Sesión doble: La que paga el pato (1928) / Una chica afortunada (1937)

La ‹screwball comedy› llega a la sesión doble con dos títulos a (re)descubrir: La que paga el pato, aportación de King Vidor al género allá a finales de los años 20 protagonizada por Marion Davies; y Una chica desafortunada de Mitchell Leisen, que contaría además con el libreto de uno de los grandes nombres asociados a la ‹screwball›, Preston Sturges.

 

La que paga el pato (King Vidor)

Muy relevantes son las ‹screwball comedy› clásicas, el subgénero que alcanzó su punto álgido en los treinta del pasado s. XX, popularizado por grandes estrellas del momento y directores especialistas en el género de la comedia. Pero ya en la etapa muda encontramos ejemplos de historias alocadas y un tanto irreverentes marcadas por mujeres extravagantes, libres y con una gran capacidad para hacer reír. Roles que se diferenciaban de otros más dramáticos o de ‹femme fatale› que atraían en masa al cine. Todas con el reclamo de actrices con personalidad, muy dadas a muecas o actuaciones más expresivas o gesticuladoras de lo habitual destinadas a desatar la carcajada en situaciones más hilarantes.

En este caso, The Patsy (en España, con un título extraño como La que paga el pato), reúne elementos para estar al nivel de comedias posteriores sonoras con actrices como Katharine Hepburn, Claudette Colbert o Barbara Stanwyck. Su guerra de sexos, amores excéntricos, u hombres manejados simpáticamente por mujeres, la sitúan en un lugar merecido, aunque quizá no goce de excesiva popularidad hoy en día. El peso de obras maestras rotundas como Y el mundo marcha (The Crowd, 1928) o El gran desfile (The Big Parade, 1925) parecían colocar a Vidor en un cine más dramático o “serio”. Sin embargo, estaba altamente dotado para la comedia. Aunque sí adolece de un guion con alguna fisura o que peca de ser ligero (basado en la obra de Barry Connors), la gran habilidad del director para el ritmo o crear situaciones hilarantes —además de estar a caballo entre la ‹screwball› posterior más conocida y las ‹slapstick› incontestables de Keaton, Chaplin, Arbuckle, Lloyd o Sennet, entre otros— y, sobre todo, contar con la gran Marion Davies, hacen de esta película una obra notable.

Actriz que no gozó quizá de la popularidad que merecía por estar al amparo y apoyo de su todopoderoso y controvertido amante, William Randolph Hearst. Con su productora más pequeña, la Cosmopolitan Pictures, aliada de la MGM, impulsó a la actriz para que estuviera en el reparto junto al gran Vidor en la dirección, para asegurarse un rotundo éxito. Pero, según leo en una revista de la época (Exhibitors Herald and Moving Picture World), la actriz estaba ya plenamente reconocida por su encanto, hablando de «un nuevo proyecto de la gran Marion Davies». Seguramente no le hubiera hecho falta esa promoción, pues la actriz hace gala en La que paga el pato de su enorme capacidad de comediante, su naturalidad, frescura y atracción que la hacen deliciosa.

Un papel de Cenicienta del s. XX en el que sufre estar a la sombra de su hermana pequeña Grace (más astuta, elegante y fría), el olvido y el trato despectivo de su madre. Sólo cuenta con la comprensión de un padre timorato y empequeñecido ante la fuerza desbordada de su mujer que únicamente tiene ojos para la hija más presumida. Pat (Marion Davies), harta de verse un patito feo, ser vulgar, sin personalidad y ninguneada constantemente, se propone un plan para que se produzca la metamorfosis y poder enamorar a la pareja de su hermana (la cual no duda en flirtear con un ‹playboy› en cuanto tiene ocasión).

Con todos estos mimbres, la historia transcurre por episodios simpáticos, malentendidos, enredos, rivalidades entre hermanas, celos y el proceso de cambio de la protagonista, cueste lo que cueste, por alguien más interesante y valorado en la familia. Todo, sin renunciar a su singularidad. Un ‹cocktail› de ‹screwball› muy expresivo a pesar de su “silencio”.

Escrito por Estrella Millán Sanjuán

 

Una chica afortunada (Mitchell Leisen)

Dirigida por Mitchell Leisen a partir de un guion del futuro realizador Preston Sturges (basado en una historia de Vera Caspary), Una chica afortunada cumple con todas las características de la comedia ‹screwball›, ritmo trepidante entre ellas, junto con varios elementos clásicos de la comedia sofisticada, que incluyen decenas de abrigos de piel, decorados relucientes y grandes espacios con techos altos donde la gente se puede caer sin miedo a hacerse daño. Incluso el argumento es típico de comedia disparatada, con Jean Arthur interpretando a Mary Smith, una mujer que lucha por llegar a fin de mes y que un día, cuando le cae del cielo un abrigo de piel muy caro, se enfrenta a toda una serie de enredos y malentendidos derivados de no dejar que una mujer termine sus frases.

Una chica afortunada es una comedia incansable y placentera en la que las coincidencias llevan a más coincidencias y estas a grandes malentendidos que relacionan a la joven Mary Smith con el tercer banquero más rico de Estados Unidos (interpretado por Edward Arnold). Incansable porque no para quieta desde el momento en que aparece actor de origen español Luis Alberni como el hipotecado hasta las cejas que usa la picaresca para conseguir que le aplacen los pagos de “su” propiedad. Placentera porque es una historia sencilla, atractiva y alegre que ofrece tanta acción como optimismo por la vida.

Desconozco si forma parte de listas que recomienden las mejores comedias de los años 30 o si es una película olvidada, pero cumple con todos los requisitos que uno podría exigirle al género, equilibrando la parte mágica de la historia con el sentimentalismo desde un acercamiento directo, ingenioso y ligeramente crítico que sobresale tanto por los diálogos y los personajes como por escenas tan bien ejecutadas —como la del autoservicio que nos lleva al interés amoroso de los protagonistas, imbuidos de una calidez que evita que la película caiga en lugares comunes para avanzar la trama—.

Si eres fan de Sturges, en Una chica afortunada encontrarás la mayoría de los placeres que esperarías encontrar en sus películas, aunque he leído que el director y guionista criticó (como también hizo Billy Wilder) en algún momento de su vida a Leisin, a quien culpaba de arruinar la sátira y la parodia en las películas que dirigió a partir de sus guiones. Puede ser que Leisin no sea tan cínico como ellos, y es verdad que aquí a los ricos capitalistas se les puede llegar hasta a querer (lo cual llama mucho más la atención sabiendo que Vera Caspary se interesó en las causas socialistas durante la Gran Depresión y llegó a unirse en aquellos tiempos al Partido Comunista bajo un alias), pero también utiliza la comedia física clásica para mostrarnos que en la década de la Gran Depresión Nueva York estaba tan petada de vagabundos y personas sin hogar como lo haría un capítulo cualquiera de la gran serie How To with John Wilson (aunque no capte extrañezas impredecibles ni busque darles un significado entre lo hilarante y lo grotesco).

En resumen, una película con encanto que lo tiene tanto dentro de la pantalla como fuera de ella, con actores, actrices, directores y guionistas que darían para navegar por Wikipedia durante horas conectando nombres e historias entre sí hasta vete a saber dónde. Pero bueno, si no tienes tanto tiempo, Una chica afortunada dura menos de hora y media y te hace sentir bien, que ya es bastante.

Escrito por Alberto Mulas

 

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