Más que una sesión doble genérica, en este caso el drama judicial afrontado mediante flashbacks, encontramos múltiples similitudes entre estas dos obras que elegimos a continuación: dos mujeres juzgadas, dos historias basadas en hechos reales y dos actrices indispensables en sus respectivas épocas, Pola Negri, que protagoniza Mazurca, película de 1935 dirigida por Willi Forst y Brigitte Bardot, en manos de H.G. Clouzot en La verdad.
Mazurca (Willi Forst)
Willi Forst fue el director austríaco de mayor talento que decidió continuar su carrera en su Austria natal en lugar de optar por emigrar hacia tierras americanas tras la caída de su país bajo los auspicios del Régimen Nazi. Este hecho quizás ha condenado a este maestro de la comedia musical de enredo a un destierro totalmente injusto, puesto que su rúbrica aparece en algunos de los mejores trabajos cincelados en los años treinta tanto en Austria como en Alemania.
Poseedor de un talante ligero a la vez que elegante, su cine carece de adoctrinamiento político, alzándose como un espejo de esos viejos tiempos vieneses repletos de alegría, picaresca y amoríos a imagen y semejanza de las obras de Max Ophüls o Ernst Lubitsch. En este sentido, Mazurca comparte con la hipnótica Mascarada el premio de ser considerada como su mejor película. Pero un punto destaca de la primera con respecto a esta última: su adscripción al pionero melodrama policíaco que posteriormente cultivarían en Hollywood nombres como William Wyler, Douglas Sirk o el propio Ophüls.
Mazurca ostenta todos los ingredientes que hicieron grande a este subgénero, conservando el encanto reservado a las obras seminales. La cinta arranca anunciando que el guión se basa libremente en un caso real que tuvo lugar en una capital europea cuyo nombre Forst hábilmente esconderá. Así en sus primeros minutos narrará el cortejo llevado a cabo por un sátiro compositor musical hacia una ingenua alumna huérfana de padre. Las artes de seducción desplegadas por este Casanova culminarán en el momento en que el pretencioso artista acude a un cabaret con su conquista. La cantante que interpreta una melodiosa canción en el establecimiento se sorprenderá súbitamente al contemplar a esta pareja tonteando en un reservado. De modo que tras recuperarse del shock, la cabaretera se apoderará de un arma matando sin mediar palabra a este mujeriego personaje.
Este suceso desencadenará la celebración de un juicio con objeto de esclarecer los motivos que incitaron a esta mujer a matar a un hombre en principio desconocido. Las reticencias iniciales de la acusada tornarán en confesión en el momento en que ésta sienta que un secreto oculto puede salir a relucir. A partir de entonces la cinta describirá, a través de un soberbio flashback, los hechos que estimularon a esta desventurada dama a cometer el asesinato.
La película es un prodigio de técnica cinematográfica combinando con mucha maestría los mejores ingredientes del cine musical —sensacional resulta el número burlesco interpretado por la diva Pola Negri quien ejecuta una de las más memorables interpretaciones de su carrera—, sazonados con la sabrosas especias del cine policíaco y judicial —con el empleo del flashback como herramienta narrativa que evocará el tono de los clásicos del género negro— y todo ello condimentado con la envoltura de un emocionante melodrama donde nada es lo que parece y todo será revelado al final con un remate coherente, sorprendente y emocionante.
Willi Forst introdujo en su montaje ciertas propuestas experimentales, jugando con el espacio y el tiempo para ligar desde diferentes puntos de vista la arquitectura de algunas escenas integradas al principio del film que serán nuevamente revisitadas, pero desde otras habitaciones y perspectivas, en los momentos finales del mismo, hecho hoy muy cotidiano —que se lo digan a los seguidores de Quentin Tarantino— pero pocas veces observado en una producción de mediados de los treinta.
Y es que otro de los puntos que engrandecen el resultado final de esta obra maestra absoluta , aparte de la elegancia y magnificencia que brota de cada una de las secuencias filmadas por Forst, es su milimétrico guión. Un escrito que absorbe y anticipa la atmósfera de una producción de Alfred Hitchcock, desvelando al culpable del caso investigado y convirtiendo por tanto al esclarecimiento de los motivos del hecho causante en el principal foco de emanación de suspense. Y ello fue moldeado con pericia y artesanía por un Willi Forst que alcanzó con Mazurca una de las cimas del melodrama de suspense, mostrando su dominio de la técnica y arquitectura cinematográfica —para todo amante de los aspectos más formales del cine la cinta será toda una delicia en virtud de esos poderosos travelling que se mezclan con una puesta en escena edificada a través de la estructura versada en el plano contraplano y en los finos movimientos de cámara con el fin de adquirir el punto de vista de los personajes—, pero asimismo dando muestras de su sensibilidad moral con ese final tan conmovedor y emocionante como a la vez triste. Una obra cumbre del cine alemán producido durante el período de gobernación nacional socialista.
Redacción: Rubén Redondo
La verdad (H.G. Clouzot)
El otro día me preguntaba cómo serían los sondeos sobre algunos debates electorales si estos se hicieran con políticos que no dijeran (ni se pudiera saber) a qué partido pertenece. Puede que el resultado fuese el mismo que se da cuando se conoce la afinidad ideológica de cada uno, pero como experimento suena un poco interesante. Es más fácil juzgar unas palabras o unas ideas sabiendo a qué te atienes o qué hay detrás —en teoría— de ellas, que dilucidar por uno mismo si son moralmente aceptables o no. Por ejemplo, en estos tiempos se oye a mucha gente justificar cualquier cosa diciendo que estamos en el Siglo XXI, como si ese razonamiento por sí mismo tuviera una gran base sobre la que sostenerse, o como si en el año en que pasamos del Siglo XX al XXI todos los avances posibles se hubieran llevado a cabo de repente, tanto a nivel humano como planetario. Pero resulta que, al parecer, es más fácil juzgar algo sabiendo lo que representa porque ya se deja claro, que deducirlo pensando.
Por eso, y por muchas otras cosas, La verdad de H.G. Clouzot es tan interesante y recomendable, porque a pesar de posicionarse en un sentido a través de sus flashbacks y de la reivindicable actuación de Brigitte Bardot, suspende en el aire una gran cantidad de reflexiones que dejan el mundo judicial a la altura del resto del mundo. Algo obvio, y que sin embargo siempre llama la atención: el abogado ha de creerse a su cliente o al menos hacer su labor lo mejor posible para defenderle o para acusar a otro. La realidad es que no importa lo que crea, sino sus capacidades deductivas, de razonamiento, de improvisación y de convicción, entre otras cosas (como cobrar). La clave está en tomar partido; como cuando se habla de política (o conmigo o contra mí), de fútbol (gente que ve penalti o no en función del color de la camiseta), o en definitiva de cualquier tema de la vida que pueda dar conversación. Todo el mundo necesita de opiniones, y no siempre es fácil obtenerlas solo, a veces hace falta alguna ayuda. Porque, ¿qué haría el ser humano sin poder juzgar al resto de sus semejantes?
Seguramente harían lo que hace Dominique (Brigitte Bardot) durante gran parte de los flashbacks mostrados en la primera mitad del metraje. Una joven que se enfrenta —sin saberlo— a los convencionalismos de la época haciendo lo que le apetece, y que, en lugar de ser juzgada por asesinato, parece ser juzgada por su estilo de vida y su pasado. Claro, una cosa tiene que ver con la otra y hay que reconstruir el puzle antes de echar el vistazo final, pero no es lo mismo juzgar a una persona en base a un estilo de vida pecaminoso y amoral, que por las pruebas y los testigos. Quizás el problema de la película de Clouzot en este punto sea que, a ojos de la sociedad actual, pocos flashbacks obtendrán la atención que pudo generar entonces (o eso cabría esperar). En cualquier caso, y por encima de pajas mentales y adelantos en el tiempo basados en hechos reales (de Pauline Dubuisson), La verdad es un drama judicial con muy buenas interpretaciones, de una enorme calidad, entretenido y —como no podía ser de otra manera— a veces sensual.
Redacción: Alberto Mulas