Sesión doble: Los invasores del abismo (1983) / Sueños radiactivos (1985)

La distopía nuclear llega a nuestra sesión doble con dos joyas ochenteras y desconocidas por la multitud. Esta noche nos deleitamos con Los invasores del abismo, una locura digna de Ruggero Deodato y estrenada en 1983, a la que le sigue Sueños radiactivos, un holocausto ideado por Albert Pyun en 1985. La amenaza inminente os hará disfrutar:

 

Los invasores del abismo (Ruggero Deodato)

Aunque siempre anexado al terror debido al hito que supuso en la (contra)cultura popular la inmortal Holocausto caníbal, Ruggero Deodato demostró, justo a continuación de aquella, su solvencia para todo tipo de subgéneros. Al igual que sus coetáneos y abordando las diferentes vertientes a rebufo de las exigencias de la industria italiana ‘bis’, el cineasta alimentó, con cintas como Los invasores del abismo, unas estrategias de producción ya cerca de su devenir, pero que lucharon a contracorriente encontrando feliz recodo en las estanterías de los videoclubs. Una de las razones de la decadencia del cine de género italiano, al margen de otras coyunturas, fue la consagración del ‹blockubster› norteamericano como dominador absoluto de las salas comerciales. Europa supo responder a esto engullida en el manto del bajo presupuesto y sin ocultar sus claras pretensiones de émulo en películas como esta, donde Deodato desata un abanico de géneros que van desde la acción, la aventura o la ciencia ficción. Curioso es que desde el guion se rescate un mito que por extraño que parezca, escasamente ha sido abordado por el cine norteamericano como la Atlántida, en esta historia de un submarino hundido y cuyo rescate de las profundidades alza la leyenda de la mítica ciudad perdida, con una consecuente unión entre un grupo de científicos y una banda de mercenarios, donde la aventura acabará fusionándose con la ola de cine post-apocalíptico italiano del momento.

El film se disfruta bajo el habitual énfasis para el entretenimiento con el que este tipo de películas enfervorecían su espíritu, como una muestra de un cine popular que buscaba la adhesión a las querencias del público bajo el oficio y tesón con el que suplir sus evidentes carencias de presupuesto, frontera que establecía la línea divisoria con el producto norteamericano de entonces. Por ello Deodato encadena una serie de secuencias de acción con las que sustentar el vigor de una historia algo desabocada, pero que mantiene con interés en sus ínfulas de espíritu ‹pulp›, desenfreno narrativo y un carisma estético que endulzan el cariz algo anárquico de una trama que abre más frentes de los que puede hacer abordar. Con las irrefrenables ganas italianas de asociar diferentes éxitos venidos de otras cinematografías (vemos aquí desde las aventuras al más puro estilo Indiana Jones, el ‹actioner› de aquellos 80 y hasta la estética de submundo decadente popularizado por Mad Max), se mantiene como un ‹cocktail› desvergonzado que funciona siendo fiel a los esquemas más básicos del cine de evasión, con el que guarda una fidelidad creativa que procrea un espectáculo alejado del artificio pero estrechamente cercano al ingenuo servicio por la distracción. Viejos conocidos de la etapa más productiva del cinemabis italiano se dejan ver por la propuesta, como los agradecidos secundarios George Hilton o Ivan Rassimov (además los hermanos De Angelis en la banda sonora), junto al protagonista Christopher Connelly, actor televisivo norteamericano que cruzó el charco para convertirse en toda una estrella en este tipo de productos. Los invasores del abismo es una muestra eficiente de una época en la que el ‹blockbuster› carecía de otras pretensiones que no fuesen las de ofrecer un calado empático hacia su público, cualidad que debería constar como inseparable en estas producciones y que parece ser que hoy en día tiende hacia la desaparición.

Escrito por Dani Rodríguez

 

Sueños radiactivos (Albert Pyun)

Sueños radiactivos fue el segundo largometraje de Albert Pyun, quien tras una primera incursión en el cine de espada y brujería cambió de rumbo por completo y ofreció esta estrafalaria aventura post-apocalíptica de dos jóvenes que, tras haber pasado toda su infancia encerrados en un refugio nuclear, salen a la superficie tomando la personalidad de las novelas de misterio que se pasaron años leyendo. Así, Philip y Marlowe (en clara referencia al mítico detective privado de las novelas de Raymond Chandler) se embarcan a explorar con ingenuidad un mundo desolado y hostil, en el que la guerra nuclear arrasó con todo, y las llaves que activan la última bomba nuclear sin detonar —y que los dos amigos obtienen de casualidad— se convierten en un codiciado tesoro para los supervivientes.

Uno de los puntos más interesantes de esta película es su ambientación, muy estilizada y cambiante de acuerdo con el estado de ánimo que desea transmitir. Arranca con un blanco y negro opresivo para mostrar el pasado de sus protagonistas, que poco después se amplía a su vida en el refugio, dándonos a entender el aislamiento en el que viven Philip y Marlowe y otorgando una sensación de ensoñación que terminará en cuanto abran la puerta por primera vez y se haga la luz. A partir de ahí, una fotografía a todo color revelando paisajes desérticos e inhóspitos, sin rastro de vida, y que se extienden hasta el infinito: un camino hacia lo desconocido y lo incierto que los dos amigos emprenden con entusiasmo. Más adelante, a medida que encuentran supervivientes, se abre ante ellos un escenario de nuevo opresivo, en el que la hostilidad ya no viene del entorno sino de quienes habitan en él, y que la obra ilustra con unos callejones y edificios en constante claroscuro y llenos de personajes perturbadores.

Claramente influido por el prototipo de Mad Max, el filme es una constante de personajes extraños, clanes caníbales, mutantes y femme fatales que amenazan constantemente a los confiados protagonistas en una sucesión de encuentros que terminarán siempre revelando una trampa o un peligro mayor. La estética, agresivamente ochentera, explota en particular en esos callejones oscuros, en los que la niebla y las luces de neón apenas alcanzan a iluminar todo un catálogo punk de máscaras, maquillajes estrafalarios y chaquetas de cuero, ambientados con una maravillosa banda sonora de canciones New Wave. A través de estos elementos se logra evocar un mundo en el que el peligro se siente a la vuelta de cada esquina y en el que los ingenuos protagonistas se encuentran perdidos por completo, y poco a poco estos eventos les transforman. Marlowe, el más impulsivo y bobalicón de los dos, va adquiriendo rudeza y desconfianza en los que le rodean; mientras que Philip, quien se caracteriza por ser más serio y prudente, se desarrolla en la dirección contraria, hacia una desinhibición total más propia de su amigo.

Pero lo que puede parecer un proceso iniciático de tonos bastante dramáticos para ambos personajes es, en realidad, una obra que abraza el absurdo de la forma más natural, como parte de su universo y de un enfoque en el que, más allá de la hostilidad de una sociedad post-apocalíptica tan autodestructiva como ésta, surge una vertiente puramente cómica que no tiene miedo al ‹slapstick› ni al ridículo más desconcertante. Estamos ante una cinta que en un momento dado y de manera totalmente gratuita saca una rata gigante de una alcantarilla. ¿Como elemento importante para la trama? No. ¿Por el shock? Tampoco. Simplemente por estar ahí, porque de algún modo tiene sentido que en este mundo haya una rata mutante gigante y nadie lo cuestiona, no vuelve a tener relevancia. La película tiene ese encanto cutre de la ciencia ficción de serie B, que evoca siempre desde una perspectiva autoconsciente y que en ocasiones descoloca, pero en el que al fin y al cabo resulta fácil dejarse llevar.

Sueños radiactivos no es una película redonda, resultando particularmente poco logrado ese intento de dúo cómico establecido por los dos protagonistas con sus personalidades claramente opuestas, además de lo saturante que yo personalmente encuentro su estética sobre todo cuando se instala en la ciudad. Pero en cualquier caso es un producto tan de su época y al mismo tiempo tan estrafalario y carente de escrúpulos para el absurdo que resulta, cuanto menos, una muy entretenida obra de culto.

Escrito por Javier Abarca

 

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