El futuro del cine más terrorífico llega a la sesión doble con directores a los que hay que seguir la pista: por un lado, el talento galo llega con Alexandre Bustillo y Julien Maury, que tras sorprender con su À l’intérieur, dirigían unos años más tarde Livide, y por otro un Ti West que también dio el gran salto gracias a su The House of the Devil, y en The Innkeepers se seguía reivindicando como un talento a seguir. Ambos encierran a sus protagonistas en casas y, cómo no, nos hacen pasar un mal rato.
Livide (Alexandre Bustillo, Julien Maury)
Con À l’intérieur consiguieron que se creara una insospechada fobia hacia Béatrice Dalle: su presencia me da pavor. Más allá de eso, sólo pude descubrir que Alexandre Bustillo y Julien Maury se manejaban muy bien con el gore pero su obra carecía de la realidad que intentaban contar, quedando la sangre como el confeti lanzado en una fiesta en la que no te dejan participar (son muy de salpicar). Aún así, apuntaban maneras para convertirse en dos personajes que rastrear, dos joyas en bruto que se iban a pulir a mazazos.
Llegamos a Livide, elegida por su dirección y por aquello de las casas encantadas, excusas banales pero apropiadas para nuestra sesión doble, sobre todo porque las etapas se suceden en el film sin que se centre en un único tema y sin profundizar en ninguno en particular. Hay drama, terror, transcurrida la acción en noche de difuntos con vampiros artísticos encerrados en su lúgubre hogar. Demasiado para sobresalir pero necesario para mi conclusión, que el cuento gótico nos transporta a la sublemación de la feminidad cuando “mater” es quien centra todo suceso de Livide.
Tras su anterior experiencia, Bustillo y Maury no se olvidan de sus favoritismos, así que la sangre encuentra su lugar para ser extremista y las madres arrojan sombras sobre sus creaciones, dejando esta vez que sean las hijas las que formen la historia. No me olvido de Dalle, su verdadera debilidad, cuya imagen dolorosa es leve pero condicional.
Es la joven Lucy la que descubre la tristeza del mundo y se deja llevar por historias de viejas ante un inerte cuerpo que espera pesadamente la muerte y esconde su mayor tesoro… las palabras justas para que junto a sus amigos decidan volver a esa tosca y abandonada mansión para que sus sueños de riquezas se hagan realidad. Es lenta esta introducción, algo sin importancia hasta que te das cuenta que no es más que eso, un modo de comenzar con calma para acelerar el verdadero mestizaje de temas sobre los que hablar en el film. Lento es el camino pero la agonía cuando llega es devastadora, y de paso anecdótica, ya que es un nuevo preludio para llegar a la parte devoradora y que centra, en cierto modo, la película: el tesoro. Aquí afloran las necesidades maternales y los juguetes narran esas carencias con belleza y sensibilidad (toda aquella que deben transmitir los vampiros sin importar su crueldad) para transformar almas y dosificar la magia dulcificando un abrupto final, tan triste como fabulado.
Tanto preludio antes de llegar a la esencia desvirtúa la historia, dando pie a múltiples interpretaciones y dejando al espectador con la difícil decisión de saber qué película de todas las que nos prometen a cada paso era la que queríamos ver, pero cada apartado tiene un toque de frescura que en conjunto complace más de lo que cabría esperar. Al final, no se puede negar que sí saben continuar sus inquietudes, pues será “mater” quien siempre sobrevuele sobre ellos.
Escrito por Cristina Ejarque
The Innkeepers (Ti West)
Ti West y las casas. Las casas y Ti West. Particular sociedad que nos descubrió a uno de los mayores talentos del cine de terror actual, y de la que más de uno podría haber dudado, básicamente porque hacer frente a un proyecto encerrando de nuevo a los protagonistas tras cuatro paredes tras el triunfo que supuso The House of the Devil para el joven cineasta, era algo más que un reto: la reafirmación de un talento que no había encontrado en The House of the Devil con fortuna su particular cima, o por contra el descubrimiento de que su anterior título no había sido ni más ni menos que un golpe de suerte.
Acogiéndose, pues, al mismo precepto en la teoría, West urdía en un alarde de inteligencia y perspicacia una cinta que se alejaba en cierto modo de su The House of the Devil. Primordialmente, lo que otorgaba un nuevo enfoque a su incursión, The Innkeepers, era la constitución de un tono que por pura lógica debía seguir pautas distintas, pues ante la distancia lógica entre ambas propuestas no cabía otra opción que buscar mecanismos distintos para reformular un horror que en esta ocasión pasaba de lo tangible a lo sobrenatural.
Ese tono, que en su anterior trabajo aparecía configurado con tenacidad al componer un relato con tan pocos elementos (una muchacha y una casa), adquiere en The Innkeepers unas connotaciones humorísticas que quedan realzadas gracias a la magnífica elección de su duo protagonista: una Sara Paxton que está sencillamente deliciosa y a la que, más allá de los papeles que se le hayan otorgado, no había visto tan desenvuelta y radiante en ningún caso, y un Pat Healy (que, por cierto, volvería a coincidir con Paxton en Cheap Thrills) asumiendo ser el contrapunto perfecto a esa distraída y vital muchacha.
Pero si por un momento extrapolamos el carácter que adquiere la película de West, y nos ceñimos simplemente al trabajo formal, uno puede percatarse que en realidad las herramientas empleadas por el de Delaware no distan tanto de las usadas en The House of the Devil. En efecto, ambas se mueven en espacios interiores pero en campos distintos, ya que no es lo mismo ceñir la acción en una casa que en un hotel, pero no obstante el trabajo con los espacios realizado por West en muchas ocasiones demuestra que el cineasta sabe desenvolverse en ese contexto, y lo aprovecha como pocos directores de género lo han logrado en los últimos tiempos.
Si hubiese que achacar algo a The Innkeepers, quizá sería ese punto final discordante con el tono del resto de la obra pero que, sin embargo, deja coletazos del mejor West en un par de secuencias que poco más podrían filmar con tanta convicción y talento. Así, el particular nexo entre humor y horror sabe ir estableciendo pequeños saltos que, lejos de dotar de una irregularidad patente al film, lo catapultan a una dimensión que en cierto modo no deja de ser continuista con el ejercicio de estilo urdido en The House of the Devil, pero al mismo tiempo se mueve con el mismo aplomo en terrenos colindantes (y no tan colindantes) que otorgan a The Innkeepers los incentivos necesarios para prestarle aunque sólo sea un momento de atención.
Escrito por Rubén Collazos