Sesión doble: Napoli violenta (1976) / Nuestro hombre de Milán (1972)

Esta semana la sesión doble abre las puertas a los tipos duros, con un encuentro especial con el ‹poliziesco› de los 70, género que rescatamos con dos de sus directores pilares, la primera con el comisario Betti en Napoli Violenta, dirigida por  Umberto Lenzi; la segunda con dos sicarios en Nuestro hombre de Milán, de Fernando di Leo.

 

Napoli violenta (Umberto Lenzi)

Como subgénero, el ‹poliziesco› (literalmente, policía duro) tiene sus inicios a fines de los años 60 con películas como Bandidos en Milán de Lizzani (1968), pero encuentra su mayor influencia en los policiales norteamericanos de principios de los 70 en las películas de Harry el sucio (que van del 71 al 88), The French Connection de William Friedkin (1971) o Serpico de Sidney Lumet (1973). Tuvo su auge en la Italia de mediados de los 70, tras el declive del Spaghetti Western, gracias, en parte importante, a los dos directores que abarcan esta sesión doble.

Napoli Violenta (1976) forma parte de la trilogía del Comisario Betti (Maurizio Merli), que incluye Roma violenta (1975) e Roma a Mano armada (1976) ambas a cargo de Franco Martinelli. Betti ha sido transferido a Nápoles, dónde ya ha trabajado antes, y es percibido por la policía y criminales locales como una amenaza debido a sus tácticas poco convencionales de golpear primero (perdí la cuenta de la cantidad de trompadas que se ven en el film) y preguntar después.  La película no da respiro y la acción no tarda en comenzar. Recién llegado a Nápoles, Betti se topa con un robo que detiene sin problemas y tiene un comité de bienvenida muy particular con la aparición en tono amenazante de uno de los mafiosos de la ciudad, El Comandante. Nos encontramos ante una película episódica que da, en su conjunto, la sensación de una ciudad en caos que pide a gritos la presencia de un oficial de la ley como Betti. Una mujer secuestrada y violada por unos asaltantes después de un intento fallido de copamiento, la mafia amenaza a todos los comerciantes de una calle para que paguen su cuota de protección,  la disputa entre dos mafiosos, el anteriormente mencionado Comandante (Barry Sullivan) y quien quiere disputar su lugar, Capuano (John Saxon).

Pero el relato más atrapante y rebosante de adrenalina es el de un criminal, Casagrande (Elio Zamuto), sospechoso de llevar a cabo una serie de violentos asaltos a bancos. Existe un problema: no podría tener mejor coartada, provista  por la misma policía ya que está en libertad condicional y debe llegar a cierta hora a la Comisaría a firmar. La manera en que logra esquivar este pequeño obstáculo de tiempo es con un motociclista contratado que lo lleva de un lado a otro de la ciudad de manera casi inverosímil. De las mejores escenas del film son las imágenes sobre la moto, vertiginosas, que han hecho historia, filmadas mediante largas tomas subjetivas desde la motocicleta, cámaras a ras de suelo y un montaje que intercala magistralmente planos detalle y generales. Todo culmina con una persecución brutal, deleitándonos con un especial tratamiento gore en la escena en que Casagrande, ya sabiendo que no puede huir,  mata a una de las pasajeras de un tranvía en el que se esconde destrozando su cabeza contra otro que va pasando en dirección contraria.

Lenzi, más conocido por sus películas posteriores como Caníbal feroz y Comidos vivos! muestra un estilo mucho más pulido detrás de la cámara en este ‹poliziesco›. Aquí la violencia está usada para mostrar a los criminales como monstruos y justificar las acciones del Comisario Betti, que lo más cuestionable que hace es inculpar a un mafioso por la muerte de otro. Las puestas en escena de las persecuciones y peleas son incomparables y de una contemporaneidad pavorosa que demuestra la influencia que marcó su cine en muchos realizadores de la actualidad. No puedo dejar de mencionar la brillante banda sonora compuesta por Franco Micalizzi (cuyo tema central para Italia a mano armada fue utilizado por Tarantino en Death Proof).

Para relajarse y dejarse hipnotizar por estilo del gran Lenzi quien ha dirigido su buena tajada de películas crudas pero se lo siente mucho más a gusto aquí, dónde se puede ver su excelente ojo detrás de una cámara mucho más elegante.

Escrito por Ana Ravera

 

Nuestro hombre de Milán (Fernando Di Leo)

Joya del ‹poliziesco› dirigida por el grande entre los grandes Fernando Di Leo. Director curtido en el polvo de los ‹spaguetti westerns› y en los otros polvos del ‹giallo›, debe al cine de la Italia a mano armada su lugar en la historia. Cineasta de cabecera de Quentin Tarantino, dirigió y escribió a principios de los setenta la que es considerada La Biblia del ‹poliziesco›: La trilogía del Milieu, santísima trinidad constituida por Milán Calibre 9, Secuestro de una mujer y la película que vamos a reseñar en esta sesión doble, Nuestro hombre de Milán.

Nuestro hombre de Milán es un ‹poliziesco› modélico que ostenta las principales virtudes que le hicieron grande: ritmo endiablado, diversión, ultraviolencia, persecuciones, gore, destape, estupefacientes, prostitución, humor de trazo muy grueso, abuso de palabras malsonantes (la palabra puta se repite cual Día de la Marmota), música psicodélica, intriga, sexo y actores más feos que Picio que resaltan la belleza de los pibones, que suelen aparecer en pelota picada, que iluminan la pantalla. Con estos mimbres no es de extrañar que padeciera los tijeretazos de la censura de la época.

Di Leo se apoya en un reparto internacional de lujo encabezado por Mario Adorf, Henry Silva, Woody Strode y Adolfo Celi para idear un argumento enrevesado muy del gusto del italiano, tejiendo una tela de araña poliédrica en la que las piezas encajan a la perfección. La sinopsis se resume de la siguiente forma: tras descubrir el robo de un cargamento de heroína en el puerto de Milán, una organización criminal con sede en Nueva York envía a dos violentos sicarios (Silva y Strode) a Milán para ajustar cuentas con el ladrón, que según un soplo recibido es un tal Luca Catani (Mario Adorf). Los matones tienen la misión de dar una lección al resto de miembros de la familia por lo que deben matar y torturar salvajemente al supuesto traidor. Para poder localizar a Catani tendrán la ayuda logística del delegado en Milán Don Vito Tressoldi (Adolfo Celi).

Catani solo es un proxeneta de poca monta abandonado por su mujer y su hija (el motor de su vida) que ha sido empleado de cabeza de turco para cargar con las culpas del alijo de la heroína que ha sido desvalijada en realidad por Don Vito Tressoldi y sus hampones. Catani sufrirá una doble persecución por parte de los camorristas americanos y los perros de Don Vito, pero la presa resultará más escurridiza de lo previsto convirtiéndose en cazador de sus perseguidores.

La película es puro nervio de acción trepidante y ritmo frenético luciendo alguna de las secuencias más burras jamás rodadas en el ‹poliziesco›, destacando los pellizcos que sufre el pezón de una prostituta como técnica para sonsacar información, la violenta muerte de la mujer e hija de Catani (similar al impactante asesinato infantil de Asalto a la comisaría del Distrito 13 de Carpenter o al cruento infanticidio de Milano odia: la polizia non può sparare de Lenzi), la brutal persecución automovilística al estilo Perros Callejeros culminada con un rudo degollamiento o el final en el que Di Leo expone las virtudes que poseen las excavadoras para cometer homicidios.

Esta película la disfrutarán, y mucho, los fans de Quentin Tarantino y los aficionados al cine de acción políticamente incorrecto desbordado de imágenes impactantes al más puro estilo ‹hardboiled›. Esta obra no es apta para mentes puras que crean que la saga Crepúsculo pertenece al género de terror y posee nocivos efectos secundarios: engancha y puede provocar una seria adicción que obligará al cinéfilo a devorar todo el ‹poliziesco› disponible en las filmotecas del mundo mundial.

Escrito por Rubén Redondo

 

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