Las historias de fantasmas son un clásico ineludible para cualquier sesión doble, y cuanto más se deforman en pantalla por efectos digitales, más echamos de menos su forma humana, aquella que tuvieron en su día. Aferrados al fantasma clásico, nos decidimos por una versión oriental La novia de Hades (1968) de Satsuo Yamamoto y la independiente I Am a Ghost (2012) de H.P. Mendoza.
La novia de Hades (Satsuo Yamamoto)
Hay un tipo de película japonesa, enraizada en una tradición cultural milenaria y supeditada a unos códigos formales y narrativos eminentemente clásicos, cuya eficacia resulta paralela a su (esperada, perdonable, incluso bienvenida) ausencia de sorpresas. Títulos forjados por un buen puñado de artesanos del medio que preferían diluir su personalidad en obras destinadas a enriquecer unos géneros populares (fundamentalmente, el cine chambara, kaiju y de horror sobrenatural) de enorme éxito de público en aquellas tierras, antes que lanzarse a la búsqueda desesperada de un lenguaje propio. La novia de Hades, del desconocido (para servidor) Satsuo Yamamoto, se inscribe igualmente en esta tradición, ofreciendo un cuento clásico de fantasmas que hace ostentación de ciertas supersticiones religiosas niponas mientras propone, de forma lateral, una visión moralista (las malas acciones son castigadas) de la conducta humana inherente al universo fabulístico en el que se mueve la narración.
No hay nada especialmente novedoso ni en lo que cuenta ni en la forma (prístina, calmada, deliciosa en su construcción de un espacio –la aldea–perfectamente definido y utilizado) en la que se cuenta, y, sin embargo, sabe ejercer en el espectador (al menos en quien esto escribe) una fascinación que tiene que ver tanto con las particularidades culturales que aquí se muestran (verbigracia, el mágico Festival de las Linternas, o los rituales que llevan a cabo los aldeanos para proteger al protagonista del influjo de lo sobrenatural) como con la forma tan codificada, pero certera y robusta, con que director y guionista desarrollan la historia, encantadora dentro de su previsibilidad tonal y argumental. La cálida fotografía, o la elegancia y naturalidad con la que el elemento sobrenatural (levitaciones, transparencias…) se integra en el relato, no hacen más que potenciar el atractivo artesanal del filme, que discurre ante los ojos con una humildad y modestia que a veces se echan en falta en otras producciones más ambiciosas pero menos logradas.
A lo dicho anteriormente, además, hay que sumar un factor distintivo que aporta más interés, si cabe, al filme de Yamamoto, y es su apuesta por una historia de amor escatológico que, tal como está planteada (especialmente en un primer encuentro sexual imbuido de un erotismo necrófilo sutil y turbador), remite ligeramente a la inolvidable Vértigo. Hasta la música y la paleta cromática utilizada (con unos delicados matices de verde envolviendo tan anómala muestra de amor imposible) parecen confabularse para traer a la memoria los momentos más deslumbrantes del film de Hitchcock. El posterior desarrollo de la trama, en cualquier caso, deja en segundo plano esta conexión, así como otros apuntes previos interesantes (la denuncia del clasismo dentro del hermético universo samurái) a los que, tal vez, se les podía haber sacado más partido.
Pese a estos pequeños reparos (más asociados, en cualquier caso, a un déficit de ambición que a una incapacidad real por abarcar temas más complejos), La novia de Hades nunca deja de proporcionar placer al espectador abonado al cine de fantasmas, al que regala algunos momentos atmosféricos verdaderamente sugerentes (la deliciosa forma en que se deslizan las dos damiselas protagonistas, espíritus errantes maltratados por un mundo injusto, por ejemplo), y, para evitar un tono excesivamente dramático, ahí está el contrapunto cómico (y moral: no hay piedad en el desenlace) de los personajes del sirviente y su esposa, representando ese exceso de codicia tan irremediablemente terrenal que, lógicamente, no puede traer nada bueno. Todo ello redondea una película tan pequeña como eficaz, y cuya falta de verdadera personalidad se suple con un sentido del gusto muy habitual en este tipo de producciones, caracterizadas por esa belleza artesanal cercana, cautivadora, que tan grata resulta siempre a los ojos.
Escrita por Nacho Villalba
I Am a Ghost (H.P. Mendoza)
Un hogar vacío. Instantáneas de un lugar que fue habitado: una entrada, una codina, un salón, un baño, los dormitorios. Silencio, y una sensación algo ocurre, crece en ti un presentimiento, como una visita inesperada que no arroja luz ni presencia. Aparece ella, una rutina acontece en cada estancia, ese luminoso hogar que depara en otro tipo de soledad, remitiendo de nuevo al presentimiento, la isita que ella no desea recibir. Y vuelta a empezar. Veamos de nuevo las diapositivas.
I Am a Ghost da una compleja visión del fantasma, aportándole un nuevo protagonismo: sólo conocemos el prisma de aquella mujer que murió. Partiendo de esta premisa, Mendoza se mueve únicamente ante el interés que suscita la presencia del fantasma, y a partir de la repetición nos invita a sentir el desconcierto del día a día de quien no conoce su verdadero estado.
Hay una primera parte estática, cerrada y parcial, que explora la situación, y le sigue una segunda etapa, la de conocimiento e interacción, la que transporta el miedo más vívido al propio fantasma y desvela en pequeñas pinceladas la acción, la necesidad de un desenlace que quiebre esa reiteración.
El atrevimiento de I Am a Ghost radica precisamente en esto, intentar de un modod pausado acoplar la mirada del espectador a lo que el fantasma siente. Confusión y eternidad es lo que siempre nos han contado de estos entes, reflejos de una vida pasada, que no permiten ver su realidad porque ya no tienen una. Aunque otras películas han dado voz al espectro, siempre se ha adornado su situación para agilizar el drama, demostrando la separación que existe entre ambos mundos para tomar un pulso entre los dos, pero el tiempo se que se toma el concepto en esta ocasión simula con cierto encanto añejo el silencio de una situación que carece de fondo, sólo tiene forma.
También está la experiencia que vive el fantasma que nos sitúa en su escenario anclado en lo que resulta conocido para ella, degradando a un mismo tiempo la actualidad, una que sólo podemos suponer distinta a lo que ella conoce, ya que lo que no puede asimilar como cierto es algo que no podemos ver.
El contacto con el otro mundo, el que ella en ocasiones puede percibir, el el que aporta el sentido, la explicación de su eterna estabilidad entre estas estancias. La asimilación de su estado no es la verdadera focalización del asunto, es un pasado disociativo el que emerge mostrando verdaderas escenas de confusión y terror, ya que los demonios internos siempre son más inestables que todo aquello que se desconoce. Es por ello que completar su historia alimenta nuestra necesidad de continuar con algo que el silencio no hacía más que acrecentar.
Sencilla, mínima e igualmente elaborada, I Am a Ghost demuestra un paso al otro lado del espejo que, alimentado de recuerdos baldíos es mucho más llevadero que cualquier devastadora realidad con una casa como protagonista (sus estancias están tan cuidadas como si realmente fuese una casa de muñecas) y una joven mujer que soporta su vulnerabilidad ante la idea de ser quien realmente está de más, convirtiéndose en una de esas bocanadas de aire renovado que aparecen de vez en cuando en el cine de terror actual.
Escrita por Cristina Ejarque