Los ‹vigilante films› protagonizan una nueva sesión doble donde el ojo por ojo y la justicia por la propia mano se convierten en ejes a través de dos títulos bien distintos entre ellos: por un lado una de las mejores cintas de Steno (más conocido por sus colaboraciones con Bud Spencer) en La policía agradece, y por el otro el segundo largometraje de William Lustig (Maniac) junto a un icono de la época como Fred Williamson en Vigilante.
La policía agradece (Steno)
Entre todas las vertientes de ‹exploit› que nos ha ofrecido el cine en favor del entretenimiento, las películas sobre vigilantes deben ser las únicas que buscan el lado concienzudo del ciudadano para triunfar allí donde destaca la palabra “justicia”. Obligándonos a sacar nuestro lado Charles Bronson (que siempre me ha parecido más apropiado para la serie B que Clint Eastwood, aunque ambos que hayan ofrecido para la causa en numerosas ocasiones), este tipo de cine se basa exclusivamente en el hombre de a pie, quien sobrepasado por las circunstancias vividas (excesivamente violentas e injustas), decide tomarse la justicia por su mano ayudado por otros tantos que han sufrido similares aberraciones, dejando de lado todo método legal por infructuoso. Porque el ojo por ojo también se puede esconder tras una ‹buddy movie›.
Si uno de los principios básicos de este subgénero es dejar de lado a policías y jueces sabiendo que el sistema falla constantemente, el italiano Steno, más conocido por su dirección de bofetones junto a Bud Spencer, se puso serio y quiso reescribir el orden establecido de estas ‹vigilante films› en La policía agradece (La polizia ringrazia, 1972), donde muestra de primera mano la reacción de la policía a un grupo de personajes anónimos que se toman la justicia por su mano y acaban con delincuentes que no reciben la condena merecida.
Para ello nos fijamos en el comisario Bertone, un tipo serio, enérgico y sin medias tintas harto de ver cómo su trabajo se desprecia tanto en los juzgados como en los periódicos cada mañana. Aunque promete ser nuestro Bronson de cabecera, nos sorprende con la lealtad del manual de normas básicas policiales que no está dispuesto a romper, dejando en la sombra en todo momento a aquellos que sí se toman la barbarie a modo de método correctivo fiable.
Como todo lo que el cine italiano sabía exprimir en los 70, la ambientación colorista, la conducta amenazante, los modernos frente a los bigotes y ese ligero tufillo a mafia constante podrían convertir a La policía agradece en una más, pero sabe sacarle punta ya no sólo a la ya entonces ruinosa imagen de la policía, la política y la justicia, también lo hace con la posición de aquellos que se sienten capacitados para dirimir entre lo que está bien y lo que está mal, dejando a Bertone constantemente cabreado y sin una posición digna que defender.
Lo que nos queda entonces es buena música, persecuciones y una buena tunda de golpes que se coleccionan mientras conocemos la ‹malavita› que se va gestando en las calles de Roma tanto a plena luz del día como al amparo de la noche. Ese toque ‹poliziesco› que parece tan ajeno al sentido propio de las películas de vigilantes pero que resulta tan identificativo en los 70’s italianos queda perfecto en La policía agradece, donde se gestan distintas lecturas sobre la utilidad de la justicia y la total ausencia de ella, sin renunciar por ello a ese aire mamporrero y extremadamente violento que promete este tipo de cine, donde finalmente hasta el más malo representa la escoria social tan bien como cualquier otro habitante de esta convulsa ciudad que se aprovecha de aquellos que miran siempre para otro lado.
Escrito por Cristina Ejarque
Vigilante (William Lustig)
La convulsa década de los 70 (y, por extensión, parte de los 80) trajo consigo en Estados Unidos una oleada de títulos que reafirmaban la inseguridad que se palpaba en las calles de algunas de sus ciudades, y que tomarían en la figura de Charles Bronson uno de los referentes de los llamados ‹vigilante films›, donde ciudadanos de a pie, sin conexión aparente con las fuerzas del orden, se revelaban contra la (por aquel entonces) presencia de todo tipo de maleantes que trasladaban la incertidumbre a algunas urbes con su sola presencia.
En ese contexto, y tras films capitales del género como El justiciero de la ciudad o Yo soy la justicia, era William Lustig, que venía de rodar una de las cult movies de los 80 por excelencia con Maniac, quien tomaba el testigo junto a dos actores inevitablemente emparentados con esas décadas, Robert Forster y un Fred Williamson que ya había emergido años antes como icono del ‹blaxploitation›. Vigilante es, de hecho, otro ejemplo de cómo el desconcierto se había apoderado de no pocos lugares, y su escueto prólogo, con el protagonista de El padrino de Harlem dirigiéndose directamente al espectador —en lo que apenas segundos después se nos desvelará como una suerte de reunión clandestina—, deja pocas dudas acerca de la extrema situación vivida por muchos ciudadanos en el país de las barras y las estrellas; un hecho del que Lustig parece ser consciente, evitando afrontar un debate moral que parece rechazar de forma frontal en esa conversación entre los personajes de Williamson y Forster en la azotea de un edificio. Y aunque quedará tiempo para que el primero consolide su postura más adelante, quizá uno de los aciertos del cineasta reside en retratar ese panorama en boca de individuos al margen de la ley, pero también contra las cuerdas ante una sociedad cuya explosión parece inminente —como en la transformación de ese padre de familia a través de la sociedad y sus mecanismos—.
Es así como Vigilante deriva a modo de ejercicio genérico en el que destacan la incomodidad con que aborda sus secuencias más violentas —que, incluso, en algún momento parece tomar como referente el Asalto a la comisaría del distrito 13 de Carpenter a nivel tonal, aunque sin llegar a las cotas del autor de La cosa— y, por supuesto, el reflejo fehaciente acerca de cómo durante aquellos años el crimen y la corrupción campaban a sus anchas sin que hubiera demasiadas respuestas posibles. Hecho que queda patente en la situación de Eddie, cuando intentando encontrar una vía para la justicia, se verá entre rejas por desacato debido a la pantomima que resultará el juicio, a manos de un personaje cuya posición pronto queda en entredicho a ojos del espectador; una tesitura que llevará al propio protagonista a replantearse su postura ante la injusticia acometida.
En ese sentido, el gran acierto de Lustig consiste en perfilar los límites de su film, no extendiéndose más allá de una cinta de acción bien orquestada, con banda sonora acorde a los preceptos (qué ochentera y apropiada suena esa partitura de Jay Chattaway, habitual del cineasta y de otros nombres como Cohen o Zito) y con (por qué negarlo) ciertos defectos que no hacen de menos su por momentos certera puesta en escena, o ese idóneo empleo de la violencia (que precisamente subraya su condición), logrando hacer de Vigilante un título tan directo e implacable (muestra de ello es su abrupto final) como verdaderamente atrayente ante una naturaleza que sabe comprender desde el primer minuto.
Escrito por Rubén Collazos