El espionaje durante la Guerra Fría resultó una fuente inagotable de nuevas ideas para el cine así que os ofrecemos dos versiones muy diferenciadas de un mismo tema, comenzando por Los barbudos, comedia franco-italiana de Georges Lautner que apareció en cines en 1963. La otras es Gorky Park, ya en 1983 encontramos la versión americana dirigida por Michael Apted. Dos películas indispensables del género que hoy encontraréis en nuestra sesión doble.
Los barbudos (Georges Lautner)
Corría el año 1963, momentos álgidos de efervescencia rupturista en el cine francés, que se erigiría en una vanguardia narrativa de alargada sombra en el cine mundial y en el nacimiento de las ‹vagues› posteriores. Sin embargo, no son estos los vericuetos que analizaremos en este texto, y es que la Nouvelle Vague convivía lógicamente con otros tipos de cines. 1963, decíamos, supone una de las cimas de la parodia policíaca en el cine francés —en el género del polar, como dirían ellos—, encarnada bajo el título Les tontons flingueurs (Gángsters a la fuerza). En ella confluían tres talentosos personajes: su director, Georges Lautner, su guionista y dialoguista, Michel Audiard (sí, padre del cineasta Jacques Audiard) y el actor principal, Lino Ventura (que no necesita presentación alguna). El film fue un éxito de público y de crítica —si exceptuamos a los cahieristas— y se convirtió rápidamente en un clásico instantáneo de la comedia francesa de los 60.
Un año más tarde este trío de sujetos repetirían participación en un proyecto de similares características, Les barbouzes, término utilizado durante la Guerra Fría para detectar a aquellas personas dedicadas a las nobles tácticas del espionaje. El título, como prácticamente cualquier elemento que esté involucrado en el filme, debe tomarse como una suerte de cliché subversivo con tintes paródicos, ya que hace referencia a las barbas falsas utilizadas por los espías para llevar a cabo sus investigaciones en el más escrupuloso de los anonimatos. Y si bien ya avanzamos que no estamos delante de ninguna ‹chef-d’œuvre› del cine francés, somos fervientes defensores de las —numerosas— virtudes que componen esta mascarada lautnerniana.
En términos netamente visuales y narrativos, si bien adolece de una cierta sumisión al academicismo —no en vano, uno de los sellos de identidad de Lautner, siempre al servicio del diálogo y los actores, es el campo/contracampo para poner en valor los espacios y sus profundidades—, se muestra como una obra juguetona y cínica, que sobresale especialmente en el uso cómico del sonido (nunca unas muertes fueron más fútiles, frívolas y desdramatizadas) y en la construcción de gags a partir de la reiteración de situaciones. En la fotografía en B&N destaca principalmente la profundidad que otorgan los negros a los espacios interiores. Mención especial al guión y diálogos de Michel Audiard, de evidentes influencias en el tono burlesco, hiperbólico e insólito del poeta y también guionista Jacques Prévert.
No olvidamos el último de los pilares que hacen de ésta una parodia digna y muy divertida: el grueso del equipo actoral. Lino Ventura, en un papel que le viene al dedo, se muestra en una actuación muy sólida y festiva, en esa composición de galán amoral venido a menos. Pero es que el resto del reparto está sobresaliente: desde la hilaridad que provoca la inocencia y tranquilidad de Mireille Darc ante la destrucción del mobiliario de su mansión hasta la caricatura grotesca del representante soviético —su acento y expresiones en francés son oro puro— o del portavoz eclesiástico, pasando por las apariciones estelares de Jess Hahn, compareciendo desde los más recónditos recovecos para ofrecer mucho dinero americano y en metálico. Mucho más discreto y con el personaje que da menos juego (incomprensiblemente) del filme, el referente alemán al que da vida Louis Arbessier.
En conjunto, pues, una divertida parodia bajo una pátina de cuento (ayuda a ello la voz en off que va introduciendo la acción y los personajes al inicio de la película, el castillo en el cual avanza la historia o la ridiculización de los actos violentos), con trasfondo político enclavado en la Guerra Fría y con un conjunto de actores particularmente pertinentes para sus papeles asignados. Nunca llegará a los niveles de crítica política y sátira del Dr. Strangelove de Kubrick, pero sus virtudes, que no son pocas, son innegables y os harán pasar momentos deliciosos. Palabrita.
Escrito por Matíes Tugores
Gorky Park (Michael Apted)
Si las producciones hollywoodienses realizadas durante los años cincuenta y sesenta hacían hincapié en el reverso tenebroso presente en el enemigo comunista, siendo éstos años en los que la denominada Guerra Fría se encontraba en su punto de mayor tensión, en los años ochenta este subgénero tan apasionante como entretenido dio un vuelco en lo relativo al tratamiento vertido hacia ese mismo contrincante. Cintas como Rusos, Danko Calor Rojo o la propia Rocky IV dieron fe de este cambio de paradigma. Eran los años de la Perestroika, y por tanto, del hundimiento del Régimen Soviético. Los poderes estadounidenses supieron explotar este hecho también en la industria del entretenimiento, con el propósito de hacer un llamamiento a la capitulación del eje soviético en favor del capitalismo.
Gorky Park forma parte de este grupo de películas en las que la Guerra Fría era más Fría que Guerra, otorgando a los personajes soviéticos un perfil más humano que el del simple demonio con cuernos de producciones pasadas. Y es que, la película se eleva como un interesantísimo producto que sitúa una trama más propia del cine negro clásico en los paisajes y escenarios del final de la era soviética, narrando la investigación que emprenderá un descreído detective llamado Arkady Renko (interpretado con solvencia por William Hurt, en los años de mayor esplendor de su carrera), tras descubrirse la aparición de tres cadáveres (un joven estadounidense junto a dos bisoños disidentes soviéticos que pretendían huir a occidente) en pleno Parque Gorky de Moscú.
Aunque en un principio Renko decidirá no tomar parte de las pesquisas, la intriga que le provoca el interés mostrado por la oscura KGB en el caso, así como la presencia de una hipnótica y misteriosa mujer (con el rostro de la belleza polaca Joanna Pacula, quien debutaría en Hollywood en esta cinta) que parece tener relación con el trío de cadáveres, provocará que Renko se inmiscuya en una peligrosa trama de engaños, juegos de poder, y asuntos sucios originados en las cloacas de una Unión Soviética más corrupta y sucia de lo que sus blancos paisajes parecen mostrar. Será la aparición de un americano simpatizante de Stalin y comerciante de pieles de marta cibelina (interpretado con rotundidad por el veterano Lee Marvin) quien destapará una red de tráfico de pieles y seres humanos que parece contar con el beneplácito de las altas esferas del Kremlin.
Nos hallamos ante un thriller solvente y muy eficaz, rodado con brío por el británico Michael Apted, un cineasta de los llamados artesanos que en estos años se había especializado en el género logrando magníficos resultados. La cinta cuenta con todos los ingredientes propios del cine de suspense de los ochenta, como un magnífico ritmo, una trama enrevesada, un trío protagonista que cumple con creces, una buena escena de sexo bastante fogosa y un final impactante repleto de adrenalina, en el que Apted se apoya para homenajear a los grandes clásicos del western gracias a la presencia de un villano como Lee Marvin, ese Liberty Valance que se siente muy presente en la espléndida escena de tiroteo con la que culmina el film.
Pero asimismo, lo que más me agrada de esta Gorky Park es su aroma a cine negro del bueno. Del clásico. Contando para ello con una femme fatale que enciende las carnes del frío policía protagonista. Igualmente con un acreditado elenco de secundarios que aparecen y desaparecen a lo largo del relato para enredar aún más el complejo guion de espionaje e investigación policial que vertebra el esqueleto del film (siendo especialmente reseñable la contundente presencia de Brian Dennehy). Y finalmente, gracias a ese halo impregnado de luces y sombras teñidas de brillo blanco, de traiciones sorprendentes, de giros y muertes sin sentido, de esos olores nauseabundos que estallan en medio del orden de una Unión Soviética más sucia y desordenada de lo que todos pensábamos. Es decir, una intriga de cine negro envuelta en esa atmósfera irreal ochentera, que bien agitada por Apted consigue elevar este cocktail tan extraño en una obra que merece la pena rescatar del olvido.
Escrito por Rubén Redondo