El cine experimental tuvo una buena añada en el cine español, exactamente en 1978, de donde rescatamos dos joyas de lo bizarre como son Memoria, dirigida por Francisco Macián y Ensalada Baudelaire, de Leopold Pomés. Ciencia ficción y terror se reúnen en nuestra sesión doble dedicada al experimental patrio.
Memoria (Francisco Macián)
Los prejuicios con respecto al cine español siguen existiendo, no cabe duda. De hecho sigue siendo habitual oír aquello de “vaya, es buena para ser española”, como si la nacionalidad de la película hubiera pasado en el caso español a ser un género per se. El concepto para definir este desprecio supino se suele resumir en una palabra, “españolada”. Como si con la sola invocación de dicho palabro pudiera resumir todas las inconsistencias y defectos del cine patrio.
En realidad, el concepto surge entre otras cosas de la poca estima por la cultura, por el complejo de nuevo rico de un país que paso del burro al Mercedes sin apenas transición y con un espíritu cainita que impulsa a despreciar a aquello que una vez gustó por el mero hecho que la “versión oficial” te dice que es casposo y que lo normal es ver películas americanas o, en caso de que seas un poco intelectual, te vayas a lo francés.
Todo esto viene a colación por el contexto y marco temporal en la que se realizó la película que nos ocupa, Memoria. Estamos en el año 1978 y en la producción española conviven dos espíritus. Por un lado el Ozoresestesopajaresismo consistenete en mostrar un cierto retrato de trazo grueso y a la par tierno e irónico, del español medio de la época. Un cine que entroncaba con el género picaresco y que, si bien era bastante pobre en recursos y zafio en su humor, no dejaba de ser una interesante muestra de cine popular, de espejo social en el que se atisbaba una cierta mirada y descripción social del momento. En otro sentido emergía un cine más reivindicativo si se quiere, un cine que se quería posicionar en una cierta vanguardia artística. Si el país iba hacia un cambio su cine también. Un cine lógicamente distante de lo popular pero que pretendía reflejar ciertos temas de interés desde una óptica si se quiere más underground o rompedora (no es casualidad que de ese mismo año sea también un film como Ensalada Baudelaire).
En este sentido Memoria viene a ser una aproximación genérica a las distopías futuristas de cariz totalitario. La historia viene a ser la de siempre, un gobierno global ejerciendo un control absoluto sobre la población y un grupo de científicos intentando burlar dicho control mediante la transferencia de la memoria de un cerebro a otro. Una historia que tiene, incluso a nivel estético puntos de contacto con THX 1138 de George Lucas. Y hasta aquí los parecidos porque en cuanto a su plasmación los tiros van por otro lado.
Memoria es, en muchos sentidos, un chute indigesto de alucinógenos. Inconsistente en su desarrollo y coherencia, trata de llenar los vacíos narrativos a base de imágenes caleidoscópicas, superposiciones y filtros de color con el objetivo de que la experiencia sea más sensorial que racional. Algo que a priori podría resultar atractivo sino fuera por la torpeza random en la que es ejecutado y que además entraba en pura contradicción con la vocación científica del producto. Por si fuera poco no podían faltar las escenas de contenido erótico más enfocadas a la explotación pura y dura de la desnudez femenina que no de su necesidad objetivable.
Sin embargo, aún temiendo que es más fruto del azar que de intencionalidad manifiesta, la película ofrece, sobre todo en su tramo final, no pocos momentos destacables, especialmente por la dureza de las imágenes y por su capacidad de generar un crescendo de terror continuo hasta un desenlace que es todo un clímax de horror, de malrollismo paroxista que para sí quisieran muchos otros productos filmados a tal propósito. En cierta manera Memoria acaba por resultar un tanto Goyesca en su acabado final. Memoria queda pues, como una curiosidad evidentemente fallida, que peca de ambición y algo de pedantería en sus planteamientos y objetivos pero que acaba por arrojar ideas e imágenes de una potencia casi icónica. Una película sin duda a recuperar paras entender que el cine español, tenía mucho más que ofrecer que “españoladas”. Antes ahora y en el futuro.
Escrito por Álex P. Lascort
Ensalada Baudelaire (Leopold Pomés)
Considerando los muchos tópicos que suelen atribuirse al cine español (que van desde su limitación temática a la falta de propuestas verdaderamente arriesgadas), resulta placentero descubrir cintas que desmontan dichos lugares comunes amparándose en una independencia creativa encomiable. El primer y único largometraje de Leopoldo Pomés (prestigioso fotógrafo publicitario) consigue esto con aparentemente muy poco: apenas una única localización y cuatro personajes principales. Que su impacto final sea tan incuestionable se debe, en gran medida, a la potencia y el carácter desestabilizador de su idea matriz, capaz de cuestionar ideas preconcebidas en torno al matrimonio, el sexo y el poder con una singular habilidad no exenta de malicia. Inscribiéndose en esa parcela de cine extraño y a contracorriente en la que también podríamos encuadrar obras como El anacoreta, Caniche, F.E.N. o La visita del vicio, Ensalada Baudelaire propone una esquinada forma de cine político (no por casualidad la acción se sitúa en un contexto de huelgas e incertidumbre económica) sustentado en las nociones variables de poder y sumisión, llevando el choque de clases a un territorio eminentemente sexual en el que la agresión (tanto a un nivel metafórico como real) adquiere una contundencia incómoda y reveladora.
Que en el guión colabore alguien como Román Gubern, reconocido erudito en materia pornográfica además de celebrado estudioso de los lenguajes del cómic y del cine, no resulta baladí. La forma en que la cinta vira hacia el thriller turbio y perfila el pequeño catálogo de penalidades que sufre la protagonista, evidencia una mano particularmente aviesa a la hora de dotar de realismo psicológico a todo lo que va sucediendo en pantalla. Es cine de cuerpos sometiendo a cuerpos. La premisa, que bien pudiera adelantar la de controvertidas obras posteriores como Funny Games (aunque ambas apunten a objetivos bien diferentes), trae consigo a su vez ecos del cine de Buñuel o Marco Ferreri (la reducción de la burguesía a un estado esencialmente animal, la misoginia feroz, la combinación de sexo, comida y muerte…), pero manteniendo siempre una distancia respecto a todos estos referentes que es la que preserva intacta su singularidad, tan férreamente anclada en una causticidad que explota en su irónico desenlace, curiosamente abierto a tres opciones posibles a gusto del espectador. Esto, por otra parte, quizás sea el aspecto menos convincente de la propuesta, en la medida en que cubre los intereses del público sin mojarse finalmente por un final definitivo, aunque como experimento narrativo tenga su gracia.
Rodada con una falsa y envolvente naturalidad, así como con una notable pericia para moverse en espacios muy reducidos, la cinta de Pomés trasciende su idea de partida y amplía los límites de su discurso añadiendo capas de sentido a un argumento ya de por sí malvado, en el que la hipocresía social (la fiesta en el yate, dibujada con más realismo que trazo grueso aunque pueda parecer lo contrario) y el hastío vital constituyen ese líquido amniótico en el que flotan las clases privilegiadas, aisladas de los problemas reales del resto de los mortales en una burbuja de confort que, como pone de manifiesto Pomés, también puede funcionar como asfixiante corsé que impida la realización de nuestros deseos. En este caso, esa mujer-objeto que interpreta Marina Langner fomenta, con su frialdad altiva y condescendiente y su rechazo al contacto físico («qué vulgar es un cuerpo de mujer desnudo», llega a decir), la frustración viril de Elorriaga, voyeur que alienta en su interior oscuras fantasías.
De este modo, la escopofilia culpable y lo soterrado de estos deseos (enterrados bajo un manto de decencia y decoro) se añaden para condimentar una ensalada de “sexo cobarde y desesperado” (como bien apunta la frase promocional que aparece en el cartel de la película) que hacen de esta inusual cinta de Pomés una de las más transgresoras, lúcidas y retorcidas de todo nuestro cine, sátira social despiadada y morbosa que, a través de la humillación y el ejercicio malsano del poder, sacude el polvo (y la miseria moral) de esa alta burguesía que se diría eternamente corrupta e insatisfecha.
Escrito por Nacho Villalba
Tengo que decir varias cosas sobre Memoria. Se estrenó en 1978, tras la muerte de su director, Francisco Macián en 1976. En realidad es de 1974 y se iba a llamar «Las bestias no se miran al espejo», por tanto poco tiene que ver con el destape.
Francisco Macián, experimentó muchísimo sobre animación, («El mago de los sueños», «anuncios como «La canción del Cola-Cao», etc…) y de hecho hay varias escenas en esta película con su técnica M-Tecnofantasy, creada en 1967, la cual había presentado en festivales por todo el mundo. (Ralph Bakshi la plagió tras el fallecimiento de Macián, llevándose así todos los meritos sin querer decir nunca en que cosistía y diciendo que solo era rotoscopia).
Que hiciese esta película en el fin de sus días parece un grito desesperado por conservar todo lo que había descubierto hasta la fecha. Lástima que la censura no permitiese que fuese estrenada en su día.