Sesión doble: La llamada (1965) / La campana del infierno (1973)

La sesión doble regresa al Fantaterror patrio con dos piezas a reivindicar: La llamada de Javier Setó que protagonizaba a mediados de los 60 Emilio Gutiérrez Caba, y La campana del infierno, dirigida por un Claudio Guerín que no llegaría a finalizar su rodaje para ser terminada por Juan Antonio Bardem.

 

La llamada (Javier Setó)

El amor nos lleva a prometer excesos, palabras llenas de imposibles, como firme compromiso de amor infinito. Es algo que manejan con soltura Dominique y Pablo (donde encontramos a Emilio Gutiérrez Caba en uno de sus primeros papeles protagonistas), dos jóvenes estudiantes embelesados el uno del otro que deben separarse momentáneamente por un compromiso familiar que ella debe cumplir, al menos, por última vez. Estos adioses fortuitos llevan a inventar que el amor durará la eternidad y un día, y en esas se encuentran los tortolitos, desafiando incluso al amor después de la muerte, con tierra sagrada en mano frente a un montón de tumbas silentes.

Javier Setó se atreve con una producción internacional que desafía los convencionalismos de nuestro amado Fantaterror, porque juega en La llamada con lo tangible y lo verdaderamente incomprensible. Lo hace introduciendo en una historia de amor a veces idílica, a veces trágica, un suspense arrollador donde el terror asoma de la forma más estilosa y fantasmagórica a partir de este relato que destaca por la sencillez con la que se disfruta de principio a fin.

El título conserva la esencia de la trama principal, pues es una llamada de teléfono la que cambia el sentido de la realidad para el joven Pablo. Entre chascarrillos de bretones encantados con la niebla y la superchería (con un doble sentido al compararlos con los gallegos, dado que la joven Dominique es francesa), tras su marcha en avión todo comienza a desmoronarse para Pablo. Nos movemos así entre la necesaria búsqueda de la verdad y el raciocinio por parte del estudiante, mientras que las apariciones de ella están acompañadas de un halo de misterio que embelesa al protagonista y le distrae de lo que su propia mente conoce como real. Dentro de esta historia de fantasmas, Setó nos regala un par de escenas brillantes, una donde juega con el sonido, dejando a Pablo incapaz de percibir nada con sus oídos (y dejándonos sordos, de paso, a los espectadores) durante el trayecto en coche hacia casa que nos anuncia ese cambio tan radical al que está abocado el film, y otra donde juega con la luz de las velas, dando paso a una idealizada muerte donde apuesta por un finísimo homenaje al terror clásico. Combina para ello parajes frondosos madrileños, la visita de distintos cementerios y la casa señorial donde espera encontrar definitivamente a su amada, que te traslada visualmente a otro mundo, a un cambio de página definitivo.

Esta es una de las pocas aproximaciones al género por parte de Javier Setó, y pese a estar más acostumbrado a un cine más festivo y comercial, con La llamada marcó un antes y un después en su carrera, pues supo sacar de un simple cuento de fantasmas y amor una historia elegante, sin grandes alardes y que es capaz de mantener, si no la tensión, sí el interés por encontrar una explicación que lleve a Carlos a admitir su destino como hombre enamorado. Toda una sorpresa que es capaz de extrapolar esas palabras tontas adheridas al “yo te quiero más” a una combinación de thriller y cuento gótico para que, cuando se unan ambas vertientes, el sentido del “para siempre” tenga más peso del que podríamos imaginar.

Escrito por Cristina Ejarque

 

La campana del infierno (Juan Antonio Bardem, Claudio Guerín)

La campana del infierno viene con un elemento extra que añadir a su condición de pieza fuera de los márgenes del Fantaterror. Nos referimos a su leyenda negra, con la sospechosa muerte de su director, Claudio Guerín, que parece, aunque certificada oficialmente como accidente, que venía a reforzar (de manera ideal para esta web) su condición de maldita: una película pues que consigue, más allá de su argumento, llamar la atención a través de una leyenda negra que la hace, si cabe, más retorcida.

Lo principal, sin embargo, es el hecho que comentábamos: su apuesta por ser una pieza extravagante dentro del marco de nicho de su género. Y es que sí, lo terrorífico está presente, pero lo sobrenatural, el ‹fantastique›, nunca se revela como una certeza sino más bien se produce un coqueteo constante a través de, como diría nuestro compañero Pol Romero, la retórica de las imágenes. Y es que a nivel de guión estamos ante lo que vendría a ser más un film de venganzas, una especie de thriller, donde el individuo protagonista se erige en una suerte de antihéroe moral ajusticiando a un conjunto de personas todavía más miserables en cuanto a su ética. Algo más cercano a un Park Chan-wook de la trilogía de la venganza que a directores del Fantaterror como Amando de Ossorio (por citar uno).

Sin embargo aquí no se busca una redención, ni una explicación que justifique los actos a los que asistimos. Conocemos los motivos, cierto, pero en forma de una mera exposición que no busca en ningún caso un debate sobre su conveniencia o justicia. En este sentido, este es un film negrísimo en cuanto a su concepción de lo humano, mostrando un conjunto de personas más cercanas a la bestialidad, cuyos actos están repletos de atributos negativos en cuanto a términos como la avaricia pero que son dominados por puro instinto de satisfacer unas ansias de dominación y crueldad que los acercan a un destino de destrucción.

Solo su protagonista, quizás el más cruel de todos, es el único que desafía el tono a través de una refinada y macabra inteligencia que lo sitúa como exclusivo elemento de capacitismo intelectual. Eso sí, centrado en articular un ingenioso y macabro juego de “bromas” que sirven como instrumento de duda y desconcierto al principio, y de violencia visceral en su plasmación final.

Pero si bien La campana del infierno llama la atención por su desarrollo en cuanto a su capacidad de generar un estado de tensión permanente a través de su campo de trampantojos y resortes argumentales, lo importante es como los articula a través de unas imágenes que se mueven en delirios coloristas que anticipan a Lynch, un suspense “hitchcokiano” muy pendiente de los asuntos y lecturas del subconsciente y finalmente ciertos recursos que en forma de desvíos laterales e irónicos parecen más comentarios sardónicos a pie de página sobre el género que una apuesta firme por inscribirse dentro del mismo. Es decir, una película que puede chocar por el qué, pero sobre todo por el cómo, por dejar que sea el propio aparto formal el que nos cuente no solo una historia sino que asiente un tono desconcertante y un poso desasosegante.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

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