Jerry Lewis nos dejó. Pero esta máquina de risas tuvo una carrera larga y sorprendente que hemos querido rescatar en el mejor lugar posible, la sesión doble. Así que nos atrevemos a recomendar dos películas poco conocidas pero muy muy (muy) disfrutables como son Loco por Anita que dirigió Frank Tashlin en 1956 y Las joyas de la familia del mismo Jerry Lewis, donde se puso frente/tras la cámara en 1965 para realizarla. Preparaos para llorar (de risa) en este pequeño homenaje.
Loco por Anita (Frank Tashlin)
Con la muerte de Jerry Lewis ha desaparecido uno de los iconos más representativos de la comedia del siglo XX. Creador de un humor muy personal e influyente. Gente como Jim Carrey, Eddie Murphy, José Mota o los ínclitos Hermanos Farrelly lo tenían como un referente irrenunciable imitando los gestos y gags ideados por el genio americano. Admirado por intelectuales como Jean-Luc Godard quien lo etiquetó como el mejor director del cine americano de los sesenta.
Antes de convertirse en una leyenda del cine Lewis conoció las mieles del éxito formando pareja con Dean Martin. Fueron los Martes y 13 o Cruz y Raya de los EEUU de los 40 y los 50. Una país que necesitaba algo de oxígeno tras haber sido protagonista y testigo de los horrores de la guerra. Y de esta extraña unión nació uno de los dúos cómicos más famosos de la historia, basando su humor en una mezcla de vodevil musical y caricatura que dio muy buenos resultados. El éxito sin precedentes alcanzado por el dueto (bautizados con el sobrenombre de Los Reyes de la Comedia) llamó pronto la atención de los magnates del cine, firmando un contrato millonario con Paramount Pictures. Compartieron cartel en más de 15 películas de gran éxito de taquilla. Pero después de años de triunfo, Martin decidió dar por finiquitada la unión, cansado de las alabanzas que recibía Jerry.
Loco por Anita fue la última película del dúo. Y también en mi opinión la mejor. Pues no se nota para nada las tiranteces que existían en ese momento entre los artistas. Se trata de una comedia fresca dotada de ese humor blanco típico de las películas de Martin y Lewis, siendo el guión una excusa para forjar un envoltorio creado para el lucimiento de ambos. También encantadora y exquisita. Divertida y entretenida. Pues este tipo de productos buscaban precisamente eso. Convertirse en un simpático vehículo de disfrute para el americano medio.
Me encanta el arranque del film en el que Martin nos informa que esta es una película dedicada a la cinefilia. A esos primitivos frikis que se sabían de memoria el nombre del reparto de sus películas favoritas. La trama explota muy bien esa comedia fanfarrona propia del cine mudo con la característica forma de hacer reír que ostentaba la pareja. Una gracia que devenía de la paradoja. De la unión de ese hombre atractivo, pícaro y siempre metido en líos de faldas o criminales con la de esa personalidad bondadosa, ingenua, aniñada, torpe y gafe del feo con encanto. En este caso Martin es un jugador llamado Steve que debe una ingente cantidad de dinero a un mafioso. Por ello decidirá falsificar los números de una rifa que premia con un Chrysler rojo descapotable al vencedor con el fin de sacar dinero con su venta. Sin embargo compartirá galardón con el personaje de Lewis, un chico llamado Malcolm despistado y absolutamente hipnotizado por el cine y en especial por la bella Anita Ekberg, siendo su objetivo viajar a Hollywood en el coche para conocer a la musa de sus sueños.
Ambos se embarcarán en un viaje en coche con destino Hollywood en compañía del astuto Gran Danés propiedad de Malcolm en el que sucederán multitud de situaciones disparatadas. Desde robos ejecutados por tiernas abuelas más rápidas en desenfundar su arma que John Dillinger, hasta accidentes provocados por la falta de gasolina, pasando por la aparición de una joven que se traslada a Las Vegas para iniciar una carrera como actriz y cantante.
Y es que Loco por Anita contiene todos los ingredientes que hicieron grandes a Martin y Lewis. Una comedia de prefiere el embrollo y el enredo a la inyección de chistes inteligentes. Un Jerry Lewis que protagonizará los momentos más delirantes tapando absolutamente a un tímido Martin que se centrará más en la picaresca romántica. Unos números musicales marca de la casa. Un disfraz de road movie que permitirá viajar por lugares emblemáticos del medio oeste americano. Ese mágico technicolor que absorbe un relato algo alucinógeno. La inserción de una leve historia romántica que no desentona para nada. Los gestos y exageraciones de Lewis que resultarán tan paródicos como desternillantes. Y en este caso el cameo de una Anita Ekberg en un papel muy amable interpretándose a ella misma.
A resaltar los incontables homenajes y referencias (chiste de toro incluido, aunque en este caso con un tono menos escatológico y sí más folclórico) que hallamos entre ésta y una cinta como Vaya par de idiotas (Kingpin) dirigida en 1996 por los hermanos Farrelly que sin duda la tuvieron muy en cuenta a la hora de idear esta comedia de culto que reflejaba el lado más oscuro del sueño americano.
Escrito por Rubén Redondo
Las joyas de la familia (Jerry Lewis)
La pequeña Donna es una huérfana que heredará una gran fortuna de treinta millones de dólares. La condición para disfrutarla será conocer a sus cinco tíos vivos —porque uno de ellos se encuentra desaparecido— y elegir cuál de ellos resulta el más adecuado como padre adoptivo. En esta misión la acompaña Willard, su leal chófer, amigo y figura paternal.
Los motivos para el reencuentro con Jerry Lewis en esta breve revisión de sus facetas como actor, guionista, productor y director, son aciagos por su fallecimiento reciente. Aunque su vida seguramente fuera plena y saludable para superar los noventa años, no ha sido correspondida por un reconocimiento honorífico respecto a su filmografía. Este cineasta único, volcado en la comedia, con una carrera que se desarrolló en un Hollywood convulso desde los años cincuenta hasta los setenta, fue seguido o copiado por países simpatizantes como Francia y humoristas canadienses. Tal vez añorado por esa cantera del programa de variedades, Saturday Night Life que despuntaron a finales de los ochenta y primeros años noventa. Pero con un estilo cómico que se puede rastrear en España, con actores como Pepe Villuela y Pedro Reyes. Incluso el Imagfic —antiguo Festival de cine imaginario y de ciencia ficción de Madrid— le ofreció una retrospectiva allá por el año 1987 cuando los grandes estudios que se reconvertían en multinacionales del entretenimiento, ya no le daban un dólar para que pudiera seguir haciendo películas al cineasta, originario de New Jersey. Ni tampoco le debían ofrecer papeles para actuar durante una década en la que cerró su filmografía como director con El loco mundo de Jerry en 1983. Desde entonces apenas apareció hasta su despedida, en doce films y varias series de televisión, curiosamente dos producciones francesas entre aquellos.
El olvido de uno de los actores más taquilleros y populares de los cincuenta y sesenta en Norteamérica, es general también para un público infantil y juvenil que crecimos viéndolo los sábados por la tarde en la primera cadena, en sus dúos con Dean Martin, esa pareja heredera de Bob Hope con Bing Crosby, tal vez de Abbot y Costello. Por supuesto de Stan Laurel y Oliver Hardy, tan admirados por el propio Lewis. Si no me equivoco sufríamos a Dean con sus canciones o escarceos amorosos, mientras esperábamos ansiosos las reacciones, gestos y locuras de Jerry. Por suerte para todos sus seguidores, niños, adolescentes o simplemente adultos con ganas de reírse a carcajadas, el cineasta se curtió en solitario con la firme convicción de mantener vivo el cine mudo, a todo color y empleando el sonido de la forma más visual posible.
Las joyas de la familia fue su sexto largometraje como realizador, uno de los más conocidos pero menos famoso que El botones o El profesor chiflado. Supuso un punto de reflexión en su carrera sin dejar de ser motivo para la carcajada, por esta pose intelectual. Porque desde que se inicia con esa persecución entre guardias de seguridad y mafiosos por un botín, bien presentada, mejor medida, impecablemente explicada y magistralmente resuelta con la aparición de Willard como salvador espontáneo, ajeno a lo que sucede en el atraco, revisando el mito del héroe de la forma más cotidiana posible. Con el homenaje velado a Chaplin y El chico, a su sentimentalismo justo, sin desbordarse en un mar de lágrimas, Lewis deja clara la relación paternofilial entre la huérfana y su chófer, como en un cuento de hadas que se prolonga más tarde, por esas pruebas que se sucederán en los encuentros con sus peculiares tíos. Jerry Lewis probablemente no era fácil de dirigir viendo sus apariciones en pantalla, así que en una resolución circense propia del ¡más difícil todavía! supera sus personajes dobles y triples de interpretaciones anteriores y aquí encarna a Willard y los seis hermanos, siete en total, dejando corto a Peter Sellers en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú aunque por debajo de Alec Guinnes en Ocho sentencias de muerte.
La estructura episódica es la más adecuada para las secuencias de gags elaborados, motivados por la risa pura y catártica de los inicios del cine comercial. Se pueden ver separados o continuos con la excusa argumental que los une levemente. Muestras de humor visual, influencias del comic y los dibujos animados, juegos con las voces, narraciones distintas a lo que se ve en pantalla. Todo es anárquico pero nada quedó al azar, por contradictorio que parezca. Buster Keaton usaba sus secuencias cómicas manteniendo el avance de la acción, una narración continuada de su relato de aventuras. Pero Chaplin y sucesores como Lewis o Tati, creaban estos paréntesis para dotar de singularidad a cada secuencia de humor que, como narración, podrían cortarse para mantener un argumento más unitario, pero que resultarían contraproducentes para el arte de la comedia si se prescindiera de esas escenas.
En esta producción que supone un punto climático en su filmografía, Jerry Lewis revisa con estos siete personajes a muchos de los que le hicieron famoso, ya sea un fotógrafo publicitario llamado Julius que se parece demasiado al del profesor chiflado. Ese conductor dedicado a Donna que remite a botones, enfermeros y otros oficios. O esos gangsters, militares y pilotos que desarrolló antes o después. Con mención especial al payaso antipático que puede ser una clave de su film más maldito e inédito: The Day the Clown Cried. Hay que regresar a la genialidad de Jerry Lewis, a esas ganas de hacer reír tan menospreciadas por otros como Woody Allen en los diálogos de alguna de sus películas. Tal vez porque Lewis gesticula, se mueve como un pato y busca al niño interior o simplemente no lo ha olvidado, mientras que el cineasta neoyorquino, a pesar de sus aciertos, rueda historias para treintañeros de su ciudad desde hace cuarenta años. Todos caben en el cine, también los olvidados.
Escrito por Pablo Vázquez Pérez