannon y El regreso de los muertos vivientes, e incluso factorías como Troma y su Zombies paletos.

Una comedia, la de zombies, que sin embargo se había mantenido en un segundo plano en las últimas décadas hasta la aparición del Zombies Party de Edgar Wright, lo que relanzó de nuevo esta temática contra el género. A partir de ahí, surgieron cintas humorísticas de toda índole de entre las que destacaba una propuesta canadiense llamada Fido, dirigida por el desconocido Andrew Currie y protagonizada por nombres como los de Carrie Anne-Moss y Billy Connolly, pero por encima de los que, ante todo, destacaba una figura: la que da nombre al film, el zombie Fido.

Y es que esta comedia nos sitúa en un universo paralelo (bien podría ser la década de los 50-60) donde ha habido una Guerra Mundial Zombie y la población ha quedado recluida en pueblos rodeados de vallas, así como los zombies han pasado a ser un siervo más del hombre gracias a la compañía ZomCom y su collar para domesticarlos. Ahí es donde encontramos a los Robinson, una familia por cuyo hijo no parece tener mucho afecto un padre que teme ante todo a los muertos vivientes debido a un trauma infantil, y una madre sobreprotectora con el chaval que intenta, ante todo, dar buena impresión. Ese será el motivo que le lleve a hacerse con un zombie-siervo, pues todo el mundo parece tener uno de ellos. Fido es como le apodará el niño, con el que entablará un extraño vínculo de amistad (así como con su madre), convirtiéndose en el verdadero amo de la función gracias a sus gruñidos y su simpatía.

Partiendo de esa base, Currie urde un agradable entretenimiento donde el humor negro se mezcla con un tono un tanto naif reforzado por una banda sonora que en ocasiones peca de cargante, aunque en ningún momento llega a resultar molestia. Con ese universo a sus espaldas, compone una galería de personajes de toda índole (desde el extravagante vecino hasta el inquisitorio jefe de ZomCom) que sabe hacer las delicias del espectador con sus más y sus menos, gracias a ese tono humorístico que mantiene en todo momento Fido para llegar a una de esas conclusiones que, sin estropear un material de lo más interesante, ponen punto final a un film en el que su faceta visual es un perfecto engranaje que parece homenajear en cierto modo el género e incluso, pese a su distendido tono, no falta algún que otro momento de casquería no demasiado espectacular pero si bien engarzado en el contexto de un film que distraerá y divertirá a los fans del género como pocas cintas lo han conseguido en los últimos tiempos.

Escrito por Rubén Collazos

 

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