Más y nuevos temas para una sesión doble que esta semana se dirige al terreno del falso documental, un terreno que ha dado piezas de sobra conocidas de cine de género como El proyecto de la Bruja de Blair o el germen de todo, Holocausto caníbal, pero del que preferimos centrarnos, como es habitual, en cosas más pequeñitas. Turno, pues, para la Megan is Missing del debutante Michael Goi y por la considerada de culto en algunos círculos Ocurrió cerca de su casa, una locura muy belga.
Megan is Missing (Michael Goi)
Amigos malditos, hoy me gustaría reseñar una cinta muy curiosa que encontré de rebote. Un amigo me dijo algo parecido a «He visto una película que es como muy graciosa. Al principio es de adolescentes “chupipandi” que se van de fiesta, se drogan y todo eso. Y de repente, como quien no quiere la cosa, es una película sobre los peligros de internet y asesinos sueltos». Así que me la pasó porque la vio completamente risible. Pensé que podía ser divertido.
Megan is Missing es un debut cinematográfico, un pequeño producto filmado con la ya un tanto desfasada técnica narrativa del ‹mockumentary›. El caso es que dicha técnica sirve, en este caso, para enmascarar las obvias carencias de una producción sin presupuesto alguno.
Efectivamente, la cosa empieza con Megan, adolescente problemática y fiestera con una única amiga de verdad: Amy, la pringada de clase. Virgen, no bebe, no sabe divertirse en las fiestas y un tópico y largo etc.
Parecerá que todo esto es algo insoportable y predecible. Pero quiero salir en defensa de Megan is Missing, que tiene una mano muy mala: un formato bastante cansino, un presupuesto nulo y una historia que, a nivel de sinopsis, no va a llamar la atención del fan del cine de terror medio. Sin embargo, juega esta mala mano con mucho inteligencia y saber hacer.
En esta introducción digna de cualquier reportaje sobre jóvenes que desfasan en las fiestas, se pelean con sus padres y pasan del instituto, uno no puede evitar cierta tensión; se trata de uno de los puntos fuertes de la película. Sabemos que la protagonista camina hacia la perdición. Webcams, cámaras caseras… empiezan a aportar cierta atmósfera enrarecida, de peligro inminente. Tensión que empieza a ser más que palpable cuando Megan empieza a chatear con un extraño.
Hablemos de su insistencia en que son hechos reales. No me gusta demasiado cuando un factor externo a una cinta le da valor, pero Megan is Missing está basada en las investigaciones del director-guionista Michael Goi sobre muchos de los casos que colegas de la policía (asistentes en sus producciones televisivas El mentalista, Me llamo Earl…) le comentaban. Desapariciones, raptos y, en general, chicas demasiado jóvenes que se cruzaban en la enfermiza estela de psicópatas escondidos en internet. Megan is Missing es una mezcla de siete casos reales.
Para que esto funcione, el realismo técnico no es suficiente. Michael se integró (a lo Larry Clark) en grupos de chavales, con el consentimiento de sus padres (esto seguro que no lo hace Larry Clark), para poder ver cómo se comportan. Es de suponer que la cosa mereció la pena, porque otra de los puntos fuertes de Megan is Missing es su realismo y las actuaciones creíbles de unas pre-púberes. Veo algunas críticas donde dicen que hay ganas por escandalizar con facilidad. Por mi parte vi unas situaciones completamente realistas.
Toda esta tensión que se va acumulando a lo largo de la película tiene un par de explosiones que, a la postre, acaban sosteniendo casi todo el peso de la película. Pero también es importante la solvencia con la que se nos conduce a ellas. Se trata de unas escenas (y fotografías) que revuelven el alma y calman la sed de morbo del espectador.
No es ninguna obra maestra, pero dentro del cine de terror y del ya desecado género del falso documental brilla con cierta maligna intensidad. Ojalá abra la vía a nuevas inquietantes cintas sobre jovencitas desaparecidas. Y ojalá que todos los productos del género fueran, como mínimo, así de intensos, aunque fuera a fogonazos, como en este caso.
Escrito por Pablo von Pelluch
Ocurrió cerca de su casa (Rémy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde)
El aspecto lúdico de la violencia no es terreno inexplorado. De hecho, tiene nombres propios como el de Quentin Tarantino y en cintas como Funny Games o Asesinos natos, que incluso se encaminaban a un subtexto mucho más crítico y, en el caso de la cinta de Oliver Stone, incluso ácido. Ajena a todas ellas, y de hecho anterior a todas (menos a la ópera prima de Tarantino), Ocurrió cerca de su casa fue parida unos años antes por un trío de belgas con ideas muy demenciales todas ellas de los que poco se ha vuelto a saber (de hecho, del único que se ha vuelto a saber algo con regularidad es del actor Benoît Poelvoorde, quien además de participar en cintas tan geniales como Kill Me Please o Louise-Michel, también ha escrito algún que otro guión). De entre esas ideas, la premisa de seguir como si de un ‹reality› se tratara cámara en mano a un psicópata (interpretado, de hecho, por Poelvoorde) que está completamente ido, ya debió sorprender allá en los 90, e incluso continúa generando polémica por su uso gratuito de la violencia.
Maticemos: Ocurrió cerca de su casa no pretende ser un estudio o crítica a la violencia, o una parodia sobre el cine de ‹psycho killers› por desfasada que se sienta en ocasiones, y aunque un punto de lo más corrosivo planee sobre ella casi con constancia, lo que encontramos aquí es un completo análisis patológico del ‹psycho killer› más visceral y rocambolesco, inundándolo todo con un humor negro que incluso llega a la carcajada inesperada del espectador por sus insólitas ideas.
De entre esas ideas, el pensar del psicópata en cuestión ya es un buen muestrario de ante qué nos encontramos: empuñando su “oficio” como herramienta para autofinanciarse su propio documental, y versado en algunos artes (música, poesía…) e incluso deportes (boxeo) que le llevan a asir incluso críticas sobre la funcionalidad y estética de un edificio, Ben (que así es como se llama el personaje) muestra un insólito desprecio por la vida de cualquier humano que no sea un conocido suyo, y ello se palpa en cada intervención que siempre termina, automáticamente, con una bolsa que contenga el suficiente peso para hundir a sus víctimas en el río.
Pero el proceso no termina ahí, pues el trío de cineastas también nos lleva ante su faceta más íntima (que no sólo consiste en recitar un poema improvisado tras una muerte) y se permite el hecho de arrojar un vis dramático que quizá en algún momento le hace perder enteros, pero que no le quita una condición de ‹rara avis› que confirman esas confesiones ante cámara de sus colaboradores, esa sucia y áspera fotografía en blanco y negro y una interpretación, la de Poelvoorde, que hacen de la experiencia algo tan único como particular, ante lo que no valen las críticas. Simplemente, hay que verla.
Escrito por Rubén Collazos