Sesión doble: La furia (1978) / Alarma catástrofe (1978)

Poderes mentales, esos que han dejado tras de sí cintas de culto como ScannersPhenomena, pero cuya premisa nunca se agota si de seguir descubriendo pequeñas joyas se trata. Quizá el primero de nuestros títulos, La furia, no sorprenda tanto aunque se trate de un Brian de Palma injustamente menospreciado y dejado en un segundo (o tercer plano), siempre a reivindicar, si bien sí puede hacerlo la británica Alarma catástrofe de Jack Gold, encabezada por dos ases de la interpretación como Richard Burton y Lino Ventura.

 

La furia (Brian de Palma)

Siendo uno de los cineastas de su generación que mejor supo amoldar las cálidas texturas fílmicas tan propias de la década de los setenta, Brian De Palma afrontaba en La Furia su segundo abordaje a los poderes mentales tras la popular Carrie, aquí de nuevo con exigibilidad en la adaptación literaria, con la novela de John Farris como material de partida. Aunque hay cierto sector de aficionados que asimilan esta película como una secuela espiritual de aquel film basado en la obra de Stephen King (la presencia de Amy Irving ayuda a ello), en realidad La Furia comparte una diatriba casualmente parecida, pero muy diferente en su contexto. Aquí más anárquico y desmesurado en formas, el cineasta conjuga una curiosa fusión entre el thriller psicológico, la ciencia ficción e incluso el cine de espionaje, añadiendo unas estructuradas escenas de acción, que dejaban atrás aquel primerizo De Palma absorto en sus influencias ‹hitchcocknianas› y arraigado al clasicismo; La Furia muestra una punta a favor de una desmesurada depuración estética, que sería más evidente en sus posteriores trabajos. Con la premisa de unos adolescentes con poderes especiales, y la lucha interior para su dominación (el epicentro argumental de Carrie, por otra parte), y con un envoltorio argumental sobre la traición hacia un agente del gobierno por parte de un amigo que busca apropiarse de su hijo para utilizar sus poderes extra sensoriales, La Furia es una película excelsa en ambiciones, que deja en evidencia las habilidades de De Palma para sumirse en una trama haciendo ahínco en sus habilidades para lograr el impacto escénico en los momentos álgidos, aquí recubiertos de una exasperante y hemoglobínica violencia. Reconociéndole sus trabas argumentales, que proliferan creando cierta confusión, su condición imperante es la del thriller, punzante en contenidos, escénicamente incómodo, pero sobrio en sus formas.

Como película del primer tramo de la filmografía de De Palma, La Furia contiene una tensión trabajada en base a unos calculados efectos de cámara, un excelso cuidado del plano y una puesta en escena con un gran poder visual, que juega a favor de la tosca temática que entra en juego. Sin el ímpetu hermético de sus primeros trabajos, la huella del director se ve posesiva en algunos segmentos y algo más distante en otros, dejando en la película cierta irregularidad narrativa, que no impide su énfasis por la opereta visual. Con ello, La Furia maneja bien su mecanización intrínseca del (duro) descubrimiento personal, envolviéndose de una especie de guerra psicológica, abstracta pero visceral, que se conjuga en base a unos momentos determinados repletos de explosividad escénica. Conceptos como el hombre (un decadente pero aún solvente Kirk Douglas) contra una organización (en este caso, el grupo de investigación liderado por el villano interpretado por John Cassavetes), ligan a esta película con unos esquemas argumentales muy propios de la época, añadiendo extrañeza genérica a la propia identidad del film, que se gana su hueco en las ansias por la expresividad de los estados emocionales; una idea, casi obsesión, que De Palma se adjudica para muchas de sus otras películas, como la manifestación tanto onírica como física del odio, que cierra la película con una espectacular y explosiva resolución. Esta, una fantasía acerca de la venganza que De Palma muestra con reiteración e inesperada sordidez, rezuma las conexiones con su título, la furia contra los que utilizan al ser especial a favor de su interés; concepto quizá demasiado fácil y arraigado, pero que el cineasta vuelve a escupir con su especial habilidad por envolver de grandilocuencia sus querencias hacia la estridencia narrativa y visual.

Escrito por Dani Rodríguez

 

Alarma catástrofe (Jack Gold)

The Medusa Touch, un título lleno de escondrijos mentales y pesquisas por resolver. Aunque en un principio parecía azar que la mitología tuviera lugar en un thriller policial, su original intento de relacionar a la asesina en tiempo de dioses, capaz de convertir a cualquiera en piedra con su propia mirada, da muchas pistas de la inmensidad de lo ocurrido en el film. Adaptando la novela homónima de Peter Van Greenaway, parte de un grupo de novelas policíacas, Jack Gold se las ingenia para utilizar Scotland Yard como una excusa para darnos a conocer a John Morlar, un escritor que en pocos minutos es asesinado, y cuya (casi) muerte, va a provocar un despliegue de flashbacks que reconstruyan la historia de ese hombre atormentado por sus propios deseos.

Si The Medusa Touch nos hace pensar en esa mirada que te atraviesa hasta helar la sangre (y en este caso desear morir), en España los traductores se volvieron súper sensacionalistas, hasta el nivel de titular al film Alarma catástrofe, algo más propio de explosiones, tiroteos o animales furiosos que de inquietudes mentales.

Los ojos de Richard Burton se convierten en los protagonistas de un irremediable odio multidireccional que mezcla suspense y poderes mentales que van más allá de la simple capacidad de mover cucharillas de café. Pero para conocer esta historia lo que hacemos es unir fuerzas con el inspector Brunel, un Lino Ventura que da la réplica invisible al escritor, intentando averiguar quién querría matar a un solitario escritor. Muchos son los métodos que nos dan a conocer al hombre postrado en la cama —una de las situaciones favoritas de telequinéticos, no podemos olvidarnos de la película aussie producida el mismo año, Patrick— que deben dar forma a su verdadero tormento: ya sea por sus escritos, por sus gustos en cuanto al arte (volviendo a la Medusa de Caravaggio) y las múltiples entrevistas de Brunel con los conocidos de la víctima, son los recuerdos de Morlar los que lanzan un subjetivo «¿y si…?», una de las premisas favoritas del cine que siempre nos arrastran a un mundo de inabarcables posibilidades. Jugando a equilibrios entre el thriller, el drama y el fantástico, vamos conociendo mejor a Morlar y el porqué de su obsesión con las enigmáticas muertes de todos aquellos que le han rodeado a lo largo de su vida.

Y sí, la mirada de Morlar es la base de todo: planos incesantes de miradas cargadas de incertidumbre, odio o intriga son siempre el aviso de que algo extraordinario va a suceder. Planos que nos recuerdan al cine clásico, siempre pendiente de la expresividad de los rostros y los juegos de luces que se apoderaba de sus expresiones. Ese algo que intuye el protagonista da pie a plantear temas como el poder, la religión y la locura, además de permitirnos ver las virguerías de pruebas médicas a telequinéticos. Una actividad mental que no cesa y extraños sucesos que debe relacionar el inspector de policía nos llevan por la vida, obra y milagros de alguien que se crece en su oscuridad, para mutar definitivamente a una lucha contra la inmortalidad de aquellos que disfrutan del sufrimiento ajeno. ¿Quién gana entonces? The Medusa Touch se disfruta entre tensión e intriga, con un espectacular final que choca frontalmente con ese hombre que no se mueve de su cama pero que no es capaz de cesar su actividad cerebral. La mezcla perfecta.

Escrito por Cristina Ejarque

 

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