Mujeres voluptuosas y guerreras, carceleros dispuestos a ganar terreno y rejas que ponen a cada uno en su lugar. Mujeres y prisiones, si ahora están de moda por las series de televisión, en los 70-80’s se volvieron un género en sí mismo, conocido como Women in Prison, donde violencia y sexo se mezclaban en plena opresión de la maldad. Hoy toca homenajear este exploitation con La cárcel caliente (1974), debut de Jonathan Demme y Rejas ardientes (1983), de Paul Nicholas.
La cárcel caliente (Jonathan Demme)
Jonathan Demme sin duda será recordado por haber dirigido una de esas películas que ostentan un halo legendario en la historia del cine (El silencio de los corderos). Es cierto que la carrera del neoyorquino se caracteriza por su irregularidad, compuesta por una serie de obras de muy distinta tonalidad. Si bien un punto a favor del americano resulta su honestidad, ya que tanto en sus peores obras como en las más meritorias, Demme aflora como un artista que no engaña a nadie tratando de ocultar mensajes subliminales destinados a lobotomizar la mente del espectador, sino que su cine es directo y sincero tanto desde una perspectiva política como conceptual.
Demme debutaba como director con la combativa Caged Heat, una cinta adscrita a la serie B subgénero Women in Prison. Por tanto un perfecto marco para irradiar unas sugerentes gotas de erotismo, perversión y acción a través de unas historias que encerraban en su humilde caparazón ciertos mensajes libertarios en favor de la liberación de una mujer oprimida por una sociedad dominada por un machismo recalcitrante amparado por las doctrinas del miedo a lo diferente dictadas para conservar ese status quo beneficioso para los sectores más conservadores de la sociedad.
La armadura argumental de Caged Heat nada tiene de sorprendente. Así, la cinta narrará la historia de Jacqueline Wilson (Erica Gavin), una mujer que tras ser detenida en una sorprendente redada llevada a cabo por unos policías camuflados de traficantes de drogas, arribará a una cárcel de mujeres gobernada con mano de hierro por una alcaide discapacitada (Barbara Steele) que verterá su tormento personal en contra de unas reclusas anhelantes de aspirar ciertas gotas de libertad. De este modo los amantes del exploitation más esencial podrán contemplar las típicas escenas de mujeres desnudas disfrutando de liberadoras duchas, salpicones de sangre, violaciones, sadismo, intentos de fuga y todo tipo de abusos inherentes en un argumento muy trillado en el círculo virtuoso de la serie B.
Si bien existen dos puntos que para un servidor convierten a esta cinta en una rara avis del género. El primero de ellos brota del talento que se atisba en la concepción formal del film, ya que Demme demostró que detrás de la cámara se hallaba alguien que sabía contar una historia pese a su monótono guión, salpicando de este modo el vestido del film con elegantes planos en los que la cámara se mueve con desenvoltura dibujando impactantes secuencias para nada al uso de una producción subterránea. La cinta deriva pues hacia unos derroteros en los que la reinvención de los arquetipos del género terminará conquistando un ambiente aparentemente destinado a mostrar felpudos, culos, tetas y esculturales cuerpos regados con violencia extrema.
El segundo de ellos es su para nada oculto mensaje revolucionario muy en la línea de los movimientos pro-derechos civiles que colmaron el espectro doctrinario de la izquierda estadounidense en los años setenta. Mostrando así como un grupo heterogéneo compuesto por mujeres de razas y creencias divergentes sabrán hacer frente a la tiranía impuesta por unos guardias conservadores de raza blanca que adornan sus despachos con la foto del presidente Nixon.
Dotada de un humor negro muy rico así como una contención muy de agradecer donde las escenas más depravadas serán acompañadas con unos finos toques de sátira, Caged Heat sigue conservando esa aura de cine ingenioso, sórdido y terriblemente entretenido surgido de las trincheras de la serie B más radical y libertaria made in años setenta.
Escrito por Rubén Redondo
Rejas ardientes (Paul Nicholas)
Rejas Ardientes es una película, ante todo, honesta. Su compromiso como deslenguada y admirable explotación da todo aquello que en su subgénero gozaría de absoluta amnistía, dentro de esos elementos que se erigirían gratuitos en una corriente mucho más convencional, pero que aquí, como amalgama tardía de las llamadas Women in Prison Films, parece de inevitable exposición: reclusas femeninas con aires varoniles, violencia dura y directa, desnudez de dudosa justificación o la brutal ejecución de la opresión y la sumisión, entre otras diatribas argumentales que construyeron un subgénero y sus variantes, carne de cañón para los cines de barrio de los años 70 y que aquí llega bajo la dirección de Paul Nicholas (con una modesta y corta filmografía que nació y se estancó en esa década) en plena ebullición del encantador paisaje de los videoclubs.
Caroline Henderson es una joven interpretada por Linda Blair, quien por entonces seguía dinamitando su estampa de leyenda del terror (la que le había facilitado su protagonismo en El Exorcista de William Friedkin) con otro subproducto de encantador empaque de Serie B encasillándose como una de las damas del trash de los 80. Aquí interpreta a una joven que es recluida un tiempo en prisión, convirtiéndose en carne de cañón para el tipo de sórdidas cárceles femeninas que alimentaron las Women In Prison Films durante aquellos años 70 en los que el subgénero nació y explotó. A pesar de sus problemas de ritmo, lo endeble y estirado de su trama argumental, lo exagerado de algunas de sus pretensiones y el escaso valor narrativo que rezuma su director, Rejas Ardientes aguanta el visionado más por encanto que por empeño, como el que da el estridente apoyo musical digno de la época, el iconográfico reparto que acompaña a Blair y que incluye a Sybil Danning (otro excelso y encantador mito del cine de géneros de la época) o Tamara Dobson (capitaneando el flanco afroamericano de la cárcel, en una especie de émulo de la Cleopatra Jones que la convirtió en emblema de la blaxpoitation), además de un John Vernon o Henry Silva de estoicos villanos caricaturescos, en un antagonismo muy carismático en el que destaca el primero como malicioso alcaide.
Es quizá el regusto decadente que para/con las llamadas WIP films destila lo que juegue más en su contra, aunque Nicholas tire de oficio para serle fiel: no falta la atmósfera mugrienta y sórdida con el que se retratan los interiores carcelarios para añadir cierto ímpetu visual a la obra, además de obligados estamentos escenográficos como las imprescindibles escenas en las duchas, el lesbianismo latente potenciado en unos determinados momentos o el predecible motín final. Todo encuadrado bajo el cautivador marco de la exploitation y su anexa absolución de cualquier tipo de contención, lo que compromete a la película con el espectador dispuesto a verse imbuido por el encanto de la exageración.
Escrito por Dani Rodríguez