Sesión doble: La última seducción (1994) / Killer Joe (2011)

Nos atrevemos con una sesión doble de ‹femmes fatales› modernas y atípicas desde las que descubrir dos títulos clave para el género: por un lado, La última seducción de John Dahl con Linda Fiorentino, estrenada en 1994, y por el otro una de las últimas joyas del maestro William Friedkin con Killer Joe, que dirigiera en 2011 con Juno Temple al frente. Dos mujeres de armas tomar.

 

La última seducción (John Dahl)

Una de las cosas que habría que hacer, antes de entrar en materia propiamente dicha, es poner en valor, ni que sea brevemente, a John Dahl. Un director que a día de hoy está injustamente semi olvidado y que, a tenor de los visto en películas como La Última Seducción o Lone Star, demuestra que, en unos 90 plenamente posmodernos, se puede reformular el género (ya sea el ‹noir› o el ‹western›) yendo más allá de la simple catodización de las imágenes o de recocinar referencias a ritmo de montajes más o menos originales. Dahl, consigue mediante un empaque visual clásico, reinterpretar los arquetipos mediante una ajustada profundidad psicológica, subvirtiendo el cliché, pero haciéndolo tan reconocible como adaptado a los tiempos contemporáneos.

En este sentido, y ya entrando en el terreno de la ‹femme fatale›, Dahl prescinde del aura trágica que envuelve al personaje clásico para dotarlo de una suerte de vanguardia en forma de empoderamiento femenino. Al fin y al cabo, las ‹femme fatales› del ‹noir› clásico asustaban y escandalizaban a sus coetáneos por alejarse del modelo de mujer pasiva al servicio del hombre y por su capacidad se emanar poder mediante la manipulación sexual. Sin embargo, todas estas mujeres, tras su máscara de fortaleza y poder, no dejaban de ser supervivientes en el sentido más primario del término. Sus condiciones socioeconómicas eran el elemento clave para sobrevivir: o bien representaban esposas asqueadas y sujetas al poder económico de sus maridos o, directamente, eran presas de los elementos más bajos de la sociedad. Con ello la ‹femme fatale› no buscaba reivindicar su condición femenina sino más bien usarla para prosperar, para salir del pozo. ¿El resultado de todo ello? La ausencia de admiración o de establecerse como marco de referencia femenino. Como si fueran herederas directas de la Eva bíblica, su imagen se asociaba a la destrucción del orden y a una debilidad consistente en su condición de no humanidad espiritual. Mientras tanto, el hombre aparecía como la víctima, cuyos pecados no dejaban de ser “provocados” y por tanto perdonados.

John Dahl, por el contrario, presenta a su protagonista (una Linda Fiorentino que debería ser canónica como representación) sin ambages como una mujer poderosa, a cargo de una oficina de ventas donde dirige ella sola con mano de hierro a un equipo enteramente masculino. A partir de aquí dibuja un juego de engaños, trampas y maquinaciones, donde ella siempre está al mando. Cierto es que volvemos a la manipulación, al poder del sexo y al imaginario del hombre como pelele, pero en este caso la visión es más descarnada y, si acaso, más honesta en cuanto a la autoconsciencia del personaje.

Fiorentino no busca una salida, sino una fórmula para resolver sus ambiciones. Su ambición, fuga y maquinación no son producto de la desesperación sino de un plan bien orquestado. Aquí hay una mujer ciertamente empoderada cuyos valores morales pueden ser discutidos de forma externa al film pero nunca desde dentro. Hay una coherencia y una determinación implacables donde los actos perpetrados (estafa, asesinato, agresividad sexual) no se muestran como elementos de debate moralista sino como resultado de una dinámica de mercado donde hay un objetivo económico a conseguir y se utilizan todas las herramientas disponibles para conseguirlo. No es de extrañar, pues, que la protagonista siempre tenga trabajos relacionados con la economía y que sus actos no sean más que una traslación de lo que se considera legal al mundo de lo criminal.

La Última Seducción no deja de ser un ‹neo-noir› que podría tener su correspondencia en El Lobo de Wall Street. Si en esta última el sexo era visto como algo lúdico y hedonista, casi como otra forma de diversión, equiparable a la droga, como simple vía de derroche y ostentación del poder acumulado, en el film de Dahl es el recurso necesario de un vendedor que tiene la mercancía perfecta para su progreso y éxito. ¿Convierte esto a la ‹femme fatale› en mero objeto carnal? En absoluto. Fiorentino es la perfecta encarnación de un feminismo que quizás no se defina por este término, pero que asume los parámetros teóricos de este en cuanto es plenamente consciente de su poder. Se podría discutir sobre la malignidad del personaje, de su falta de escrúpulos morales, pero como decíamos no deja de ser un debate que se genera externamente en el observador. Al película, por el contrario, consigue fusionar dos imágenes icónicas, el antihéroe y la femme fatale y las convierte en un solo ente, en un símbolo si se quiere, de un nuevo capitalismo que ya no entenderá de géneros y cuyo único objeto de discriminación será la desaparición del más débil. La ley de la selva 2.0 cuya monarca, en este caso tiene forma femenina.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Killer Joe (William Friedkin)

Killer Joe es una película muy turbia. No lo es tanto por su oscura trama en la que una familia contrata a un asesino a sueldo para matar a la madre, o por la carencia de escrúpulos de todos y cada uno de sus personajes, o por su vida rodeada de violencia, intereses egoístas y desprecio mutuo. Lo es porque Friedkin agarra todo eso, lo multiplica hasta el paroxismo y castiga al espectador con una de las obras más sucias, amorales y controvertidas que podía concebir.

Todo en esta cinta es fundamentalmente perverso y depravado, hasta puntos que ni siquiera tratan de escandalizar, sino de ser molestos, de poner nervioso a quien la ve. Entiende a la perfección la diferencia entre hacer una película violenta y efectista y una pesadilla sórdida e incómoda, algo que uno no puede dejar de mirar mientras al mismo tiempo se siente hasta culpable por hacerlo, por sentirse siquiera cómplice de las imágenes, por permitir que existan.

El personaje de Dottie representa el espíritu de esta película en su máxima expresión. En medio de toda la vorágine, es la única que puede considerarse inocente e ingenua. Pero la mirada de Friedkin no es piadosa, pues de su inocencia saca un lado profundamente amoral, una suerte de mentalidad caprichosa que no mide la gravedad de lo que sucede, en la que lo mismo accede entusiasmada a la idea de asesinar a su madre que se embarca en un despertar sexual muy perturbador. Y más allá de lo retorcido de sus temas, creo que al final del todo Killer Joe busca, fundamentalmente, esa mirada. La de un personaje que no es esencialmente malvado, ni capaz de maquinar cosas horribles como el resto, pero que observa los sucesos a su alrededor desde un prisma frívolo e inconsecuente.

Por supuesto, el resto del reparto tampoco son en absoluto descartables. Christopher, el hermano busca líos que lo planea todo y representa, como no podía ser de otra forma, el lado más patético de la familia; el padre que accede a cometer actos atroces desde una perspectiva tranquila y de apariencia reflexiva que hiela la sangre; la madrastra que odia a su hijastro, pero no se lo piensa dos veces cuando ve que hay dinero de por medio. Una familia mal avenida que de alguna forma logra aparcar sus diferencias para colaborar en un plan malévolo, en una suerte de reverso turbio de la clásica trama de reconciliación familiar y que, por supuesto, está destinado a acabar de la peor de las maneras. Pero sin duda el más icónico de quienes están envueltos en el plan es el asesino a sueldo, el Killer Joe del título, que con su aura peligrosa y su personalidad sádica que explota en el clímax de la cinta se convierte en una suerte de figura antagonista latente, como una bomba permanentemente a punto de explotar que sabe contenerse y canalizar su violencia en una presencia amenazante.

A través de estos personajes y de la constante tensión derivada de su ya conflictiva convivencia, Killer Joe nos muestra el desarrollo de un plan delictivo en el que todo parece bien atado, pero al mismo tiempo no deja de dar la sensación de que está destinado a resultar en el peor de los escenarios para sus perpetradores. En ese sentido su inspiración ‹noir› parece más que evidente, con esa exaltación tan vehemente del fatalismo, pero la apuesta por el enfoque amoral y el patetismo tragicómico que desprenden sus protagonistas añade todavía más incomodidad a un fracaso que parece inevitable.

Escrito por Javier Abarca

 

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