El cine de género que llega de México se pasa por nuestra sesión doble con dos títulos a rescatar: la fantasmagórica La maldición de la llorona, dirigida a principios de los 60 por Rafael Baledón e inspirada en una célebre leyenda del folclore de su país, y la criminalística El esqueleto de la señora Morales, una de las joyas que nos dejó Rogelio A. González durante su extensa carrera.
La maldición de la llorona (Rafael Baledón)
La Llorona es una de las más insignes leyendas del folclore mexicano, como término que imperado en la rápida celebridad de la tradición popular cuenta como el espíritu de una mujer harapienta vaga en pena por territorios y parajes solitarios lamentando la muerte de sus hijos. Esta es una rápida y quizá demasiado concisa definición de una vieja creencia que, aunque anclada principalmente a la cultura mejicana, su peso folclórico abarca prácticamente a toda América Latina. Como eco principal de las expresiones del pueblo, en su constante búsqueda de viejas creencias y costumbres, la industria del cine de terror mejicano (con una vasta producción, dentro del cinemabis, injustamente olvidada) arropó la leyenda de La Llorona como mito propio, generando una sucesión de películas como La maldición de la Llorona. Más sugerente y espontáneo es su título norteamericano, que reza The Curse of The Crying Woman (La maldición de la mujer que llora).
La película, dirigida por todo un cineasta todoterreno como Rafael Baledón (su filmografía, abarcando multitud de géneros, supera las 90 obras) adhiere al formato cinematográfico la figura de La Llorona dentro de una recreación que hereda el costumbrismo y maneras del gótico imperante en aquellos años, desde la Hammer en Gran Bretaña a la encantadora respuesta italiana a mano de, entre otros, Mario Bava (Baledón extrae directamente una macabra estampa de La máscara del demonio, a la postre obra cumbre de la corriente) o Riccardo Freda. Aquí, una pareja será invitada a un viejo caserón familiar, que incluirá la previsible trampa con ancestral maldición de por medio, como ya nos introduce un comienzo que enlaza directamente con el poso más conocido de la leyenda de La Llorona; secuencia inicial, esclarecedora, con una evocación visual que guarda para sí un encanto estético fascinante. En esta dimensión se fundamenta el principal encanto de La maldición de la Llorona, con una modesta pero atrayente ambientación, con caserón siniestro en medio del bosque incluido, que se esfuerza en manejar sus precarios medios en una dramatización fidedigna del legado cultural de la leyenda base, aunque se peque de una realización algo esquelética: pocos juegos de cámara, planos excesivamente abiertos que acaban por impregnar un estilo demasiado teatral, etc.
La película acierta en potenciar la efectividad de su legado estético para acabar dibujando una encantadora narración que muestra mucho de los estereotipos de la corriente gótica (el cautivador poder del blanco y negro, la vieja maldición, siniestras presencias femeninas, freaks de postín, etc.) con una historia que pretende transmitir las efluvios más sutiles del terror, aunque para ello caiga en clásicas maniobras como la ambigüedad de algunos de los personajes secundarios o las prototípicas circunstancias del espejo y su reversión de la realidad; el film, no obstante, sorprenderá con una resolución de escenas que no escatimará en ligeras dosis de crueldad y brutalidad. Como no podía ser de otra forma, para su desenlace se guarda la aparición de la recreación monstruosa de la premisa, momento en el que Baledón ya se respalda de los clásicos coetáneos para abandonar los hálitos del imaginario cultural por una conclusión más afín a la aparatosidad de su planteamiento, que choca con el precedente ritmo sosegado. Aún así, La maldición de la Llorona rezuma aires de clásico, que enmascaran las interpretaciones de folletín y la grata sensación de inocente revival, arraigado aquí en un terror que apuesta inocentemente por las raíces de lo subversivo.
Escrita por Dani Rodríguez
El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González)
Corría 1959 y la denominada época de oro del cine mexicano había llegado a su fin. La industria cinematográfica azteca dio un giro en su visión y exploraba otro tipo de temáticas que le permitan seguir siendo rentable y liderando el mercado hispano. Mucha de la nueva propuesta fílmica contenía elementos fantásticos y era semejante, en su calidad, a algunos productos de serie B de Hollywood, pero acoplados a la cultura del país latinoamericano.
Sin embargo, en ese año México sorprendió al mundo con una película espléndida y original, como fue El Esqueleto de la Señora Morales, una obra maestra del humor negro, con un equilibrio perfecto e imperceptible entre lo tenebroso y lo satírico.
La película nos cuenta la relación tortuosa de un taxidermista con su esposa, una mujer de personalidad compleja por un defecto físico en su rodilla y por su total entrega a una congregación religiosa. Ella, al mismo tiempo, ama y odia a su marido; se siente rechazada por él, pero también le repugna su presencia, sintiendo asco por su labor. Él, en cambio, aparece como un ser comprensible, alegre y sesudo, aunque el ambiente opresivo en el que convive hará que termine ejerciendo su profesión en su propia cónyuge.
Los elementos esenciales del filme son sus personajes, porque todos ellos son piezas de una composición cómica y terrorífica única. En ella están inmersos la antagónica pareja protagonista, la dura hermana de ella, la empleada cómplice de su amo, un autoritario cura, un historiador tan lúcido como oportunista, las entrometidas vecinas de barrio y de la congregación, entre las que destaca una chica cuya incontinencia urinaria se convierte en aviso o alarma de algo torcido.
Si bien, en líneas generales, esta película se conduce por un andarivel de comicidad, sobresale por saber configurar lo macabro en los detalles de las conductas y cotidianidad del señor y la señora Morales, interpretados estupendamente por Arturo de Cordova y Amparo Rivelles.
De este modo, el horror lo ubicamos en la cínica defensa que hace a sí mismo el asesino ante el juez, en la exhibición provocativa del esqueleto de la víctima en una vitrina, en la manera burlona y relajada como cuenta el homicida a los amigos de su esposa la supuesta decisión de ella de huir del mundanal ruido, en un monólogo sarcástico que él mantiene con el cadáver de su pareja, en la idea manifiesta de que el crimen perfecto es cuando el culpable es juzgado y absuelto, y hasta en el simple pedido, con ansia de caníbal, que realiza el señor Morales a su empleada para que le prepare un filete de carne frita.
El filme cuestiona además al fanatismo religioso y a los falsos valores de sus componentes, y también un esquema judicial que fácilmente se convierte en un show popular.
La película además destaca por adoptar en su trama los tintes de suspense y de sorpresa que identificaban el estilo de Alfred Hitchcock, que se refleja, por ejemplo, en el uso que se dio a la única prueba del delito cometido por el señor Morales y que permitió estructurar un final antológico e icónico, delatando esa vuelta irónica que da la vida y la propia muerte.
Escrita por Victor Carvajal Celi